Diario de un confinamiento (Día 23): A 105 km y tres semanas de ti
Diario de un confinamiento (Día 23) ·
Si hay cuestiones ya complicadas sin necesidad de un virus tan contagioso, la presencia de este es una oportunidad para reafirmarnos en las decisiones que de verdad importanTendría que haber escrito esto ayer, cuando alcanzaba la entrega 22 del diario, tu número de la suerte, pero ya sabes de la proverbial habilidad ... que tenemos los hombres para llegar siempre a destiempo, ni pronto ni tarde, simplemente inoportunos. No te creas que precisamente por esa circunstancia no le he dado vueltas a la conveniencia o no de una vez que ya sé que no voy ser puntual merezca ahora la pena que escriba lo que estoy escribiendo, pero si todos los santos tienen su octava y la situación que vivimos –alguna ventaja tenía que tener para mí, que voy a acabar el encierro sin ser capaz de ordenar un puto armario– es la más excepcional de cuantas podamos narrarles a nuestros nietos –y si no, al menos dejarles instrucciones a nuestros hijos para que se lo cuenten ellos, que tal vez nosotros no lleguemos– me agarro a la oportunidad que ofrece un mundo sumido en la incertidumbre para, a falta de otra cosa, colarte hoy este discurso.
Decidimos apostar por esto nuestro desde muy al principio, a pesar de todas las dificultades que ya se daban en un entorno normal. Un 'entorno normal', quién sabe en qué consistirá la normalidad de aquí a poco, cuando se vuelvan a abrir los bares. Entonces solo se trataba de dar con el punto de encuentro para dos personas con sus vidas hechas en ciudades distintas y con responsabilidades familiares y profesionales. Pero dimos el paso con más intuiciones que certezas, con una ilusión capaz de rellenar los huecos de la incertidumbre y, por qué no, con la irreflexión de quien se lanza al vacío si ese salto, por escasas garantías que ofrezca, es la alternativa al vegetar plano, sin picos, en la monótona línea recta que dibuja el coma inducido por la soledad que ya desde algún tiempo atrás se estaba imponiendo en el día a día.
Sin pensárnoslo dos veces y sin ser capaces de sospechar, ni por asomo, de las consecuencias del efecto mariposa planetario en forma de mortífera pandemia que iba a provocar aquella pequeña perturbación inicial, siempre eso sí que aceptemos como pequeña perturbación inicial el hecho de que el mercado de Huanan, en Wuhan, donde se comercializaba con carne de todo tipo de animales, tenía más mierda que el palo de un gallinero.
Y si ya nos habíamos jugado todo a una carta, ignorantes de si aquella apuesta era el salto a la felicidad o una defenestración voluntaria en picado y de cabeza –ahora que tan importantes se han vuelto balcones y ventanas– contra el pavimento de la ingrata realidad cuando los obstáculos eran los convencionales, ahora, con los derivados de un hábitat nuevo: alambradas más altas, rematadas con concertinas, que anuncian un escenario incierto en consecuencias pero inhóspito de nacimiento, no quedaba sino seguir adelante y así convenimos de mutuo acuerdo, convertir en órdago aquel inicial envite, porque las miserias son para el que recula y tú y yo atrás ni para tomar impulso.
Y en esas estamos los dos, convencidos de haber tomado la decisión acertada, recurriendo como asidero a peliculeros ejemplos como el de aquel París de 1940 justo antes de la ocupación nazi, escenario del enamoramiento de Rick Blaine e Ilsa Lund; o el de Cary Grant y Deborah Kerr en 'Algo para recordar', pero renunciando por cuestiones de fuerza mayor a citarnos en lo alto del Empire. Desafiando los desenlaces de ambas historias, con ese convencimiento quizá irresponsable de que todo va a acabar bien, porque preferir finales que no son felices está muy bien para los aficionados al cine, pero esto, que va en serio, va de la vida y aquí, tonterías las justas.
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