La calle Santiago, vacía a las dos de la tarde.Gabriel Villamil
Valladolid se repliega e inicia el confinamiento
En silencio ·
Largas colas en algunos supermercados, supresión del servicio de autobuses urbanos, cierre de bares y comercios, calles vacías... la ciudad afronta la cuarentena por el Covid-19
Un hombre comenta: «Antes de salir del portal, miro bien para no cruzarme con nadie». Lo dice mientras apura una cerveza, sentado con dos amigos, en una terraza junto a la Antigua. Es sábado por la mañana, luce un sol agradable y se respira un ambiente de irrealidad. Hay colas y tensión en los supermercados de Mercadona (Parquesol, Don Sancho...) , donde se limitan los accesos para evitar problemas. Pero en establecimientos de otras cadenas situados en pleno centro (Froiz, Gadis...), parece un fin de semana de antaño. No hay aglomeraciones y las estanterías están bien surtidas por ágiles reponedores.
Publicidad
La ciudad intenta un simulacro de normalidad. Los repartidores de mensajería ordenan sus paquetes en una furgoneta en la Plaza de la Universidad. Un hombre lee el periódico en un banco. No son las dos de la tarde y aún circulan autobuses con viajeros. Pero todo es un espejismo: a partir de esa hora el rugido de los motores de Auvasa queda suprimido y ya solo se escucha el canto de los pájaros, ladridos y sirenas. Valladolid inicia el repliegue.
La mayor parte de los establecimientos del centro han echado el candado y lo comunican con folios adheridos en los cristales. Algunos aún permanecen abiertos, como Slappy Skateshop, en la calle Regalado. «Ya estaríamos cerrados si no fuera porque acabamos de pedir un crédito para mudarnos aquí. Sabemos que el lunes nos tocará parar sí o sí. Hoy han entrado clientes y hemos aguantado, pero a partir de la próxima semana...», deja en el aire Adrián Pérez, uno de los dueños del negocio.
Marta Berjón también sigue al pie del cañón en su kiosco –Kaisuma– de la calle Teresa Gil. Cuenta que la mañana es «flojita» y que vende sobre todo semanarios y revistas de pasatiempos. «La gente está diciendo 'a ver qué hacemos porque nos toca quedarnos en casa'. En principio los kioscos seguiremos abiertos», comenta mientras atiende a la clientela con unos guantes de látex.
Los autobuses de Auvasa, parados en sus cocheras: un camarero recoge la terraza del Lion D'Or y un comercio cerrado en el centro.
Gabriel Villamil / Ramón Gómez
En la Plaza de España toca lección de solidaridad. Hay colas en el autocar aparcado para donar sangre y mucha gente joven aguarda su turno. Cuando se habla de la insolidaridad de la juventud en esta crisis conviene no generalizar. «He visto en Twitter que hacía falta sangre y me pillaba al lado de casa. Es la primera vez que dono», dice Alejandro San José, a punto de cumplir los 24 años.
Publicidad
«Hemos visto que se necesitaban donaciones porque había problemas en el banco de sangre por el coronavirus, sobre todo desde la Comunidad de Madrid, donde se están acabando las existencias. Hemos venido aportar nuestro granito de arena, que no cuesta nada. Esto no es ninguna tontería. Queda bajo nuestra responsabilidad no infectarnos nosotros ni ser portadores para luego contagiar a personas mayores, que es la población de riesgo», explican Garbiñe Salazar (22 años) y Sara López (23).
Mientras unas donan, otros tratan de evadirse en las terrazas de cafeterías como las de Semilla Negra (Plaza de España) o Lion D'Or (Plaza Mayor), que han decidido no seguir aún las recomendaciones del cierre, pero que se verán obligadas a parar con el transcurso del sábado.
Publicidad
En el Lion D'Or está sentada Mar. Cuenta que llevaba dos días sin salir de casa (ella misma trabaja en un bar, ya cerrado), que ha bajado a comprar al supermercado y que ha decidido tomarse una «coca-cola» con otra acompañante. «Estábamos saturadas. Es un poco por el agobio que teníamos. Estamos de acuerdo en que debemos quedarnos en casa y sabemos que estamos haciendo mal. No vamos a estar mucho...».
Otros consumidores no atienden a razones y se encrespan cuando ven llegar a cámaras y fotógrafos, que pasan por la Plaza Mayor y quieren captar el momento del cierre del Lion D'Or. «Ustedes no pueden grabar a nadie. Qué vergüenza. Mientras no se vayan ustedes, no me siento», levanta la voz un señor. «Sois unos cabrones. ¿Qué mal estamos haciendo a nadie?», brama una señora, refractaria al sentido común y a las indicaciones sanitarias en curso.
Publicidad
Un policía local acude a la cafetería para apaciguar ánimos y recordar al encargado que la Junta recomienda que este tipo de establecimientos ya estén cerrados. Pasadas las 14:00 horas, los camareros del Lion D'Or empiezan a guardar las mesas y sillas de la terraza y ya no admiten más clientela. «Han consumido y, según se van, vamos recogiendo. Porque ya es una hora casi oficial», dice el encargado, César Prieto, que se preocupa por el incierto futuro de los trabajadores: «Los camareros si no trabajan, no cobran».
Por la Plaza Mayor pasa Antonio Sáez Aguado, exconsejero de Sanidad. Un hombre accede al 'parking' con la imagen de un santo en la mano. A pocos metros, José Folgado, trabajador de Bimbo, se pregunta cómo hará para acudir a trabajar al Polígono de San Cristóbal. No tiene coche y ya no hay autobuses urbanos por orden de la Junta. «Tengo que seguir yendo porque en mi fábrica no se ha parado la producción. He escrito a Auvasa y me han dicho que el servicio está suspendido, aunque negocian con la Junta unos servicios mínimos. No sé si algún compañero querrá llevarme...».
Publicidad
La mayoría del centro está ya clausurado, pero aún queda actividad en la terraza del Antiguo Puchero, en la calle de los Tintes, donde se apuran los resquicios previos a la entrada en vigor del estado de alarma en España.
Son los últimos fogonazos. Cae la tarde y crece el silencio. Valladolid se cierra en sí misma y se convierte en otra ciudad fantasmagórica por el miedo al coronavirus.
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.