Confianza y riesgo

L as agudas consecuencias de la crisis provocan la paradoja de que ni siquiera los datos que pueden favorecer la recuperación de la confianza en la economía están libres de generar nuevas preocupaciones. Es lo que ocurre con el pronunciado reajuste experimentado por el IPC Armonizado, que tras descender nueve décimas en diciembre se ha situado en el nivel -1,5%- más bajo en diez años; y en menor medida con la caída del precio medio de la vivienda en el 6,6% en las capitales de provincia, según el informe de la Sociedad de Tasación correspondiente al 2008. El origen de ambos descensos se encuentra en la crudeza de la crisis, y la ralentización de la actividad justifica la inquietud, como lo hacen los riesgos -deflación, pérdida de valor de las casas hipotecadas- que asoman tras el enfriamiento de los precios.

El diferencial de inflación que arrastra España con respecto al promedio de la UE limita el peligro de que nuestra economía entre en una espiral deflacionista por combinación de precios bajos con un consumo muy ralentizado. Sin minusvalorar esa amenaza, tampoco parece aconsejable desaprovechar los bruscos ajustes del IPC para erradicar las prácticas especulativas y avanzar en el diseño de una política energética que palie las incertidumbres derivadas del coste del barril de crudo, sometido a una enorme y negativa volatilidad. Las administraciones deberían evaluar el criterio que han seguido para encarecer los servicios públicos cuando la inflación se ha controlado, lo que provocará revisiones en los salarios y las pensiones más reducidas que el impacto de esos precios. En cuanto a la vivienda, la expectativa apunta a que será precisa una mayor moderación de los precios para reactivar las ventas. Lo que conllevará, necesariamente, un cambio en la actitud y los intereses de todos los que operan en el mercado inmobiliario.