María Bolaños: «Una exposición puede cambiar puntos de vista consolidados»
La tendencia de los museos pasa por volcarse en atender a públicos cada vez más diversos
Ha acabado el año María Bolaños (Valladolid, 1951) con el buen sabor que deja el aumento de visitas, pero también por la repercusión nacional de ... la exposición 'Almacén', urdida con piezas que han pasado su vida en el depósito del museo y apenas han participado en exposiciones. «Ha sido una experiencia en cierta manera inesperada, no contábamos con esta acogida tan entusiasta; la gente se ha encontrado con una escultura que no necesariamente es de grandes nombres ni de obras maestras dentro de una exposición muy dirigida hacia la mirada contemporánea, lo que prueba que el arte clásico y la mirada moderna se necesitan», reflexiona.
Es consciente de que la tendencia de los museos pasa por volcarse en atender a públicos cada vez más diversos y ofrecer una programación cultural atractiva que toque diversas disciplinas. «La gente no espera solo que se exhiba una colección, sino que las salas estén muy vivas y tengan una relación muy estrecha con su entorno, lo que nos obliga a mantener una especie de escucha flotante de lo que pasa en la sociedad y lo que se espera de nosotros».
Satisfecha del eco que está teniendo la exposición sobre Alonso Berruguete en la National Gallery de Washington –el museo es el principal prestamista con 23 piezas salidas del Colegio de San Gregorio–, opina que la institución debe ahondar en la internacionalización tanto como en abrir nuevas vías de investigación que profundicen en el conocimiento de la propia colección de escultura religiosa como en la de copias de reproducciones artísticas de las que se exponen una mínima parte en la Casa del Sol. «En el museo hay un grupo de conservadores que investigan sobre la colección y ese proceso no tiene fin ni límite, hay muchos campos sobre los que trabajar, y más aún cuando llegan piezas nuevas que exigen un proceso de indagación sobre el autor o la misma obra. 'Almacén' también ha servido no solo para dar a conocer esos fondos poco conocidos o ignorados, sino para hacer un trabajo interno de reordenamiento del depósito y de mejora en la documentación y reubicación de las piezas».
Sobre la Casa del Sol pesa el retraso de varios años en la aprobación por parte del Ministerio de Cultura de un proyecto de reforma que permitiría la expansión del Museo Nacional de Escultura. «Hay un plan de necesidades, un preproyecto y habría que empezar con el concurso para la adjudicación del proyecto. Hemos vivido años anómalos desde el punto de vista del presupuesto del Estado y, si la situación se estabiliza, será el momento de vislumbrar un poco de luz», confía.
Reconoce que el museo tiene pendiente ser más conocido entre los vallisoletanos. «Percibimos un mayor reconocimiento pero también hay mucha gente –y no con pocos recursos o estudios– que no lo ha visitado; hablo del ciudadano medio que no tiene el museo entre sus visitas habituales, en su horizonte cultural, pero eso es un problema de educación que se tardará tiempo en corregir porque ni la cultura ni la educación están entre las prioridades inmediatas de la sociedad, estamos más distraídos con otras cosas».
No obstante, insiste en que las salas del Nacional de Escultura pueden operar como modificadoras de la visión de los visitantes. «Una visita puede cambiar sus puntos de vista consolidados. Los museos son buenos para movilizar la mente, reforzar la sensibilidad y abrirse hacia mundos distintos que no son los que están en el horizonte de lo cotidiano. La sociedad está cambiando a un ritmo muy rápido, estamos viendo cómo todo se acelera y muchas veces nos sobrepasa hasta el mismo futuro. Las instituciones somos un poco más lentas a la hora de adaptarnos a esas dinámicas tan aceleradas, pero no podemos perder el paso».
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