
Secciones
Servicios
Destacamos
JULIÁN BÁSCONES
Domingo, 18 de enero 2009, 01:37
H OY comienza a celebrarse, un año más, la Semana de la Unidad. La división de los cristianos en comunidades e iglesias independientes sigue siendo una realidad, a pesar de que el ecumenismo se está abriendo paso y está teniendo una mayor acogida. La cuestión ecuménica, el trato fraterno con los restantes profesionales de la fe, constituye un indicio para calibrar el vigor de nuestro talante creyente. Pensar que lo que nosotros creemos es lo único verdadero, además de petulante, suena a bastante rancio. Y ya se sabe lo que ocurre con lo rancio. Que se pasa, y lo que se pasa no sirve para nada, y si no sirve ¿qué hacemos con ello?. Una pregunta que cualquier persona puede plantearse con la ventaja de conocer de antemano la respuesta.
Claro que a nadie se le ocultar que existen bastantes dificultades y problemas, que están ahí y que no se acaban de erradicar, ni de encontrarse solución, por lo que la herida continúa sangrando. Sin embargo, me preocupa, en estos momentos, de manera especial el tema del fundamentalismo, porque no sólo es un obstáculo para el diálogo ecuménico, sino que no favorece la ayuda al progreso y la convivencia pacífica en la sociedad. La historia así lo manifiesta, tanto la de ayer como la de hoy. Por la simple razón de que impone a todos una determinada forma de razonar y de vivir. Además, margina violentamente a quienes no se someten a unas determinadas ideas, casi siempre de tipo religioso.
El ámbito occidental, desde hace tiempo, es consciente de que el movimiento integrista está ganando terreno en el mundo. Pero, dudo si se ha interesado en indagar el por qué echa raíces con tanta fuerza; si ha descubierto que, en muchas ocasiones, ha estado alimentado por nuestra arrogancia frente a los pueblos que no son igual que nosotros, por la explotación a la que les hemos sometido. Nuestro objetivo se ha centrado en convertir el mundo en un gigantesco mercado en el que sólo interesa poseer y consumir. Hemos construido una civilización con muchas cosas y con poco espíritu, con excesivo progreso y con poca igualdad, con grandes inventos y con múltiples desgracias e injusticias humanas y naturales.
Ciertamente, todo esto ha chocado en los pueblos árabes o musulmanes. En esos pueblos que cuentan con un fuerte componente religioso y ético. Este espectáculo que se les está brindando les ha llevado a encerrarse en su mundo religioso y moral, como una forma más de protección de su cultura y su fe. Y hasta se están situando de manera violenta ante un modelo de sociedad explotadora que lejos de dar importancia, por modernidad ya superada, a los valores del espíritu, los ridiculiza, los margina y los tacha de obsoletos, caducos y retrógrados. Algo que repugna y empalaga todo colectivo sensato.
Cuando se abre la Semana de Oración por la Unidad, los cristianos conocen perfectamente lo que el fundamentalismo o integrismo les marca y aquello que no deben hacer. Los cristianos no pueden ser intransigentes, enquistarse en modos religiosos superados, tratar de imponer sus criterios morales o transformar a la iglesia en un mero poder humano.
Por el contrario, los cristianos deben de profundizar cada vez más en los valores religiosos y morales; encarnar en su vida el espíritu de comprensión que supone la vivencia de la fe; mantenerse distantes de esta sociedad consumista, egoísta y materialista; y estar cerca de todos aquellos que están siendo víctimas del estilo de vida implantado en Occidente.
Dentro del cristianismo, afortunadamente, los movimientos integristas no son significativos como para que puedan dificultar todo tipo de diálogo, sobre todo el ecuménico. Se trata, sin duda, de un fenómeno más circunscrito al mundo islámico. No obstante, no conviene olvidarlo.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Favoritos de los suscriptores
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.