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El Aula de Cultura de El Norte de Castilla contó este martes con la participación del naturalista Joaquín Araújo, una de las figuras más brillantes ... e influyentes en la divulgación ambiental de nuestro país. El evento se celebró en el Círculo de Recreo y reunió a un público entusiasta que mostró un gran interés tanto por la temática como por la trayectoria del invitado. La cita contó con el patrocinio de la Fundación Vocento y fue presentada por Carlos Aganzo, director de Relaciones Institucionales en El Norte de Castilla.
El periodista, conferenciante, escritor, naturalista y documentalista (entre otras muchas facetas), comenzó su intervención compartiendo una pincelada autobiográfica que lo vincula profundamente con su obra. «Vivo en el bosque, alejado de la contaminación lumínica, sonora y química. No entiendo vivir sin ver crecer, y por eso planto árboles, porque es la mínima forma de reciprocidad y agradecimiento a lo que los árboles nos dan».
Esa forma de vida le proporciona una serenidad que considera un privilegio. Sin embargo, también señaló la paradoja de su labor como divulgador al decir que, aunque disfruta de esa calma en el bosque, «siento la necesidad inexorable de salir para contar lo que escucho y aprendo de la natura. Para mí, vivir la vida con la vida ya es un privilegio; contarla, un placer inmenso».
Araújo señaló cómo el lenguaje humano puede volverse un obstáculo en la comunicación. «Vivimos rodeados de ruido, con una sobreabundancia de palabras que, en lugar de acercarnos, nos separan. Por eso defiendo el silencio como un lenguaje pleno, una manera de entender tanto a la naturaleza como a nosotros mismos».
No eludió hablar de como las políticas actuales continúan degradando el medioambiente. «Ayer mismo vimos cómo se pedía licencia para seguir demoliendo lo viviente de este planeta. Quemar, eliminar leyes ambientales, ignorar lo que sostiene la vida… Esto es una condena que debemos revertir». Al mismo tiempo, también mostró su fe en el potencial humano al señalar que «la solución no será ni mecánica ni violenta. Será pacífica y nacida de nuestro lado más humano, ese que prefiere la vida por encima de todo». Dijo ser poco amigo de dar consejos, sin embargo, dio uno: «escuchemos a la naturaleza y a las palabras, pero, sobre todo, aprendamos a callar para comprender. En el silencio está el idioma pleno».
Araújo se define a sí mismo como una persona afortunada por esa conexión con la naturaleza, pero también como alguien profundamente dolido al presenciar su desmoronamiento. Uno de los datos más impactantes que compartió fue la alarmante pérdida de biodiversidad. «El planeta ha perdido más del 70% de su vitalidad desde 1970. Esta cifra desoladora es un reflejo de cómo las actividades humanas han empobrecido de manera drástica el equilibrio ecológico». Dejó una puerta abierta al optimismo y señaló que «no estamos ante una situación irreversible. La naturaleza tiene una inmensa capacidad de recuperación, como se demostró durante la pandemia, cuando muchas especies retornaron a espacios urbanos y los niveles de contaminación disminuyeron drásticamente».
También reflexionó sobre el papel de la educación apuntando que «el sistema educativo actual no prioriza la vida ni la naturaleza» y concluyó su intervención con un llamamiento a la reflexión y la acción. «La libertad real se encuentra en la naturaleza, no en las ciudades. Vivir con la naturaleza, abrazarla y entender su sabiduría es el camino para preservar nuestra propia existencia. La sabiduría es el abrazo, no el estacazo. Y la naturaleza es, sin duda, el mayor abrazo que podemos recibir».
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