Fermín Bocos
«Quien no lee se conforma con una sola vida»Fermín Bocos será el protagonista de la próxima edición del Aula de Cultura de El Norte de Castilla, que se celebrará el martes 21
Periodista de largo recorrido en radio y televisión, escritor de novelas y de ensayos… y siempre viajero. Fermín Bocos (Población de Abajo, Cantabria, 1949) rinde ... homenaje en su último libro, 'Cuando viajar era descubrir', publicado por Almuzara, a los grandes viajeros de la historia, desde la Antigüedad hasta el siglo XX. Y será el protagonista de la próxima edición del Aula de Cultura de El Norte de Castilla, que se celebrará el martes 21 en el Círculo de Recreo (19:30 horas), con el patrocinio de la Fundación Vocento y la Fundación Caja Rural de Zamora.
-¿Es que viajar ya no es descubrir? ¿Han terminado los turistas con los viajeros?
-No. Viajar sigue siendo descubrir, también en nuestros días. La aventura continúa. El placer de viajar arranca con la preparación del viaje al intentar conocer la historia de las gentes y lugares que se tiene intención de visitar, o los que van cambiando en la ruta, en función de lo que uno va descubriendo. Si se sabe viajar, un viaje puede convertirse en una aventura. No hay que confundir al viajero con el turista, pero hay sitio para todos. El viajero emprende viaje abierto a descubrir lugares, conocer gente y vivir sensaciones. El turista –no todos, claro- viaja dejándose llevar por la muy arraigada costumbre de los selfis. Van a dejar constancias de dónde han estado para después colgar la foto en las redes sociales. Es un fenómeno narcisista.
-¿Qué ha significado el viaje en su vida?
-Mucho. Empecé a viajar muy joven en una época en la que el auto stop estaba muy extendido. Se podía ir desde España a Nepal «a dedo», atravesando Turquía, Afganistán, Pakistán y recorrer la India en tren por cuatro rupias. Fueron viajes de mochila y aquellas entrañables guías de «Trotamundos», que supongo que han quedado relegadas por el GPS y Google Maps.
-¿Han podido llegar a ser incluso un modo de conocimiento (y de autoconocimiento) tan importante como la literatura?
-Sin duda fueron viajes de formación. Acostumbraba a viajar llevando algún libro que tuviera relación con los lugares que esperaba visitar. Recuerdo un viaje con un ejemplar de la Odisea recorriendo en diferentes escalas los lugares en los que Homero cuenta y canta las aventuras de Ulises. Y otro de la Eneida, que te lleva desde Turquía a Túnez (la reina Dido), pasando por Albania (Butrinto), para después recalar en Sicilia y, por último, desembarcar en el Lacio.
-Decía Pessoa que viajar es «perder países», es decir, borrar el ideal que cada uno tiene de un país y cambiarlo por una imagen real que a veces tiene muy poco que ver. ¿Ha perdido usted algún país en sus viajes?
-Sí. Y me entristece. Yo tenía muy mitificado Japón. Aprendí karate y todo lo que rodeaba las artes marciales, que en los años setenta en España eran una novedad. Viajar a Japón era un sueño. Los mitos samuráis, el código del Bushido, el recogimiento de los templos, etc. El contraste con el Japón ultra tecnificado y, salvo la maravilla de Kioto, el resto de ciudades convertidas en hormigueros, fue una decepción.
-De toda esta treintena de viajeros y viajeras de leyenda que trae a su libro, ¿cuál o cuáles le han sido más inspiradores?
-Muchos, por no decir que todos. Si tuviera que señalar…Patrick Leigh Fermor, un trotamundos inglés que acabo siendo un héroe durante la Segunda Guerra Mundial. Henry Morton Stanley, el periodista coriáceo que en una época que había más caníbales que mapas dio con el doctor David Livingstone, que estaba perdido en la selva africana. Nuestro paisano Alvar Núñez Cabeza de Vaca, que junto a cuatro compañeros recorrieron –«desnudos y descalzos»- los miles de kilómetros que separan Florida en los Estados Unidos, de lo que hoy es Méjico DF.
-¿Y las viajeras?
-Muchas viajeras, algunas de un valor rayano en la temeridad, como Isabella Bird, Mary Kingsley, Esther Stanhope, Anne Marie Schwarzenbach, Gertrude Bell, Ida Pfeiffer… Las viajeras europeas de los siglos pasados fueron mujeres extraordinarias. Eran tiempos en los que al viajar solas desafiaban además la estricta moral de la época. Hubo una que se adentró en la selva africana vestida de punta en blanco, defendiéndose de los hipopótamos ¡con una sombrilla! Otra dio la vuelta al mundo en bicicleta, llevando por toda protección un revólver y repelente para los mosquitos…
-¿Tenían los viajeros, y los hombres y las mujeres del siglo XIX, algo que hemos perdido en el XXI?
-No sé sí perdido, pero desde luego olvidado. Se ha perdido el significado y el sentido del honor. Y de honrar la palabra dada. Y el idealismo como motor de nuestras acciones. Algunos de las protagonistas del libro -sobre todo mujeres– arriesgaron sus vidas en el empeño de denunciar el tráfico de esclavos, todavía muy activo hasta casi finales del XIX.
-Ha dicho usted que uno de los mejores momentos que relata en este libro es cuando Schliemann, el descubridor de Troya, encuentra la máscara de Agamenón. ¿Viajamos también en busca de la cultura para saber quiénes somos y de dónde venimos?
-Sin duda. Los relatos de viajes dieron origen a la literatura. Ulises, Eneas, Simbad, Marco Polo… El relato de las peripecias que acontecen en los viajes convierte la narración en algo muy parecido a una novela de aventuras. La vida es demasiado corta para ser pequeña. Los viajes la ensanchan, y los libros de viajes abren la puerta a vivir muchas vidas. Viajar conforma un estilo de vida. Quien no lee, se conforma con una sola vida, porque leer abre la puerta
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