Desde la izquierda, Alfonso León, Javier Blasco, Teófanes Egido, Javier Díez de Revenga y Santos Sanz Villanueva,

Teresa, una heterodoxa del XVI

Cuatro especialistas analizaron a la mística desde la historia y desde la literatura en la jornada que dedicó la Fundación Miguel Delibes al V Centenario de su nacimiento

Victoria M. Niño

Viernes, 5 de junio 2015, 13:48

Era la hora de la siesta y ya advirtió Teófanes Egido que él es fraile y es una costumbre institucionalizada en el convento. El catedrático emérito de la Universidad de Valladolid fue el encargado de iniciar la sesión Leer para el alma, la que dedicaba la Fundación Miguel Delibes al V Centenario del nacimiento de Santa Teresa.

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Se saltó el uso conventual y comenzó con las contrariedades que el calor y el viaje le suponían a Teresa de Ahumada. «El 25 de mayo de 1575 va de Beas a Sevilla y escribe cómo los calores andaluces, más inoportunos que los castellanos, le obligan a refugiarse en las posadas que para ella eran infiernos. La imagen esa de ella caminando sola no es verdadera. Viajaba en un carromato, que formaba parte de un auténtico convoy de gente, y al carro le llamaba purgatorio». Egido aludió al humor que impregna sus escritos y su manera de ser. Humorosa y discreta. «Quería llegar a Córdoba para ir a misa al amanecer, sin embargo en el puente necesitaban licencia para cruzar y quien debía dársela estaba dormido. Al cabo de dos horas, con una inmensa cola de carros ya, logran pasar». Ella no quería ir a misa, para que no les vieran. «Fue Julián de Ávila, el confesor que llevaban, quien le dijo que era Pentecostés y debían ir. Ella lo admitió porque era teólogo. Después, a la hora de la siesta, fueron debajo del puente a echarla».

Cinco santos, un modelo

No había puente bajo el que cobijarse ayer en la Biblioteca Pública de Castilla y León, así que Egido prendó a la audiencia con su retrato de la santa lectora, la que sentenció que «el leer era tan importante para el alma como el comer para el cuerpo». En tiempo de reforma, de mortificación y rigor corporal, de negación del alimento, de la palabra, en momentos en los que «era más fructífero llorar que aprender y leer», Teresa propone su orden. Solo la pobreza mantiene el eco de las premisas benedictinas o franciscanas. Ella «especifica en las Constituciones que quiere que sus monjas lean, que no usen latinajos, que no sean letreras, sí letradas».

Alfredo Alvar retomó a la protagonista para mirarla desde la historia, aunque como especialista en Madrid arrimó el ascua a su campo. Pidió una misericordia para su intervención que luego no tuvo con el público, quizá por efecto del jet lag. El profesor del CSIC enmarcó la beatificación de la santa en un lote que incluía a Ignacio de Loyola, Felipe Neri, Isidro y Javier. Corría el 19 de junio de 1622, un momento en el que la España postimperial necesitaba «modelos cristianos sociales de referencia». En el caso de Teresa confluían circunstancias como las «constantes denuncias a la Inquisición (una de ellas de la Princesa de Éboli), el hecho de ser mujer y escritora, fundadora carismática, muchas veces cercana al iluminismo». A pesar de todo, su proceso contó con apoyos como el del Duque de Lerma. «En 1618 Felipe III convierte en copatrona de España a Santa Teresa, pero al estar también Santiago hubo ciudades como Santiago, Sevilla o Toledo que se opusieron». Durante años hubo santiaguistas y teresianos. Alvar se detuvo en las justas poéticas y en el fervor alentado desde el poder político por la santa. «Teresa, como Cervantes, encarnan una nueva catolicidad y han creado un halo de españolidad».

Javier Díez de Revenga y Santos Sanz Villanueva cambiaron el paso, de la historia a la literatura. El primero analizó los antecedentes a El hereje en la novela española del XIX para centrarse en el influjo que la obra de Delibes ejerció sobre otros narradores tras su publicación en 1998. El crítico Sanz Villanueva, «creador de canon español» según Javier Blasco, se concentró en la novela que describió el proceso contra los heterodoxos de Valladolid.

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