«Mis últimas obras alimentan la idea de que volveremos a ser nómadas»
Jordi Colomer revisó ayer en el Patio Herreriano la evolución de su heterogénea producción artística
Para Jordi Colomer (Barcelona, 1962) Valladolid es una plaza singular. En 2005 el Museo Patio Herreriano le dedicó la primera exposición antológica en colaboración con ... el Instituto de Arte Contemporáneo de Villerubanne-Francia, en la que se revelaba como artista multidisciplinar a partir de una decena de vídeos, varias esculturas, instalaciones y obras sobre papel creadas a partir de 1991. Lo recordaba ayer dentro del ciclo de conferencias #TardesdelPatioHerreriano, en una conversación ante el público con el director de la pinacoteca, Javier Hontoria.
En este foro recordó cómo ha evolucionado su carrera artística, de cuyos inicios se exhibe la escultura 'Los días felices', creada en 1986 –tenía 24 años– y exhibida actualmente en la exposición temporal 'Una dimensión ulterior'. «La veo ahora y me recuerda aquellos tiempos y circunstancias; entonces en esta escultura quise integrar el objeto de la golondrina en una creación que evocaba el poder de los elementos domésticos, en este caso una cama y una bañera estilizadas en torno a una idea que juega con el trasvase de materias».
Ante medio centenar de personas, revisó las líneas que han marcado su modo de concebir el arte desde su estreno en la efervescencia cultural de la España ochentera. «En mis primeras obras hablaba de un mundo basado en los elementos burgueses de una vivienda, después pasé a interesarme por salir a la calle, observar y trasladarlo a mis creaciones. Mis últimos trabajos alimentan la idea de una sociedad futura en la que volveremos a ser nómadas, que abandonaremos nuestras casas y organizaremos una vida nómada que consistiría en configurar pequeños grupos de afinidades durante un tiempo por decidir, generando un nuevo espacio común».
Esta reivindicación del nomadismo como acción colectiva ya formó parte del proyecto '¡Únete! Join us!', con el que Colomer representó a España en la Bienal de Venecia en 2017. Otra de las constantes que nutre la obra de este artista que durante veinte años ha vivido en París es la exploración del espacio urbano a partir de intervenciones en calles, patios y plazas. A estos y otros espacios incorpora gente que participa en la elaboración de la obra. «Se crea así un estado de intercambio, de grupo, de modo que el espectador se convierte en agente necesario y parte activa de la existencia de esa pieza», expuso.
Sin autoridad
Presente en la colección del museo, Colomer despliega su imaginación en los territorios de la escultura, la arquitectura, las instalaciones, la fotografía y el vídeo, con una puesta en escena que invita más a la intervención que a la contemplación. Sobre la evolución del público, no comparte que se hable de interacción entre el artista y el destinatario de las obras: «Hay una falsa idea sobre arte interactivo porque el arte siempre ha tenido esa condición, la obra no existe por sí sola. Ahora no hay un solo modo de leer las creaciones, no existe una autoridad que diga cómo hacerlo, es el propio espectador quien participa y las completa».
Ayer mostró varios vídeos de intervenciones en ciudades como Brasilia o Bucarest a partir de maquetas de edificios sostenidas por personas frente a las construcciones reales en las que se basan. «Utilizo las maquetas porque ofrecen múltiples significados», apuntó el artista, ajeno a cualquier sentimiento de añoranza hacia sus primeras creaciones: «Odio la nostalgia; veo mis obras tempranas como si las hubiera creado ayer».
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