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Jaime Alejandre, en el Aula de Cultura, en el Museo Patio Herreriano.
«Llegaron los noventa, y para entonces éramos nosotros quienes pedíamos paso»

«Llegaron los noventa, y para entonces éramos nosotros quienes pedíamos paso»

El poeta, que protagonizó ayer el Aula de Cultura, habló sobre la situación del mundo de la literatura donde «parece que no hay sitio para todos»

samuel regueira

Viernes, 3 de marzo 2017, 12:03

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«Se cuentan por decenas los autores de nuestra generación que no terminan de darse a conocer». Con estas palabras presentó Carlos Aganzo al protagonista de la sesión de ayer del Aula de Cultura, el poeta y literato Jaime Alejandre, quien corroboró formar parte de una serie de creadores, los nacidos en la década de los 60, ninguneados por sus mayores y por la generación inmediatamente posterior: «Somos escritores de una obra invisible», aseguró. El autor presentó sus dos últimas obras, el cuento largo o novella El cumpleaños y el poemario Y más allá de mi vida, en una nueva sesión del Aula patrocinada por CaixaBank con la colaboración de la Junta de Castilla y León y celebrada en el Patio Herreriano.

«Nos unió la literatura cuando pensábamos que era nuestro momento, que teníamos que salir», relató Alejandre ayer: «Al ser la generación posterior al franquismo, nuestros mayores habían sido silenciados en su momento, y cuando pidieron paso en el nuestro; nosotros, que habíamos sido educados en la obediencia y en las jerarquías, nos hicimos a un lado». Fue entonces la época de la Movida, la década de los 80. En su momento de apogeo creativo, que el autor estima «entre los veinte y los treinta años», guardaron las plumas y dejaron hablar a los censurados. «Llegaron los noventa, y para entonces éramos nosotros quienes pedíamos paso. Pero los jóvenes lo reclamaban, porque al fin y al cabo era su momento, y defendían que nuestra época ya había pasado», destacó con triste ironía. Por motivos como este se ve ahora prácticamente en la obligación de «sacar los libros de dos en dos». Pese a todo, el autor sigue convencido de que su mejor obra fue escrita en la juventud.

«Fugu (o la estética del vacío) es mi trabajo mejor conseguido; el que tiene más frescura y desparpajo», sostuvo, sobre una delirante novela llena de experimentos formales que se vertebra en torno al testimonio de un hombre loco, y que busca desafiar al lector hasta el punto de que este se replantee su propia existencia como ser humano. Es este trabajo un arquetipo de su primera etapa, caracterizada por el fatalismo unamunista (con Del sentimiento trágico de la vida a la cabeza de las referencias), que paulatinamente ha dado paso a una literatura más luminosa y de corte positivamente optimista.

«Estos dos últimos libros forman parte del cambio más importante en mi trayectoria», aseveró Alejandre: «Tengo una identidad literaria española, muy arraigada en el pasado, pero llega un momento en el que uno quiere transitar otras vías y el humor es el género más difícil de escribir». Sostiene que es un estilo «solo reservado para los autores más inteligentes» y que pocas veces se ha llegado a escribir, en nuestro idioma y en nuestro tiempo, con la maestría que imprimía «un grande como Enrique Jardiel Poncela».

El cumpleaños supone también una ruptura en su modo de aproximarse a la página en blanco: «Aunque soy muy de escribir a primera sangre, las reescrituras de este libro me han llevado cinco años», afirmó, sobre un proceso que le llevó a reducir las 120 páginas iniciales a la mitad. El cuento aborda la relación de un hombre con su nieta y el nuevo rol de los abuelos en la sociedad, «un modelo de familia que atenta contra la memoria colectiva». Como Alejandre, muchos son quienes no saben nada de sus familiares, y por ello el regalo del abuelo es dar a conocer a la nieta «una parte de su historia», en un catártico acto que le sirve también para perdonarse y, en última instancia, para renacer.

Poesías de amor

Su mayor audacia parece constituir Y más allá de mi vida, conformado por un generoso número de poemas de amor: «No de desamor. Si alguien quiere hundirse como poeta en España, escribe sobre amor, no sobre la pérdida o sobre la separación». En ese sentido, para Alejandre el amor es «todo un acontecimiento que acuña a las personas como si fueran monedas», y destacó el «punto salvífico» que tiene aquel ser amado: «Amar no es transigir, sino aceptar la diversidad del otro».

También quiso dejar claro que su recurrente uso de los dobles sentidos «no responde exclusivamente a la ironía ni al ánimo de epatar, solo en los casos de mero divertimento; sino que muchas veces es simplemente el curso del devenir natural de la palabra, con el que se manda un mensaje muy potente».

El director del Norte, Carlos Aganzo, quiso destacar a su vez la trayectoria editorial del escritor, en un acto en el que sustituyó a Fernando Conde, habitual maestro de ceremonias del Aula de Cultura. Asimismo, Aganzo sacó a colación el esfuerzo del autor de Lo que queda por reflotar las tertulias, encuentros y ciclos literarios en Madrid.

«Hay una sensación triste en el mundo literario, parece que no hay sitio para todos», respondió Alejandre cuando se le mencionó su voluntad de aunar distintas corrientes poéticas: «Si se muere José Ángel Valente o Rafael Chirbes hay quien piensa que acaba de subir un escalón. Y no. Eso es muy triste», lamentó.

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