«Con el ordenador, los médicos miramos más a la pantalla y menos al paciente»
Es autor de la tesis doctoral que analiza la vida y obra del doctor Luis de Castro, fundador de la Casa de Galicia en Valladolid
He aquí un arqueólogo del árbol genealógico y un sabueso de archivos y bibliotecas. Álvaro de Castro Palomares (1978), médico de Familia en su Orense ... natal, donde se ha convertido en una referencia en el tratamiento y cuidado de personas mayores durante la pandemia. Admite que estos dos años en primera línea de lucha contra la covid le han pasado factura en su cuerpo, pero buscó y encontró la forma de tener la mente más ocupada y más despierta gracias a la elaboración de su tesis doctoral, con la que ha logrado sobresaliente cum laude. Versa sobre su abuelo, el doctor Luis de Castro García, quien entregó su vida a la Medicina en Valladolid, ciudad en la que labró un perfil humanista, en el que resalta sobre todas una importante obra, 'Un médico en el Museo', elaborada sobre las tallas que guarda el Colegio de San Gregorio. El libro, de 1954, recibió notables elogios, que encabezaron Gregorio Marañón y Francisco de Cossío.
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–Nieto de don Luis de Castro García ¡Ahí es nada!
–Mi abuelo había nacido en Entrimo (Orense) en 1912 y uvo solo un hijo, Leopoldo de Castro, mi padre, que nació en Valladolid y falleció joven. Mi abuelo era Tisiólogo del Estado, experto en el tratamiento de la llamada tisis, la peste blanca, y mi padre fue neuropsiquiatra; se consideró discípulo de José María Villacián.
«Corremos el riesgo de insensibilizarnos con las cifras de la covid. La sociedad está aún en proceso de digestión de esta enfermedad»
ÁLVARO DE CASTRO
–Sería gallego de nacimiento, pero su abuelo ejerció de vallisoletano allá por donde fue.
–Es una figura muy interesante; rescatarla, a mi juicio y lo defiendo en la tesis, es porque me parece un nexo cultural entre la cultura gallega del momento, que podría estar representada por Otero Pedrayo, y la cultura castellana y leonesa.
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–¡Ah! Castellana y leonesa también, ¿no solo vallisoletana?
–Claro. Luis de Castro fue un estudioso de Alonso Berruguete y de las tallas expuestas en el grandioso Museo Nacional de Escultura Policromada de Valladolid. También participó en congresos en Portugal con lo cual podríamos hablar de una cultura ibérica. Había congresos de Etnografía y de Arte Medieval en los que mi abuelo, que también era licenciado en Filosofía y Letras, pudo opinar. No siendo aún licenciado en Filosofía y Letras escribió la obra 'Un médico en el Museo', un ensayo de 1954, en 1.318 páginas, prologado por Gregorio Marañón con epílogo de Francisco de Cossío, quien se refirió a esta obra en unos términos muy especiales.
–Cuente, cuente.
–Dijo Cossío: «Este libro presenta al lector el panorama completo del Museo de Valladolid y ninguno hasta ahora ha hecho de él un análisis tan minucioso y reflexivo como el doctor Luis de Castro». Fue una tirada de 500 ejemplares y a ciertos catedráticos les pudo molestar que un médico opinara del arte en Valladolid y en su Museo Nacional de Escultura.
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–¿Alguno en concreto?
–Don José María de Azcárate. Años más tarde, este dio clase a mi abuelo ¡y le suspendió en Historia del Arte Contemporáneo! Debió haber algunas rencillas entre ambos ya que mi abuelo pidió traslado de su expediente a Santiago de Compostela, donde acabó con sobresaliente esa asignatura, para regresar a inscribir el título de licenciado en Filosofía y Letras en la Facultad de Valladolid en 1961.
–No habiéndolo conocido personalmente, ¿cómo se sumergió en la figura de su abuelo?
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–La tradición familiar tuvo su peso, pero fue escaso. Sin embargo, encontramos en casa gran cantidad de cajas, con más de mil cartas de correspondencia con personajes como Camilo José Cela, Narciso Alonso Cortés, José Ibáñez Martín...
–¡Un tesoro epistolar!
–Y una grandísima biblioteca, que incluye una colección de 'ex libris'. Decidimos poner orden en todo ese material inabarcable. Hay incluso dos obras inéditas: un Decálogo sobre el Tratamiento de la Tuberculosis y otra sobre Antropología y Metafísica de la Mano. Las principales obras de él fueron 'Un médico en el Museo' y una joya que editó el Ateneo de Valladolid en 1953 que lleva por título 'El enigma de Berruguete en la danza y la escultura', en el que aseveraba de una manera bastante chocante para la época que las figuras de Alonso Berruguete bailaban flamenco.
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–¡Toma ya!
–Había detectado la S manierista de las esculturas de Alonso Berruguete, que daban sensación de movimiento y junto al reputado bailarín Vicente Escudero confeccionaron esa teoría del baile flamenco. Ojo, ¡pasó la censura eclesiástica!
–Ha titulado su tesis 'El pensamiento científico-humanístico del profesor doctor Luis de Castro García'. Ciencia y humanismo de la mano en un médico. ¿Llegan al médico unidas o es el médico quien ha de juntarlas?
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–Hay una frase que utilizaba mucho mi abuelo: «A la Medicina nada le es ajeno». Conforme a ello, la Medicina tiene mucho de arte, con lo cual no nos debe extrañar que ambas facetas vayan juntas. Y cuando digo humanismo no solo es arte, sino que incluye la estética, la filosofía y muchísimas otras disciplinas de las Humanidades, que creo que hay que rescatar.
–¿Por qué? ¿Para qué?
–Porque el protagonismo los últimos años de la tecnología ha abrumado al componente humanístico, necesario, de la Medicina.
–¿Es Luis de Castro García, entonces, ejemplo de que por muy eficaz que sea la tecnología, en la Medicina nunca podrá reemplazar al factor humano?
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–Mi abuelo sería en eso uno más de una pléyade de médicos humanistas de mitad del siglo XX, entre los que incluyo a Teofilo Hernando, a Gregorio Marañón, a Laín Entralgo... Esas personas que plantean en los últimos cien años, en los que ha habido un progreso brutal de la ciencia, el dotar de ese componente reflexivo que aportan el humanismo y las humanidades médicas. Cuando Marañón prologó el libro de mi abuelo sobre el Museo de Escultura habló de un ensayo biológico-artístico. No se da habitualmente este tipo de categoría en los ensayos que generosamente prologó Marañón a lo largo de su vida. Esa categoría de ensayo biológico-artístico, de vivisección y de disección de las esculturas del Museo Nacional de Valladolid hacen a ese libro único.
–En estos tiempos tan internetizados no parece que la reflexión cotice al alza.
–No. Y de hecho, la Historia de la Medicina Bioética, de la que por cierto mi abuelo fue encargado de Cátedra en Valladolid, o disciplinas similares como la Ética Médica en los actuales diseños de las carreras de Medicina, Enfermería y Fisioterapia es una pena que no cobren ese peso tan necesario para lo que es la práctica asistencial.
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–Esta es época de adelantos tecnológicos imparables.
–Pero acabamos de ver recientemente ese debate, por ejemplo, en quién accedía o no a un ventilador en época de pandemia, el reparto de la Justicia distributiva, la autonomía del paciente... Todo eso es necesario para reflexionar y para hacer unos mejores profesionales, que es lo que quieren la Sanidad y la sociedad.
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–¿Es lo que quieren o es lo que necesitan?
–Es lo que necesitan y yo creo que en el fondo es lo que quieren. Desde que tenemos ordenador en las consultas, los médicos miramos más a la pantalla y menos al paciente; miramos mucho los resultados de un PEC, de un TAC, de un escáner y nos olvidamos de la historia clínica que hay detrás, de la importancia de la exploración clínica, de la que la promoción de médicos de mi abuelo eran auténticos maestros. Con un vulgar fonendo, se acercaban al paciente a escuchar a no más de 20 centímetros. Esto se ha perdido y corre el riesgo de que se pierda del todo.
–Su abuelo obtuvo reconocimientos también como escultor, escritor, promotor de la cultura gallega en Castilla y León, fundador de la Casa de Galicia en Valladolid y columnista de prensa. Polifacético donde los haya.
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–Fue el primer presidente de la Casa de Galicia en Valladolid y allí la actividad cultural fue muchísima, lo que le propició contacto cercano con Félix Antonio González, Francisco Javier Martín Abril, Federico de Wattenberg, Juan Beceiro... Fue columnista en El Norte y conservamos cartas de Miguel Delibes, en una de las cuales le insta a publicar un artículo sobre Alonso Berruguete. Luis de Castro generó opinión en la cultura vallisoletana, aportando esa visión realmente novedosa de las esculturas contempladas en el Museo Nacional. Por cierto, que también fue sindonólogo.
–¡Qué me dice!
–Sí, sí, fue estudioso de la Sábana Santa de Turín. Una de las aportaciones principales que tiene sobre ella es un estudio, junto con el profesor Gómez Bosque, encargado de Anatomía en la Facultad de Valladolid, en el que ambos constatan y afirman que las lesiones producidas por el clavo en la crucifixión de Cristo son entre el segundo y el tercer metacarpiano de las manos.
–¿Qué cree que habría dicho su abuelo de haber vivido esta pandemia?
–Él vivió una pandemia, que ya es endemia, la de la tuberculosis, que causaba una mortalidad enorme. Lleva con nosotros esta enfermedad más de 3.000 años. Esta pandemia del siglo XXI hay quien la ha afrontado con arrojo y valentía y hay quien no. Sabiendo lo que es evacuar pacientes y heridos de una guerra civil y habiendo tratado a tuberculosos, creo que eso capacita y da bagaje para haber tenido arrojo y haber afrontado esta pandemia con valentía. La ciencia avanza: lo hizo con la tuberculosis y lo hará con el coronavirus. Para mí ha sido un orgullo descubrir el compromiso de mi abuelo con el tratamiento de la tuberculosis y sus pacientes y ha sido también un acicate para mí el haber tratado de dar un paso adelante en la pandemia y en la época más complicada. Porque ahora parece que se le ha perdido el respeto al covid...
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–...¿Usted cree?
–No olvidemos los tres primeros meses desde marzo del 2020. Todos enmudecimos, atónitos ante las cifras de fallecidos por una enfermedad desconocida.
«Desde que tenemos ordenador en la consulta, los médicos miramos más a la pantalla y menos al paciente»
ÁLVARO DE CASTRO
–Usted, además, lo vivió en la zona cero, que fueron las residencias de ancianos. ¿Cómo está su ánimo?
–He engordado, me han salido canas y empiezo con la presbicia. Me ha pasado factura. Me ha cambiado el humor. Al principio era indescriptible: llegabas a casa, tenías una bolsa de basura para dejar la ropa, apenas podía ver a mis hijas, poníamos toallas de lejía en el quicio de la puerta... Hay quien recuerda los principios del sida en los años 80: generaba mucha ansiedad tratar a un paciente con VIH. Para mí la tesis ha sido terapéutica: podía escribir a las 2 de la mañana y descubrir cosas nuevas de mi abuelo y de mi familia.
–¿Ve luz al final del túnel covid?
–De esta enfermedad poco se sabe. Lo mantengo desde el principio. La Medicina no es evidente, no es garantista.
–Explíquese.
–¿A qué nos estamos enfrentando? A una enfermedad que nos ha dejado descolocados, en la que vamos mejorando cifras de mortalidad merced a la vacuna, claramente. El impacto de la vacuna lo veo alegre y felizmente en las residencias de ancianos: el efecto beneficioso. Que haya reinfecciones es muy frecuente, pero vamos conociendo un poco por detrás del virus.
–¿Cómo saldremos de esta pandemia los pacientes, los usuarios del sistema sanitario?
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–Entre cifras y cifras, es un riesgo que también corremos los sanitarios, parece que nos ponemos una coraza. Hemos comparado frívolamente las cifras de muertos en un día con un accidente de avión. Corremos el riesgo de insensibilizarnos con las cifras. Y no debemos correr el riesgo de frivolizar con la enfermedad. Es un cierto error gripalizar la pandemia. Creo que hace falta suficiente recurso humano y económico... Si algo tiene de valor la empresa de la Sanidad es su capital humano. Creo que todavía la sociedad está en proceso de digestión de esta enfermedad. Hay grupos de personas que todavía están muy descolocadas, no saben que esto es serio. Es muy serio. Esa solidaridad y aquellos aplausos a los sanitarios los primeros meses, con 900 muertos diarios, se olvida. Como seguro que en los años 19 y 20 del pasado siglo se ha olvidado que había médicos que con dos trapos en la cara se atrevían a tratar a los enfermos de la mal llamada gripe española, que morían como chinches. Tiene que saber cada individuo que a veces las tomas de decisiones que uno adopte tienen consecuencias para el conjunto de la sociedad.
–¿Va a haber cuarta generación de la saga médica De Castro?
–Mis hijas tienen solo 13 y 9 años, pero si deciden optar por el camino de la Medicina y si yo tengo salud, fuerzas, energía y cabeza, estaré encantado de echarlas una mano.
–Tras esta tesis doctoral sobre su abuelo, ¿se le ha pasado ya por la cabeza qué quiere ser de mayor?
–Cuando sea mayor, si llego, me gustaría jubilarme y poder disfrutar de tocar un buen piano.
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