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José Antonio Marina, en un momento de la conversación. Óscar Chamorro
José Antonio Marina: «Los adolescentes deben saber que hay cosas malas, no solo prohibidas»

José Antonio Marina: «Los adolescentes deben saber que hay cosas malas, no solo prohibidas»

Fue un joven de éxito académico que vivía «un poco aislado». Ahora proclama que «a ser libre se aprende obedeciendo»

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Miércoles, 25 de diciembre 2019, 07:43

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Filósofo de formación, experto imprescindible en asuntos de pedagogía después de haber entregado su vida profesional a la teoría y práctica de la misma, aficionado al teatro y la danza hasta el extremo de que le ocuparon buena parte de su tiempo en los años jóvenes, floricultor durante décadas, José Antonio Marina es uno de esos personajes cuya trayectoria intelectual suscita un respeto unánime. No hay en una conversación con él ni un minuto de banalidad. Todo tiene interés, todo lo que dice es producto de la reflexión serena y enriquecida por las lecturas. Y ha tocado tantos palos, del ingenio a la inteligencia, del poder a la valentía, de la estupidez al amor, que la conversación podría no terminar nunca.

- ¿Es usted feliz?

- Se ha manoseado tanto el concepto que imagino que lo elegante es decir que no. Estoy muy satisfecho de dos cosas: tener buena salud y que me quieran quienes yo quiero.

- ¿Alguien que no ha conocido la felicidad, aunque sea por un breve período, ha fracasado en la gran tarea de su vida?

- John Stuart Mill decía que prefería ser un Sócrates desgraciado a un cerdo feliz. La felicidad no depende muchas veces de uno, sino de la casualidad y de otros factores. Hay una felicidad subjetiva, un estado de ánimo agradable; y una objetiva, que es aquella en la que se respetan mis derechos y se protegen mis proyectos. Esta es la que me gustaría y la que me parece importante. Una sociedad no debe evaluarse por lo felices que somos los ciudadanos, sino por cómo es la felicidad de la colectividad. Y eso se puede medir.

- ¿Quien no ha sido feliz en la infancia está condenado a no serlo nunca?

- El sufrimiento en la infancia es un obstáculo muy serio para el disfrute posterior de las cosas de la vida. Hay formas de soportar la desdicha. A veces se supera con la ayuda de alguien. Y eso también es la educación: aumentar los recursos para soportar lo malo y para disfrutar de lo bueno.

- Hablemos de su infancia. Usted nació en Toledo, era nieto de un filósofo. ¿Qué recuerda de aquello?

- No llegué a conocer a ese abuelo porque murió muy joven. Pero jugué en su biblioteca haciendo castillos con sus libros. Éramos cinco hermanos y vivíamos en una casa muy grande en la que también residían nuestros tíos. Los chicos pasábamos el día con los tíos y dormíamos con los padres, y las chicas, al revés. Mis tíos eran sumamente cariñosos. Quien tiene un ambiente así en su infancia adquiere tal seguridad que luego no la pierde. A mí me ha servido mucho.

- ¿Y recuerdos concretos?

- Apenas los tengo hasta llegar a los 12 o 13 años.

- ¿Cómo era de adolescente?

- Fui un adolescente con éxito académico que vivía un poco aislado. Participaba en actividades de teatro y culturales. Tenía más compañeros de esas actividades que amigos en sentido estricto. Estaba acostumbrado a pasar mucho tiempo entre libros. Al acabar el Bachillerato, lo único que me emocionaba era el baile.

- Cuesta imaginarlo bailando.

- No era tanto bailar como hacer coreografías. Pensé dedicarme a eso, pero en España no había posibilidad entonces de formarse en algo así. De todas formas, lo importante era ver la ocasión de que algo bello existiera. Lo sigo pensando. Y me impresionaba lo que Diaghilev había sido capaz de hacer. Ese sentimiento de dar oportunidad a la belleza lo plasmé en otras cosas: fundé revistas, dirigí grupos de teatro..., más tarde creé la Universidad de Padres.

- Pero estudió Filosofía.

- Pensé que era una forma de prepararme para acercarme al arte. Historia del Arte tenía varios cursos comunes con Filosofía y Letras, y ahí me encaminé. Vi que una cosa de la danza era aplicable a todo: la capacidad para transformar el esfuerzo en gracia. Eso también lo hace el científico cuando estudia, y hasta toda relación amorosa tiene su parte de esfuerzo. Pensar es como bailar. Es un espectáculo, pero el público no ve el trabajo en la barra, las heridas en los pies... Ni el estudio que hay antes de dedicarse a pensar. Por eso, desde que empecé a escribir me interesó el tema del ingenio y lo que lleva detrás.

- Usted ha escrito que los chicos tienen que aprender a pasar malos momentos y superarlos. ¿Cuáles fueron sus malos momentos?

- Mi adolescencia fue objetivamente tranquila y subjetivamente pesimista. Los momentos más complicados de mi vida, entonces y más tarde, han estado relacionados con decisiones que podían afectar a otras personas. Mi mayor horror ha sido tener que despedir a gente de mis equipos. Procuro eludir esas situaciones, aunque con frecuencia he ocupado puestos de dirección que no me gustaban mucho.

- Ya ha dicho que era muy buen estudiante. Los malos momentos no vendrían por ese lado.

- Fui muy buen estudiante hasta tercero de carrera. Hasta ese momento había tenido becas, porque mi familia perdió mucho en la guerra. En tercero me dediqué al teatro, suspendí, perdí la beca y me echaron del colegio mayor en el que residía en Madrid. Ya tenía pensado volver a Toledo y dedicarme a otras cosas cuando me ofrecieron dirigir el Teatro Universitario, y me quedé.

- ¿A usted también le decepcionó la Universidad?

- Me decepcionó la Universidad pero me entusiasmó el colegio mayor en el que estaba (el Aquinas). Hice más vida allí que en la facultad. Tardé más en acabar la carrera porque luego estuve 18 meses en Melilla haciendo la mili.

Profesor

Acabó la carrera y comenzó a hacer oposiciones. Sin haber cumplido aún los 30 años, tenía una plaza de profesor de instituto en Aranjuez. Allí estuvo dos años antes de pedir una excedencia, porque lo que quería hacer era investigar. Sentado ante una mesa de reuniones de su oficina, en el centro de Madrid, habla de cómo su acercamiento a la enseñanza fue informal hasta que articuló una teoría y regresó a la docencia para ponerla en práctica. Luego estuvo dos años en la Autónoma de Madrid formando a los futuros maestros. Llueve en el exterior y la silueta de un árbol navideño se recorta contra la ventana. Es el momento de hablar de una de sus pasiones, muy alejada de la pedagogía.

- ¿Cómo surgió su afición por la floricultura?

- Mientras investigaba en esa teoría sobre la enseñanza de la que le hablaba, puse unos invernaderos y me gané la vida cultivando plantas y flores.

- ¿Los tuvo mucho tiempo?

- Hasta hace unos quince años. Cultivaba orquídeas, azaleas, hortensias. Desde el principio me di cuenta de que era un modo de vida bonito, porque dejaba tiempo libre. Aunque hubo un momento en que el negocio creció y tuve que contratar gente.

- Para entonces ya había conocido a Álvaro Pombo.

- Sí, fueron unos años muy brillantes. Nos conocimos en el colegio mayor. Hicimos una revista y publiqué allí lo primero de Álvaro.

- Luego muere el padre de Álvaro y usted se casa con su madre. ¿Cómo se aceptó eso en la conservadora sociedad santanderina de entonces?

- Si le digo la verdad, no lo sé. Yo me llevé muy bien con toda la familia de Pilar, mi mujer. Pero en Santander no estuvimos prácticamente nunca. Ni tampoco Álvaro volvió apenas. Así que no sé qué responder.

- Da clases, obtiene una cátedra de instituto, está en contacto permanente con adolescentes, pero no publica su primer libro hasta los 53 años. ¿Por qué esa vocación tardía de alguien que luego ha escrito tanto?

- En realidad, lo de escribir se lo debo a Jorge Herralde. Me lo presentó Álvaro y fue él quien me propuso escribir. Había empezado a estudiar cómo funcionaba el ingenio. Pensé que no hay nada más triste que una persona aburrida escribiendo sobre el ingenio. El reto era hacer algo ingenioso sobre el ingenio. Envié el texto a Herralde y me animó a que lo presentara al premio de Ensayo de Anagrama, pero también me advirtió de que ese año se presentaba un autor muy conocido, de manera que lo más probable era que no lo ganara. No sé qué sucedió, pero lo gané, y unos meses después, el Nacional de Ensayo.

- Un buen debut.

- Yo solo había pensado escribir ese libro, y de no haber sido por el éxito que tuvo no creo que mi vocación literaria hubiese dado para más. Pero descubrí el placer de escribir. Aristóteles decía que la felicidad no es un estado, sino algo que acompaña a una actividad. Por eso hay que buscar una actividad que te dé ese placer. No entiendo a quien dice que sufre escribiendo. Pues si sufre, que no lo haga, que no es una obligación.

Marina, fotografiado en su despacho de Madrid.
Marina, fotografiado en su despacho de Madrid. óscar chamorro

Relaciones y límites

Su éxito literario le llegó después de haber enviudado y casarse por segunda vez. No tiene hijos propios, pero ha mantenido una relación intensa con los de sus esposas (en alguna ocasión, preguntado sobre la cuestión, ha asegurado tener «ninguno o seis hijos»). Un trato que, sumado al habido con sus alumnos, le ha dado una experiencia amplia sobre la cuestión, aunque él duda del valor de la experiencia así, en abstracto.

- La experiencia por sí sola no sirve para nada. La importante no es haber vivido mucho, sino haber tenido la capacidad para interpretar lo que ha sucedido en esa vida. Si no fuera así, los ancianos serían siempre los más sabios. Y no es verdad. Para ser valiosa, la experiencia debe ser meditada, no un puro gastar el tiempo.

- ¿Cómo se llevaba con aquellos adolescentes que eran sus alumnos?

- Hace dos meses me invitaron a reunirme los integrantes de una de aquellas promociones. Me contaron que era un profesor duro pero que, al tiempo, me preocupaba por ellos. Les llegó a interesar la Filosofía, y me dijeron que me llamaban el 'profe de la alcachofa'.

«Al acabar el Bachillerato lo único que me emocionabaera el baile»

- ¿Por qué?

- Les leía la 'Oda a la alcachofa' de Neruda y llevaba una real, porque me di cuenta de que la mayoría solo conocía las alcachofas de lata. Mi interesaba que tuvieran una experiencia filosófica y poética, que descubrieran que puede haber una experiencia filosófica ante algo cotidiano. Era ampliar el campo de experiencia de los alumnos.

- ¿Y los políticos? ¿Cómo ha sido su trato con ellos?

- Bueno no, aunque debo decir que me han respetado. Me han ofrecido algún puesto que no he aceptado y les he explicado el motivo. Creo que debemos ser independientes y les he dicho cómo lo veo. Ya he comentado otras veces que no quiero entrar en ese juego porque, vulgarizando un poco, la ideología es a la educación lo que la mixomatosis a los conejos.

- Eso es duro.

- Sí, pero mire lo que pasó con la asignatura de Educación para la Ciudadanía, que desató el debate más torpe y sectario que haya visto. Y hemos tenido muchos. Necesitamos algo de eso, que al fin y al cabo es ética. Que por lo menos los adolescentes sepan que hay cosas buenas y malas, y no solo permitidas y prohibidas. Porque la honradez, la lealtad, no valen nada en ese terreno. Y ya descendiendo por ese precipicio, eso hace que se encanalle la vida pública.

- ¿Hay más distancia generacional hoy entre padres e hijos que antes?

- Muchísima menos. Nadie de mi edad hablaba con sus padres. El índice de satisfacción de los jóvenes con sus padres es muy alto. No hay una crisis real de la adolescencia.

- ¿Los jóvenes han cambiado en las últimas generaciones o quienes hemos cambiado somos quienes los observamos?

- Lo que ha cambiado es el entorno de los jóvenes. Tienen las mismas necesidades que hace treinta años, pero con otras posibilidades. También nosotros queríamos llegar tarde a casa, pero entonces entendíamos que tarde era la una, y ahora piensan que son las siete. De los adolescentes en el siglo XVI ya se decía casi lo mismo que ahora de los actuales.

«Los adolescentes deben saber que hay cosas malas, no solo prohibidas»

- Entonces quizá sea el consumo lo que define a los de este tiempo.

- Han cambiado sus necesidades de consumo y su dependencia de los móviles. Pero también los padres tienen adicción a la pantalla. El tuit es un problema social de gran magnitud. Fomenta una hiperactividad cognitiva.

- Siempre ha defendido que hay que marcar límites a los hijos, a los adolescentes. ¿Pero quién lo hace y con qué autoridad?

- Hay una crisis de autoridad, cierto. Eso no obsta para que creamos que son necesarios límites psicológicos que permitan organizar mejor la vida social y la personalidad de los más jóvenes. Y otra cosa: no nacemos libres; a ser libre se aprende obedeciendo. A los 3-4 años, quienes han aprendido a obedecer empiezan a darse órdenes y a obedecerse. A veces decimos de alguien que es muy espontáneo. ¿Desde cuándo eso es una virtud? Si eres muy espontáneo es que no eres dueño de tus impulsos.

- Eso de ser espontáneo se relaciona también con esa gente que explica que dice siempre lo que piensa. Puede que no sea lo más conveniente en todos los casos.

- La franqueza sin prudencia es la virtud de los necios. Es como quien dice que no se arrepiente de nada de su pasado. Pues si lo dices, o eres un santo o un imbécil.

- ¿Por qué la violencia sigue fascinando a los jóvenes?

- Eso ha sido una constante en los jóvenes en una parte muy importante de la Historia de la Humanidad. Pero hemos disminuido la agresividad, hasta el extremo de que ya no parece un problema especial. La cuestión es que cosas que siempre han sucedido, ahora tienen una trascendencia especial por la publicidad: el 'bulling', por ejemplo. Pero es cierto que necesitamos conocer los mecanismos que están detrás, porque no todas las violencias son iguales.

«La franqueza sin prudencia es la virtud de los necios»

- Si volviera a ser adolescente, pero con lo que sabe ahora, ¿a qué experiencias renunciaría y cuáles trataría de conseguir?

- Leería menos y dedicaría más tiempo al deporte y a estar con amigos y amigas.

«Hay que aprender que el esfuerzo es necesario»

- ¿Hemos olvidado valores como el esfuerzo?

- Hay que aprender que el esfuerzo es necesario, que en la vida hay experiencias desagradables. Lemas como 'si se quiere se puede' son un error y generan frustración.

- ¿Cómo ve el mundo hacia el que caminamos?

- Mi último libro ('Historia visual de la inteligencia') intenta prever ese futuro. En no más de cinco años, definiremos un mundo que ahora está en el alero. Puede que no valoremos la libertad, que jaleemos el autoritarismo. Los sistemas de inteligencia artificial son de empresas, pero nos ofrecen tanta comodidad que no nos importa quién los controla. Estamos abdicando de la facultad de decidir.

- Nuestra sociedad será cada vez mayor. ¿Le preocupa?

- Sí desde el punto de vista económico, por las pensiones. Pero otros temas pueden abordarse de manera diferente: se puede seguir aprendiendo, y eso siempre rejuvenece. La jubilación es el tiempo de desarrollar aficiones que se han ido formando antes. Si no se hace así, cuando termina la fase laboral la gente queda desarmada.

- Frente a eso, los ejemplos para los jóvenes son muchas veces personas que negocian con la exhibición de su vida.

- Los ciudadanos tienen tres votos. El político, en las elecciones; el económico, en sus decisiones de compra; y el del prestigio. Cuando damos este a alguien, le concedemos un gran poder. Hay que cuidar a quién hacemos 'influencer'...

Su trayectoria

  • Nació Toledo, el 1 de julio de 1939.

  • Formación. Es licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad Complutense de Madrid y fue catedrático de instituto de esta materia.

  • Carrera. Su trayectoria docente ha ido unida a sus investigaciones en materias como la teoría de la inteligencia, la fenomenología, la psicología, la neurología y la lingüística. Ha trabajado en la elaboración de borradores de documentos para la reforma educativa y el texto de Educación para la Ciudadanía. Creó la Universidad de Padres.

  • Libros y premios. Con su primera obra, 'Elogio y refutación del ingenio', ganó el Herralde y el Nacional de Ensayo. Otros libros: 'Ética para náufragos', 'El laberinto sentimental', 'Atrévete a pensar', 'Dictamen sobre Dios', 'El rompecabezas de la sexualidad', 'Las culturas fracasadas'... Acaba de publicar 'Historia visual de la inteligencia' (Ed. Conecta). Está en posesión de los premios Giner de los Ríos, Fundación Independiente de Periodismo, Camilo José Cela, etc. Y es socio de honor de la Academia de las Ciencias y las Artes de Televisión.

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