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El religioso camino hacia el Despacho Oval
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El religioso camino hacia el Despacho Oval

La relación entre política y religión está indisociablemente unida a la tradición electoral de EE UU

ÓSCAR BELLOT

Domingo, 28 de agosto 2011, 10:00

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Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Unas palabras extraídas del evangelio según San Mateo que no se aplican demasiado en EE UU. Aunque la primera enmienda de la Constitución estadounidense garantiza la separación entre la Iglesia y el Estado, política y religión siempre han estado fuertemente vinculadas en un país fundado por quienes arribaron al Nuevo Mundo huyendo precisamente de las persecuciones religiosas. Claro que, al revés de lo que ocurre en Europa, buena parte de las críticas, sobre todo en los últimos tiempos, radican en que la balanza que mide la imbricación entre ambos ámbitos parece inclinarse cada vez más del lado del culto que del lado de lo que muchos definen como el arte de lo posible.

Esto es especialmente cierto si uno escucha los mensajes que están lanzando los aspirantes a la nominación del Partido Republicano de cara a las presidenciales de 2012, en su afán por ganarse el beneplácito de los seguidores del Tea Party, un movimiento bastante más complejo de lo que algunos sectores progresistas venden y cuyo espíritu va más allá de la defensa de valores religiosos la creencia de que el poder gubernamental hace tiempo que traicionó el espíritu con el que los Padres Fundadores articularon la nación es el común denominador de quienes se aglutinan en torno a él, de ahí que su nombre aluda a los hechos ocurridos el 16 de diciembre de 1773 en Nueva Inglaterra, cuando los colonos arrojaron al mar un cargamento de té en respuesta a la aprobación de gravámenes a la importación de determinados productos con objeto de beneficiar a la Compañía Británica de las Indias Orientales- pero en el que han encontrado refugio quienes consideran que el país se ha alejado demasiado de Dios.

Aún falta más de un año para que los estadounidenses decidan sobre la conveniencia de renovar el mandato de Barack Obama u optar por cambiar el signo político del morador del Despacho Oval. Pero a estas alturas está claro que los valores y la religión desempeñarán un papel nada desdeñable en la carrera presidencial, aunque seguramente en menor medida del que jugarán en las primarias, donde la movilización de la base es la clave y los moderados importan menos. Claro que eso es algo que siempre ha estado presente, de un modo u otro, cada vez que se acercaba una cita con las urnas en Estados Unidos.

La barrera del catolicismo

La profusión de credos religiosos en Estados Unidos es tan grande como la vastedad de su territorio y es realmente notable la cantidad de ciudadanos que asisten regularmente a oficios religiosos de uno u otro signo. Los políticos no son una excepción. El templo es un buen lugar para dejarse ver y conseguir fondos entre los fieles que incrementen las arcas de las campañas.

Puritanos, anglicanos, cuáqueros y católicos encontraron acomodo en las trece colonias. Pero a la hora de lanzarse a la conquista del poder en Washington, los candidatos de una u otra fe no siempre han partido en igualdad de condiciones. Todos los presidentes de Estados Unidos han sido protestantes, con una única excepción: John F. Kennedy.

El que casi 50 años después de su muerte sigue siendo uno de los mandatarios más populares de la historia de Estados Unidos derribó una de las barreras que parecían infranqueables. La creencia de que un católico no podía soñar con llegar a la Casa Blanca había quedado solidificada con la derrota del que fuera gobernador de Nueva York, Al Smith, en 1928. Era el primer candidato de esa fe designado por el Partido Demócrata, pero su religión fue un lastre demasiado grande a la hora de enfrentarse a Herbert Hoover, cercenando las opciones de otros políticos católicos durante décadas. Tanto que solo volvió a ser posible cuando JFK se impuso sobre Hubert Humphrey en la primarias de la más que conservadora y protestante Virginia Occidental. A partir de ese momento, la nominación quedó encarrilada y finalmente el hasta entonces senador por Massachussets acabó imponiéndose a Richard Nixon. Pero antes tuvo que enfrentarse a un grupo de destacados líderes protestantes preocupados por la posibilidad de que si un católico llegaba a la Casa Blanca pusiese su obediencia al papa por encima del respeto a los preceptos constitucionales en caso de que estos chocasen con la doctrina del Vaticano. "No hablo por la Iglesia en temas públicos, y la Iglesia no habla por mí", cortó un Kennedy tajante.

El pastor de presidentes

Ningún otro católico ha ocupado desde entonces el Despacho Oval. Sí lo ha hecho un cuáquero, Richard Nixon. El mandatario que debió abandonar la Casa Blanca en medio del escarnio público a causa del 'Watergate' formaba parte de esta comunidad religiosa fundada en Inglaterra por George Fox en el siglo XVII. Pero más que por este hecho, lo verdaderamente interesante de la faceta religiosa de Nixon fue su estrecha asociación con Billy Graham, un predicador protestante al que recurrieron en numerosas ocasiones diversos presidentes estadounidenses y que se contó durante mucho tiempo entre las personas más admiradas por los ciudadanos de ese país. Graham, que también estuvo vinculado con la familia Bush y con Ronald Reagan, entre otros, debió pedir perdón, no obstante, cuando se difundió una grabación que ponía en tela de juicio su pretendida buena actitud ante los judíos, cuyos 'lobbys' hacen temblar a representantes, senadores y presidentes.

Claro que para cuando se difundieron esos comentarios de Graham, su influencia en Washington no era la de antaño y el revuelo solo le causó problemas a él. No puede decirse lo mismo del escándalo que se montó durante la campaña de 2008 a raíz de las palabras pronunciadas en un sermón por el pastor Jeremiah Wright, guía espiritual de Barack Obama en la Trinity United Church. Sus incendiarios discursos fueron revisados una u otra vez a medida que el empuje del candidato le acercaba a la Casa Blanca. Finalmente se descubrió una mina de oro que los republicanos no tardaron en explotar, un sermón en el que el reverendo, al analizar el modo en que se trataba a los afroamericanos, espetó: "Dios maldiga América". El terremoto político fue de tal magnitud que Obama tuvo que distanciarse públicamente del hombre que había oficiado su matrimonio con Michelle y condenar las palabras vertidas. "No puedo renegar de él como no puedo renegar de mi abuela blanca (...), una mujer que me quiere más que a nadie en el mundo, pero que un día reconoció que le tenía miedo a los negros con los que se cruzaba por la calle", agregó.

La mezcla de política y religión promete dar mucho más juego de cara a las elecciones de 2012. De las creencias de Obama se sabe ya casi todo. Ahora quienes deberán sufrir el escrutinio de su fe son los republicanos y, de un modo muy particular, Mitt Romney, uno de los candidatos con más fuerza a priori pero que deberá sortear la 'alergia' de los electores a un presidente mormón, algo que no tiene precedentes. ¿Caerá también esa barrera?

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