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García Gómez defiende que el gobierno regional debería capitanear y coordinar las actuaciones de promoción turísticas, en vez de tolerar que cada institución haga la guerra por su lado.

«Hay mucho patrimonio desatendido. La ordenación territorial también debe preocuparse de esto»

Francisco José García Gómez, experto en patrimonio y turismo

Vidal Arranz

Sábado, 7 de febrero 2015, 09:09

Director del Departamento de Humanidades de la Universidad Europea Miguel de Cervantes de Valladolid, responsable de su Universidad de la Experiencia, y profesor de cine, Francisco José García Gómez es, sobre todo, un experto en patrimonio y en turismo. Autor de un estudio de referencia sobre el románico de Soria, entre otros trabajos, no hay rincón de Castilla y León que desconozca. Ha asesorado al gobierno regional en planes e iniciativas, lo que no le impide denunciar una insuficiente coordinación entre los distintos departamentos dedicados al patrimonio. Hombre claro y directo, aboga por una mejor promoción de nuestros recursos y por una clarificación de las prioridades inversoras y de los criterios de actuación.

-Ha manifestado en más de una ocasión que la protección del patrimonio en Castilla y León se enfrenta a graves problemas a causa de la multiplicación de administraciones propietarias.

-Está claro. El catálogo que se maneja es muy amplio y no tiene orden ni concierto. No recoge ningún criterio de prioridades, con lo que las inversiones suelen ir a muchos sitios muy reconocidos, o con una inversión muy asegurada. Y no se apuesta por otra serie de actuaciones de puesta en valor. Tampoco hay suficiente coordinación, ni entre instituciones, ni dentro de la propia administración regional entre distintas direcciones generales. De ahí deriva la existencia de una diversidad de marcos de trabajo: la Ley de Patrimonio, o el Plan PAHIS, que marca directrices a veces extremas, que no dejan espacio para la operatividad. Luego existen acuerdos con la Conferencia Episcopal, propietaria de gran parte de nuestro patrimonio, en los que no se marcan unos criterios de intervención claros. Eso genera situaciones rocambolescas, y nos encontramos con un patrimonio que, pese a tener tantos propietarios, o quizás por ello, está absolutamente huérfano.

-¿Situaciones rocambolescas?

-Un buen ejemplo es lo que ocurre en la calle Cadenas de San Gregorio de Valladolid, que alberga un gran número de propiedades patrimoniales, con distintos propietarios y afectados por leyes y normas diferentes, unas nacionales, otras regionales, provinciales y locales. Tenemos incluso un edificio que es propiedad de una orden reglar. Es un maremágnum que parece el estado de las autonomías metido en una sola vía.

-O sea que también el patrimonio sufre como consecuencia de la indefinición competencial de nuestro modelo territorial

-Totalmente. Hay una figura muy reveladora, que es la del patrimonio semoviente, que es el que físicamente no se puede mover más allá de las fronteras de una administración. Y eso responde a que el patrimonio, muy a menudo, no se ve como un legado que hay que preservar y traspasar a las generaciones venideras, sino más bien como una especie de símbolo de una comunidad, con el que jugamos a conveniencia. Esto es como cuando un matrimonio mal avenido utiliza a los hijos como arma arrojadiza del uno contra el otro.

-¿Es distinta la experiencia en los países de nuestro entorno?

-Sí, porque fuera tienen muchísimo más claro cuáles son las directrices, y cuál es el patrimonio catalogado. Aquí muchas veces no sabemos ni lo que hay dentro de un museo. Aunque también es verdad que la mayoría de ellos tienen menos patrimonio que nosotros. Pero lo fundamental es que sus criterios de actuación y de intervención son menos ambiguos.

-¿En qué debería traducirse esa buena gobernanza que reclama?

-Esto es como una tela de araña. Cuando te fallan los hilos que tienen que conectar los distintos niveles de gestión el resultado empieza a ser un caos. Conozco casos de sacerdotes que no consultan con el delegado diocesano y hacen la guerra por su cuenta, sin contar con el alcalde ni con nadie. Y a la dirección general le toca intervenir cuando llega la empresa a restaurar. Mandamos muchos pero no hay un criterio unificado.

-¿Es posible conseguirlo mientras se mantenga el actual reparto competencial, o cualquier reforma ambiciosa requeriría cambiarlo?

-Lo primero que hay que reconocer es que tenemos muchísimo patrimonio. Eso está muy claro. La Ley de Patrimonio de Castilla y León está bien hecha, hay estructuras en la administración regional bien planteadas y con técnicos de muchísima valía. Contamos con empresas de restauración punteras, con un nivel técnico fantástico y competitivas a nivel internacional. Pero no hay nadie que pegue un puñetazo en la mesa y ponga orden.

-En buena lógica habría que pensar que la Ley de Ordenación del Territorio podría ayudar a resolver este problema.

-Debe afectarle positivamente. Si usted se mueve por las provincias de Castilla y León detecta una falta de ordenación del territorio, con graves problemas de despoblación, y con mucho patrimonio abandonado o desatendido. Hace dos años nos robaron los mosaicos de Valdearados, en Burgos, dentro de una villa que se suponía que estaba cuidada. Lo que yo planteo es que si ordenamos el territorio, uno de los criterios ha de ser lograr que ese patrimonio del que hoy no se ocupa nadie no quede abandonado. Que no sólo pensamos en plazas, farolas o limpieza; también en los edificios históricos.

-Mantener los pueblos más pequeños o suprimirlos. Ese era el debate. ¿Qué es a su juicio lo que más ayuda a la conservación?

-Mantener un pueblo no es mantener una iglesia y cuatro casas, tienes que garantizar una serie de servicios a los vecinos. Así que es posible que en algunos casos no sea posible. Pero sí podemos conservar su iglesia. Las nuevas tecnologías brindan medios para tenerlas vigiladas a distancia, con cámaras, alarmas Un ejemplo de esto podría ser Moradillos de Sedano, que tiene una iglesia con algunos de los mejores ejemplos de España de escultura románica. Pero el pueblo son tres casas y unos palacios caídos.

-No termino de entenderlo. Me parece muy difícil conservar el patrimonio en un pueblo vacío. ¿Tiene sentido tener una iglesia perfectamente restaurada en un lugar donde no vive nadie y al que, por tanto, es difícil que vaya alguien?

-En Castilla y León han manifestado que quieren cerrar los menos pueblos posibles; sólo los que sean incapaces de sostenerse. Pero lo que yo defiendo es que, incluso si se da esa situación, en la cabecera de referencia a la que se desplace la población tiene que haber gente capacitada para vigilar y explotar esos recursos turísticos. La clave está en trabajar los productos turísticos, combinando patrimonio y turismo. O, como mínimo, que seamos capaces de hacer como en Gran Bretaña, que son muy tacaños, pero garantizan al menos que los edificios no se hundan.

-La Junta presume de que su gestión del patrimonio evita las actuaciones aisladas a favor de planes integrales más completos. ¿Lo comparte? ¿Es suficiente?

-Es verdad que a Junta es capaz de frenar el aparcamiento de La Antigua en Valladolid porque detecta riesgo para la torre de la iglesia. Y eso está muy bien. Pero la pena es que no sea capaz de poner de acuerdo a todos para un proyecto común: por ejemplo, buscar fondos para que los restos arqueológicos hallados en La Antigua queden expuestos a la vista, con lo que hubiéramos contado con un recurso turístico más a añadir. En cambio, ¿qué ha pasado?, que la Junta detiene las obras, pero como lo demás es competencia municipal, el Ayuntamiento tapa los hallazgos.

-Me refería más a la filosofía de actuación integral frente a la tentación de las intervenciones aisladas en el patrimonio.

-Se hacen actuaciones integrales, pero no se ponen de acuerdo dentro de la propia Junta. Está bien que las obras las vigile la Dirección General de Patrimonio, porque deben supervisarlas los técnicos, pero luego, ¿cómo y quién promociona todo eso? ¿El Ayuntamiento? ¿La Diputación? La Junta debería ocuparse de la promoción. Controla todos los patronatos de turismo y a los delegados de la Junta. Y, sin embargo, los delegados hoy son meros espectadores de cómo hacen las cosas los demás. No hay coordinación real y falta conexión entre la rehabilitación y la promoción.

-¿No somos buenos promocionando lo nuestro?

-Nada buenos. Cuando la gente viene los atendemos bien, como demuestra, por ejemplo, el Camino de Santiago. Pero no nos vendemos lo suficiente. A la gente se le proporcionan folletos con direcciones, pero no se le ayuda a organizar su visita. Ni se le estimula. Es como la tienda pequeña que monta un escaparate muy bonito, pero no hace nada más y luego se queja porque la gente va más a los grandes almacenes. Claro, es que allí hay promociones especiales, semanas monográficas, rebajas No se trata sólo de abrir 'el mayor museo del mundo', o de disfrutar de 'la calle mayor de Europa', por referirnos a eslóganes que son de auténtico mérito y que están muy bien pensados.

Un ejemplo lo tenemos en lo que ha ocurrido con Las Edades del Hombre y Aranda. No se ha aprovechado la afluencia de gente para promocionar otros lugares próximos que son del máximo interés. Muy cerca está Peñaranda de Duero, por ejemplo, que tiene uno de los palacios que más ha salido en las películas de Hollywood, la farmacia más antigua de España, un castillo, una colegiata fantástica, una plaza porticada preciosa y al lado tienes la ciudad romana de Clunia. Pero de nada de esto se informaba a los turistas que llegaban a Aranda.

-En el trasfondo del debate sobre el patrimonio hay un problema de fondo que es nuestra relación con el pasado. Luis Mateo Díez explicaba en otra entrevista de esta serie que hay personas que no se sienten herederos de nada y que viven en un presente absoluto. Para ellos, probablemente, el patrimonio sea solo una escenografía, un decorado vistoso.

-Creo que es un problema de educación. Nuestro problema es que padecemos la rémora de la dictadura, que hace que cualquier mirada hacia el pasado resulte sospechosa. El resultado es que a la gente joven solo se le enseña a mirar al futuro. Pero si no nos molestamos en explicarles y en implicarles con la cultura de su entorno, no tendrán sentido de pertenencia a ningún sitio. Pero contra eso es difícil luchar.

-No solo es una cuestión de pertenencia. Es también un modo de estar en el mundo. Quién solo vive en el presente está de una forma muy distinta a quien se siente parte de una cadena que liga pasado y futuro.

-Eso además se nota en los libros de textos de los niños. Se les prepara bien en tecnología y ciencias, pero la Historia se pasa muy por encima. En primero de la ESO, por ejemplo, la historia de España se ve en un suspiro. En el temario del primer semestre se pasa del Homo antecessor al Rey Juan Carlos en seis páginas.

-Estamos tan fascinados por las tecnologías que probablemente estamos descuidando las humanidades. Pero las humanidades son el campo de cultivo y de crecimiento de la subjetividad.

-Es un problema de escala mundial. La globalización está llevándonos a un individuo que depende excesivamente de los aparatos y de los botones.

-Da la sensación de que a veces no otorgamos a la cultura más valor que el de ser un señuelo que permite atraer visitantes. Por ese camino la cultura pierde sentido.

-Esto es muy preocupante porque se pierde la relación con la propia raíz cultural. Caemos en exceso en la equivocación de pensar que la cultura es para venderla. En este sentido nos falta empezar a mirarnos un poco más al ombligo, como hacen en otras regiones, y valorar más los elementos de nuestra identidad.

-La crisis económica y la falta de recursos han complicado mucho las actuaciones. Pero no está claro tampoco si las que se acometen son siempre las más urgentes y prioritarias.

-El que define las prioridades es el que tiene el dinero. Aquí la Junta lo hace a través del Plan PAHIS, y otras administraciones conforme a sus propios criterios. En las diputaciones se va a salto de mata. Sería bueno que nos pusiéramos un poco de acuerdo.

-Otro problema de la crisis es que está dejando sin trabajo a las empresas de restauración, un sector profesional emergente ligado a las nuevas tecnologías.

-Muchas han desaparecido. Otras se están acogiendo a intervenciones puntuales o se están asociando entre ellas. La mayoría están entrando a concurso para obras de arreglo de calles o de lo que sea, con el fin de mantener las plantillas. Mientras tanto, intentan salir del paso con ERES parciales, o entran en el primer paso del concurso de acreedores.

-¿De qué destrucción de tejido empresarial estamos hablando?

-El porcentaje es muy alto. Más de la mitad de las que había en Castilla y León. Una empresa puntera como Yáñez, que era un referente, entró en concurso de acreedores y se disolvió. Sopsa también quebró. En cambio otras están ahí buscándose la vida. Algunas como Trycsa se han asociado con otras empresas de fuera y trabajan en la Península Arábiga, el norte de África...

-Más allá del daño en empleo, ¿no es también una pérdida en términos de innovación y economía del conocimiento?

-Sí, porque estamos perdiendo empresas tecnológicamente punteras. Habría que actuar para intentar proteger ese conocimiento, esa capacitación, porque si no, en efecto, la pérdida va a ser muy importante.

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