Museo Nacional de Escultura: de cómo mirar la religiosidad barroca desde el siglo XXI
Depósito de una colección única de tallas policromadas ha logrado atraer nuevas miradas con sus exposiciones en la última década
Ni anclado en el pasado, ni limitado al arte que le da nombre, ni circunscrito a su labor expositiva. El Museo Nacional de Escultura, que en su día fue plató para Orson Welles o José Val del Omar, el que inspiró a Teatro Corsario 'Pasión', reabrió tras una gran remodelación en 2009 y no ha dejado de sorprender a asiduos y nuevos visitantes. Las exposiciones temporales han sido un gran motor.
«El museo es un agente de la memoria, pero tiene los ideales que guiaban el proyecto en 2008: exponer la colección de manera atractiva, abrirlo a la ciudad, crear conocimiento, fomentar su proyección nacional e internacional con proyectos con otros museos del mundo, entre otros», explica María Bolaños, su directora. Esta profesora de Historia del Arte de la UVA sabe «la escultura ha sido desatendida históricamente. Quizá se ve como un arte popular, demasiado artesanal y poco creativo, mientras que la pintura parece tener un atractivo magnético. La práctica totalidad de los museos de bellas artes están dedicados a la pintura. Los de escultura son una rareza. Sin embargo, se advierte un creciente interés por la escultura española: lo prueban exposiciones extranjeras como 'Lo sagrado hecho real' o la de Washington sobre Berruguete». Fue Ricardo de Orueta quien creyó que esta colección merecía un Museo Nacional que ideó desde la Dirección General de Bellas Artes en 1933.
«La originalidad y atractivo de la colección está en su complejidad, en su naturaleza problemática. Por un lado, el arte religioso ha sido, en nuestra civilización y durante más de mil años, un lenguaje universal que permitía a los hombres expresar su visión del mundo, ubicar sus temores y desplegar sus fantasías. Así que un agnóstico tiene mucha materia de reflexión y de disfrute en este museo: aquí puede gozar del alto efecto sensorial y dramático de la imaginería católica y de las audacias creativas de nuestros escultores, y, además, comprender la historia de nuestro país: el museo nos ayuda a entender quiénes somos», apunta Bolaños. Los primitivos portugueses, el archivo fotográfico de Sert, la pobreza, la melancolía, el diablo o el Greco visto por artistas de hoy han protagonizado algunas de las exposiciones temporales de la última década. «A la gente le gusta enfrentarse a modos nuevos de contar las cosas. A veces, las exposiciones antológicas pueden servir como un refugio del conformismo intelectual. Así que para sacar a flote esa riqueza de miradas sobre la historia del arte, es saludable practicar una cierta 'indisciplina'; librarse de vez en cuando del corsé de la cronología, de la historia de los estilos y de los 'ismos', remover en las jerarquías establecidas. Tratamos el arte del pasado pero nos dirigimos a la sensibilidad contemporánea».