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Chieko Ito y Carmen Rivera, en Toledo. / H. Sastre
«Tenía la intuición de que nos volveríamos a encontrar»
VALLADOLID

«Tenía la intuición de que nos volveríamos a encontrar»

Las amigas Chieko Ito y Carmen Rivera se abrazan en Toledo después de cuarenta años

J. A.

Domingo, 20 de mayo 2012, 12:23

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La cita fue el viernes antes de comer. En la Puerta Nueva de Bisagra. Ellas se habían abrazado un día antes. Con más tranquilidad. Hace calor. Muchísimo calor. Ambas aparecen bajo el enorme arco de este acceso en la muralla de Toledo, presidido por el escudo de Carlos V con su águila bicéfala. Chieko Ito, con su mochila a la espalda; Carmen Rivera, cargada de nervios. «¡La que se ha armado!, a mí estas cosas no me gustan nada, pero nada», recalca azorada mientras saluda a sus interlocutores.

Sin embargo, no es la primera vez que esta vallisoletana revoluciona a los suyos. Aún recuerda el enfado de su padre cuando, con veinte años, decidió quedarse en Londres a trabajar. «Fui de 'au pair' para tres meses, pero al final estuve un año; no había llevado ni un abrigo», rememora la mayor de once hermanos. Lo mismo le ocurrió en Japón. Una visita de apenas treinta días se convirtió en una larga estancia de más de 365. «Tuve que viajar hasta la isla de Guam para poder renovar el visado de turista, primero estuve con Chieko, que acababa de tener a su primer hijo, luego comencé a viajar por el país y terminé trabajando en un restaurante español en Yokohama, que se llamaba Fujimori Patio. La tortilla la hacían con patata cocida», cuenta esta profesora de la Escuela Oficial de Idiomas de Toledo, quien reconoce no aguantar la rutina. Hoy aquí, mañana quién sabe. Cosas de viajeros.

Todavía guarda en su armario unas faldas de tubo que se trajo del país del sol naciente «porque aquí no se veían» y un kimono que le regaló su amiga. Cuatro décadas después, la relación entre ambas ha trascendido en la ciudad que vio nacer a Carmen hace 60 años. El viaje de Chieko, de 67, desde Yokohama a Valladolid para buscarla se ha convertido en noticia. Un programa matinal de Telecinco les ofrecía, incluso, estancia pagada en Madrid para que el reencuentro se produjera en plató. «¡Quita, quita, de eso ni hablar, no soporto esas cosas!», remacha la española ante el silencio sonriente de la japonesa.

La ayuda desinteresada de tres hombres Dragan, Óscar e Íñigo y la publicación de la historia en El Norte de Castilla han contribuido a que estas amigas de juventud vuelvan a verse. La estrecha relación, que se fraguó a principios de los años 70 en el Hotel Ivanhoe de la capital británica, se rompió de manera brusca. Allí compartieron jornada laboral para pagarse la estancia y la formación. Asegura Carmen que Chieko no le recibió con especial cariño al verla entrar en el cuarto que debían compartir, pero pronto en estas dos mujeres de signo cáncer «es un muy intuitivo» prendió el «'feeling'».

La enfermedad del primer hijo la japonesa truncó una amistad que perduraba a base de cartas. Abrumada por sus problemas, Chieko no contestó a las últimas misivas selladas en Pucela. Esto pasó hace 35 años. Con la maleta, su mochila y unas fotos en color, la oriental voló el pasado 7 de mayo desde su isla a la capital del Pisuerga. Ni facebook, ni Twitter, ni Iphone. A pelo. Objetivo: reparar un silencio impuesto por las circunstancias de la vida. Pedir perdón a su «alma gemela». Durante casi una semana ha paseado por el centro de Valladolid buscándola, mirando y preguntando. Y la ha encontrado. Provindencial fue su entrada en el restaurante Nippon, a escasos veinte metros de la pensión de la calle Arribas en la que se ha alojado estos días, el lugar donde Chieko cogió el extremo del hilo que le ha llevado a Toledo. Había ahorrado 5.000 euros para completar esta misión. «Mis hijos sí me apoyaron, pero a mí no me hace falta eso», dice resuelta la japonesa.

Han pasado muchos años y les cuesta un poco atar todos los cabos. «¿Que fuimos a Italia? No, yo fui a verte a San Galo (Suiza); ella trabajaba en una tienda de pasteles. ¿o venía de Turquía?», se pregunta Carmen. Chieko le amonesta con una cariñosa palmada en el brazo por no acordarse. «¡Mira la foto!». Fueron en barco de Barcelona a Génova, una con destino a Zurich, la profesora no puede concretarlo.

La filóloga se ha recorrido toda Europa y conoce al dedillo España entera. La japonesa, jubilada tras muchos años de trabajo en una compañía de seguros y en la base militar de Yokasta, también ha trotado mundo. «Ayer me contó que ha estado en Mongolia haciendo un máster de masajes», desvela la vallisoletana.

Esta relación hispano-japonesa hizo escala en ambos países. «Recuerdo que vino un señor del banco a nuestra casa de Teresa Gil para decirle a mi padre que había llegado un billete de avión a Japón, aquello fue emocionante», comenta Carmen. Chieko estuvo en España un verano. «Íbamos las bodegas a comer tortilla y setas a la plancha con mis hermanos y mis padres, al Socialista a tomar unos vinos y a la piscina Samoa... Tengo una foto de ella con un biquini mío», ríe la española. Pero a aquella joven de ojos rasgados lo que realmente le dejó marcada fue la gran familia que encontró en Valladolid. Once hermanos y un matrimonio que la acogieron sin reservas. «Se acuerda mucho de mi padre, que era un hombre muy guapo por cierto; no están acostumbrados a mostrar las emociones y cuando lo ven en una familia les impresiona mucho», explica la profesora. De su paso por la vivienda de aquel industrial de la madera, quedan buenas sensaciones y el recuerdo de una Chieko que buscaba agradar en todo. «Para cuando nos levantábamos ella ya había limpiado toda la casa, era tremenda», afirma la anfitriona. «Aquí también lo ha hecho».

El encuentro de estas aventureras ha sido pausado, sin aspavientos. «Yo intuía que nos íbamos a volver a ver, no me digas por qué. Yo también la intenté buscar; tengo unos amigos neocatecumenales de misión en Japón y varias veces les dije que localizaran su dirección en Yokohama, pero fue imposible», afirma. ¿Y a partir de ahora? «Esta semana trabajo; Chieko va a aprovechar para conocer Córdoba y el fin de semana nos vamos a Valladolid a ver a mi madre», avanza la vallisoletana. «Sigue igual de dulce y muy guapa», le piropea Chieko. «Es buena y generosa», le contesta su amiga. La aventura concluye. Ellas ya se han puesto al día y han atado de nuevo su amistad para siempre. «Nosotras no miramos el pasado, siempre miramos el futuro», subraya Carmen antes de rodear con el brazo a Chieko, que asiente tímida. Cosas de viajeros. A las dos, enhorabuena.

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