De Valladolid a Marruecos a bordo de una 'chatarra'
Más de 250 coches de más de 15 años de antigüedad han participado en la última edición de 'Chatarras Raid', un rally por el desierto desde Tánger a Marrakech. Cinco equipos vallisoletanos cuentan su experiencia
«Se ha portado como una campeona por el desierto». Los que así hablan son Silvia Ortúñez y Víctor Velasco, refiriéndose a su 'Abuelita', una ... Seat Trans de 1984 que compraron por 500 euros para acudir a un rally de seis etapas que partía desde Castellar de la Frontera (Cádiz) y tenía meta en Marrackech. Esta pareja de Olmedo forma uno de los equipos vallisoletanos que han participado en la Chatarras Raid. En total han sido 4.000 los kilómetros que han recorrido desde Valladolid y que han estado repletos de aventuras, sustos, emoción y mucha solidaridad. El Norte ha conseguido reunir a cinco equipos vallisoletanos que han formado parte en este gran raid en el que el gran requisito es que los coches elegidos tengan al menos 15 años de antigüedad.
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El de Juanjo Gallego y Beatriz Arregui de Zaratán, es un coche único en España. Ellos participaron con un Seat Terra de 1989 que él, que es mecánico, convirtió en un 4x4 capaz de superar las dunas más complicadas del desierto. Lo compraron hace unos años con la idea de restaurarlo y decidieron que su mejor destino era participar en esta prueba. «Convertirlo en 4x4 fue todo un acierto. Ha podido con todo», comenta Juanjo. Su amigo Roberto Velázquez, un mecánico de Olmedo, se compró para la ocasión un Peugeot 205 de 1997 que tuneó y puso a punto para la ocasión. Él participaba solo, lo que conllevaba más dificultades.
Otros equipos vallisoletanos que acudieron a esta gran cita en el Sáhara, fueron el formado por José Ignacio Velasco y David Martín (también mecánico), que viajaron en un Seat Marbella de 1992, que rotularon con un gran mapa de África y en cuyo capó instalaron a su mascota, un tiburón que les trajo suerte en cada etapa. Otros pucelanos aventureros fueron Ángel Fernández, mecánico de Olmedo y su amigo Mario Herrero, que confiaron en su Peugeot 205 de 1995 para esta gran prueba.
Fueron Juanjo y Beatriz los que animaron al resto a participar. Ellos ya habían probado suerte el año pasado y les gustó tanto la experiencia que no dudaron en convencer a sus amigos para esta nueva edición celebrada entre el 16 y el 22 de marzo. «Lo bonito de esta carrera es participar con coches que no te lo pongan fácil. Se trata de sufrir divirtiéndose y estar siempre con la adrenalina de que el coche se puede quedar en una etapa», comenta Beatriz, que por su trabajo está acostumbrada a las emociones fuertes. Ella es especialista de cine y tenía la tranquilidad de que su pareja y piloto, al ser mecánico, tenía recursos para solucionar cualquier avería que pudiera surgir. Silvia y Víctor, en cambio, no contaban con esa ventaja. «Nosotros íbamos con cierto miedo. Nuestro coche llevaba 20 años parado en un corral, entre cerdos y cabras y de repente le hacemos 4.000 kilómetros, la verdad es que no confiábamos mucho en poder traerle de vuelta. Somos un pintor y una sumiller, profesiones que en el desierto no son de mucha utilidad», bromean ambos.
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Con los coches cargados hasta los topes llegaron a Castellar de la Frontera. Llevaban repuestos de piezas, eslingas y palas por si se quedan atrapados en la arena. También una tienda de campaña y al menos 20 kilos de material escolar y alimentos no perecederos para repartir entre diferentes asociaciones de Marruecos. «Ha sido una aventura muy loca, pero que ha merecido mucho la pena sólo por ver las caras de alegría de los niños», comentan estos 'chatarreros' vallisoletanos y solidarios. «Hemos repartido balones, camisetas, chucherías, estuches y muchas sonrisas. Al año que viene, que seguro que volvemos, llevaremos muchas más cosas para repartir. Es duro y se ven imágenes que son difíciles de olvidar. Parece mentira que en pleno siglo XXI siga habiendo tanta necesidad», añaden.
El compañerismo reina en esta aventura en la que lo importante es llegar, da igual la posición. «Todos nos ayudamos entre nosotros. Si vemos a alguien atrapado, nos paramos a echar una mano. Mi Seat Marbella se quedó atascado en una duna y afortunadamente apareció un camión que me remolcó. Hemos creado muy buenas amistades con mucha gente de toda España», comenta José Ignacio. «Realmente hay momentos en los que lo pasas muy mal, pero el buenrollismo reina y todo se comparte», añaden Ángel y Roberto.
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En esta aventura, la capacidad de orientación y de toma de decisiones de los copilotos es de vital importancia para completar cada etapa. «La organización nos entrega un roadbook en el que se especifican las distancias que hay entre cada hito y con este libro nos tenemos que orientar. Cuando se circula por asfalto es relativamente sencillo. El problema es cuando atravesamos el desierto. Ahí empieza lo difícil porque sólo se ve arena y es muy fácil desorientarse. Al final es una carrera, no íbamos a ganar, sólo a disfrutar, pero si que es verdad que tampoco queríamos llegar los últimos», indican Silvia y Beatriz.
Regresaron el domingo y todavía están con el subidón de la prueba, pero también con mucho cansancio acumulado. «A mi me gustaría volver. Ha sido increíble, pero ha sido una paliza enorme. Cada día hacíamos una media de 8 ó 9 horas al volante y si nos perdíamos llegaban a ser hasta 12 horas. No son coches cómodos, casi no duermes por la noche, porque aprovechábamos para hacer posibles reparaciones… Pero ha sido muy gratificante. Y, en caso de volver, repetiría con el mismo coche sin dudarlo», dice Iñaki. «Hemos masticado mucha arena, pero ha merecido la pena», remata Silvia.
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