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Tesoro natural de Hermisende, entre Zamora, Galicia y Portugal. A la derecha, puente del siglo XVIII sobre el río Tuela. / FOTOGRAFÍAS DE JAVIER PRIETO GALLEGO
Árboles que soñaban en tres idiomas
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Castaños centenarios y fronteras intangibles en torno a Hermisende

JAVIER PRIETO GALLEGO

Viernes, 13 de noviembre 2009, 10:41

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H ay fronteras que, de puro intangibles, son difíciles hasta de imaginar. Sin un mapa delante es imposible saber de qué lado está cada cual. Además, no se trata sólo de geopolítica, de gobiernos y jurisdicciones, de impuestos, de lengua o de saber con quién se va en el mundial de fútbol. Es cuestión, sobre todo, de sentimientos. Algo tan intangible como las propias fronteras.

En Hermisende saben bastante de esto. Allá donde se cruzan todas las fronteras existe un municipio zamorano, sanabrés para más señas, al que la Historia y la Geografía dejaron arrinconado entre los dominios de Zamora, Galicia y Portugal. Tanto, tanto que uno de sus pueblos, Castromil, tiene hoy un barrio gallego y otro zamorano. Muy cerca de él, un monte conocido como 'Penedo dos Tres Reis', es el punto preciso en el que las tres fronteras hacen comandita y arrastra la leyenda de que allí es donde se juntaron en la Edad Media los reyes de León, Galicia y Portugal para establecer el lugar en el que sus jurisdicciones confluían.

La localidad de Hermisende, que capitanea este municipio esquinado, también tuvo sus trajines fronterizos. De hecho, Ermisende, San Cibrao y Teixeira fueron poblaciones de adscripción portuguesa ligadas a la región de Tràs-os-Montes -si bien discutida cuando era necesario- durante la Edad Media. Fue al llegar la Guerra de Restauración de la Independencia, en 1640, cuando estas localidades decidieron quedarse del lado de acá para no tener que abrazar la causa del rey portugués Joao IV, celebrada con entusiasmo del lado de allá. Pero si desde entonces la cuestión geopolítica quedó más o menos aclarada, no lo quedaron tanto otras como el uso de la propia lengua, que en todo este territorio acusa usos dialectales propios en los que se mezclan el gallego, el portugués y el castellano.

Un territorio singular

Quien desee darse un garbeo por territorio tan singular tiene a su alcance varias rutas señalizadas que transitan por los viejos caminos usados por estas poblaciones de la frontera para ir haciendo su vida. Una de ellas es la que lleva por título Ruta de los Castaños y Prados de Hermisende, un paseo circular que discurre entre alguno de los sotos con castaños más añejos y monumentales de toda Sanabria. La caminata arranca del aparcamiento situado junto a la iglesia de Santa María de Hermisende, un templo barroco de evocadores -e indiscutibles- perfiles gallegos cuya fecha de construcción, 1774, aparece grabada en un sillar de su interior. Calle arriba, se conecta con la carretera que lleva hacia La Tejera y Portugal para, tras pasar junto al Centro de Clasificación de Castañas, tomar el camino más marcado que se abre 700 metros después hacia la derecha.

Ahí se produce también el primer encuentro con los monumentales castaños que han hecho de Hermisende el principal productor de castañas de Sanabria, con unos 140.000 kilos al año. Un suave descenso va conduciendo entre ejemplares gigantes y prados, sin tomar otros desvíos de menor entidad, hasta el fondo del valle que abre el río Pequeno, donde un pontón de cemento permite el paso a la otra vertiente. Doscientos metros después del río, al entroncar con una pista forestal, se produce un desvío que da lugar a confusión. Dos flechas amarillas, una de ellas apenas visible, indican sendos ramales sin mayor explicación. El caso es que, si se sigue de frente por la pista que comienza a ascender, se accede a la ruta de La Raya, que prolonga el circuito en siete kilómetros más mientras se llega a tierras de Portugal. El paseo de Los Castaños prosigue por el ramal de la derecha que, por ahora, corre sin desnivel.

Tampoco hay que tomar ningún desvío ni a derecha ni a izquierda cuando la pista comience el suave descenso que termina, 1.400 metros después, en un nuevo puente sobre el río Pequeno. Tras pasarlo, y superar un pequeño repecho, el camino comienza a rodear el monte pelado -arrasado por fuegos ancestrales, más bien- de el Lombo do bosque. A dos kilómetros del último puente, se alcanza el balcón natural que da vistas al valle del Tuela, al que se baja tomando el camino que por la derecha desciende con claridad hacia él.

Con tanta claridad que un ejército de carruajes fue tallando en el pasado la roca viva para dejar sobre ella rodeiras indelebles. Mil trescientos metros después se entronca con una pista que se toma hacia la derecha para, mientras se recorre el último kilómetro por el Camiño da Bergalonga, contener los asombros que produce la monumentalidad de unos castaños tan centenarios que, a buen seguro, ya eran retoños cuando Colón jugaba a las canicas en una calle de Génova. O los tres reyes del Penedo -la peña- a la baraja sentado cada uno en un pedrusco de su propio reino.

info@javierprietogallego.com

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