Una niña, en un balde en su tienda del campo de refugiados de Solimanía. FOTO CEDIDA POR PABLO SANTANA

«Pasaron en cinco minutos de ser ciudadanos 'normales' a ser indigentes»

Pablo Santana, cooperante vallisoletano, narra el drama de los refugiados después de quince días de trabajo en cuatro campos ubicados en Irak

Antonio G. Encinas

Sábado, 19 de septiembre 2015, 20:46

«Pensaba que un refugiado era un pobre, gente sin recursos para irse a otro lado. Pensaba que era gente con poca formación, con vidas problemáticas desde hace tiempo». Ahora Pablo Santana se ríe de sí mismo, como podría reírse de todos los que piensan, pensamos, como él lo hacía antes de viajar a los campos de refugiados de Irak, donde ha permanecido quince días. Se reiría, desde luego, si no fuera porque el asunto tiene poco de humorístico.

Publicidad

¿Qué es un refugiado, entonces?

Es gente normal y corriente que ha tenido que salir de sus casas con una mano delante y otra detrás.

Y pone un ejemplo que resume bien el choque entre prejuicios y realidad.

«Una cosa que me llamó la atención es que la gente con la que vivía tenía móviles como los nuestros. Y pregunté cómo era eso posible y me dijeron que los traían de sus casas. Se llevaron las cosas que pudieron coger, entre ellas el móvil y el cargador. Porque algunos salieron entre disparos. Algunos caminaron campo a través y dejaron atrás coche, casa, pertenencias... Sus ahorros están en bancos sirios y ahora no tienen acceso a ellos... Pasaron de ser ciudadanos normales a ser, en cinco minutos, indigentes».

Desde la mirada occidental resulta complicado ponerse en situación. Refugiados, se dice. Y se lanzan números, se reparten en cumbres europeas, a ti te tocan quince mil, a ti diez mil. Y parecen muchos para un viejo continente en crisis.

Bien. Pues veamos más datos.

¿Cómo es un campo de refugiados? ¿En qué consiste?

Se te pierde la vista viendo plásticos. Hectáreas y hectáreas de tiendas de campaña con calles, organizadas por sectores, con retretes como los de las ferias y algunos servicios con alguna manguera. Hay algunas zonas comunes, un hospital de campaña, una pequeña depuradora de agua y focos altos que alumbran. Y todo eso, lleno de gente que no tiene nada que hacer más que intentar seguir vivos un día más.

Publicidad

España tendrá que acoger a unos quince mil refugiados.

«En uno de los cuatro campos en los que estuve había veinte mil personas. Estaban construyendo uno nuevo con excavadoras, a marchas forzadas, porque al día siguiente tenían que abrirlo. Esperaban la llegada de diez mil personas más».

No vale programar. No sirven los cronogramas, ni los diagramas, ni las hojas de cálculo. La desproporción del éxodo es tan grande que sobrepasa la capacidad organizativa de las asociaciones que prestan su ayuda allí.

Publicidad

Por si fuera poco, establecer un campo así lleva aparejados otros problemas difíciles de comprender desde aquí. «Entre las propias etnias se llevan fatal, porque hace años incluso quizá estuvieron en guerra. Los separan con vallas, no los mezclan, para evitar conflictos».

Pablo Santana llevaba una semana en Irak cuando Aylan, ahogado en la playa, saltó a los ojos occidentales desde las portadas de los periódicos. Más allá del debate ético, y un punto hipócrita, que se planteó sobre el uso de esa imagen, lo cierto es que al menos ese drama sirvió para algo.

Publicidad

«Cuando pasó lo del niño, pasadas 24 horas comencé a leer la prensa y vi el revuelo que se había organizado, y que había gente que pensaba que iban a venir a Europa más inmigrantes a quitarnos el trabajo. En cambio, el mensaje que yo recibía allí era nosotros queremos volver a nuestras casas». De pronto existía un problema que había permanecido invisible. Y había mucho que explicar. «Vi que había una diferencia entre ambos mensajes. Fue entonces cuando llamé a El Norte». Y desde estas páginas comenzó a contar su experiencia cada día. Las vivencias de una persona normal en una situación excepcional.

¿Quién es Pablo Santana?

Tengo 29 años, estudié aquí, soy ingeniero de Telecomunicaciones y me he ido a Irak porque soy voluntario de varias asociaciones y colaboro con alguna ONG, y en concreto con Más Libres, una organización pequeñita que se dedica a labores de sensibilización sobre la situación de las minorías religiosas. Promovieron una actividad sobre el terreno y me apunté sin pensármelo mucho, porque cuando se lo dije a la familia empecé a tener problemas. Consideraban que era muy arriesgado. Allí hay pocas ONG, porque es complejo llegar y el gobierno de Irak pone muchos impedimentos por la ausencia de seguridad. Era difícil llegar a saber qué íbamos a hacer allí». Aunque Pablo Santana enseguida encontró tarea. Algo que se convierte en un lastre para los refugiados es la falta de información. Ahí Pablo halló la manera de colaborar, mejorando la red wifi y consiguiendo acondicionar una sala de informática con ordenadores. «Cuando les pusimos la sala de informática montamos una red wifi. Empezaron a conectarse para consumir noticias y comenzaron a enterarse de o que ocurría en la frontera con Hungría. Y entraban para ver la situación del frente».

Publicidad

Las organizaciones humanitarias tratan de presentarse allí con los perfiles más adecuados en función de las necesidades. «Fuimos varias personas del ámbito sanitario, de seguridad, uno que tenía experiencia con niños, otro agrónomo. Y gente de la comunicación, porque una de las partes fundamentales es poder contar lo que ocurre», explica este cooperante vallisoletano. Y eso que él, cuando partió, «tampoco tenía muy claro qué iba a hacer y en qué iba a ayudar». Descubrió que los niños son uno de los pilares que conviene cuidar. Porque los adultos, llegado un punto, empiezan a pensar que no hay futuro, a resignarse a su suerte. A deprimirse.

«Los niños necesitan ver una luz. Porque al principio crees que no son conscientes, porque los ves jugando, pero luego te das cuenta de que cuando pasan 365 días haciendo lo mismo ya no se lo pasan bien. Nosotros éramos la novedad y estaban encantados, pero claro...», explica Pablo. Así que decidieron enseñar a los mayores, de 16 ó 17 años, a ejercer como monitores. «La clave es hacer que se motiven».

Noticia Patrocinada

Al final, las comunicaciones y los niños se convirtieron en su trabajo diario. «Mis tareas principales eran atender a los niños, jugar, vigilar su estado de salud, de nutrición. Algunos llevan allí un año. Había bebés que habían nacido allí y no estaban desarrollándose bien. Y luego me encargaba de la asistencia técnica de ordenadores, de las redes, que allí es fundamental para poder trabajar y para que permanezcan informados».

Lo peor es que la salida a este conflicto no está clara. «Hay una cuestión política de fondo muy grave, porque el ISIS nace porque Occidente, para derrocar a Sadam y a Al Asad, apoyan a una disidencia que acaba por desbocarse. El país se convirtió en un avispero, y en esos casos siempre pierden los pequeños», explica Pablo Santana. ¿El colmo? «He llegado a escuchar a gente que dice que vivían mejor con Sadam y con Al Asad», asegura. Por lo que parece, harán falta muchos Pablos Santanas aún.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

3€ primer mes

Publicidad