Expertos apelan a la responsabilidad individual para frenar la covid
Cuatro pensadores (filósofos, sociólogos, médicos...) reflexionan sobre el compromiso ciudadano, más allá de las leyes y restricciones, para hacer frente a la crisis del coronavirus
El protocolo anticovid para Navidad (reuniones de no más de diez personas, desplazamientos entre comunidades solo para visitar a la familia, toque de queda ampliado ... para las fechas más señaladas) es el último ramillete de medidas anunciadas por las autoridades para contener la pandemia del coronavirus.Y se suman a las restricciones ya vividas en hostelería, en comercio, en aforos de espacios públicos. Anuncios que, en ocasiones, marean o desconciertan a una ciudadanía que defiende no saber muy bien a qué atenerse:«Hoy dicen que nos podemos reunir seis y mañana que diez. Hoy que no puedo sentarme en una terraza y mañana que sí». ¿Es necesario que, a estas altura de la crisis sanitaria, haya que prohibir las reuniones multitudinarias, los viajes a las segundas residencias? ¿Hay que recurrir a las sanciones para cumplir normas básicas de seguridad? ¿Hay que recordar que la mascarilla es obligatoria en la calle, que no hay que fumar si no se cumple la distancia con otras personas? ¿Qué papel juega la responsabilidad individual ante la pandemia? Cuatro pensadores (sociólogos, psicólogos, médicos psiquiatras) reflexionan sobre la influencia y consecuencia que las acciones personales tienen en una crisis comunitaria como la que ha desencadenado la covid.
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Fernando Colina, psiquiatra
«Ante una pandemia, no hay más sujeto que el social»
«Sin estricta colaboración y seguimiento de las normas no hay control posible de los contagios. La responsabilidad consiste en cumplir las directrices que nos den, a sabiendas de que algunas o muchas estarán equivocadas, bien por errores políticos en la gestión-indicación o por falta de conocimiento sobre la difusión del virus. En cualquier caso, la pobreza de datos, la ambigüedad de las indicaciones o las correcciones sobre la marcha no pueden convertirse en patente de corso para que cada uno haga lo que le de la gana», defiende el psiquiatra Fernando Colina, quien, en último extremo, apela al «sentido común».

«La ambigüedad de las indicaciones no puede convertirse en patente de corso para que cada uno haga lo que le de la gana»
fernando colina
«Lo que es seguro es que uno no debe exponerse, ya no solo por cuidar de sí mismo, que es la primera obligación moral, sino porque cuidando de uno mismo cuidamos de los demás. Ante una pandemia no hay más sujeto que el social. Desaparece la unidad individual. Es muy cómodo echar la culpa a los gobiernos, a los jóvenes, a la ignorancia científica, a los intereses particulares o a una conspiración secreta. La desconfianza de las autoridades no puede ser la excusa para hacer lo que te apetece o te viene bien de modo personal. La conciencia colectiva no es nuestra principal virtud, pero a veces sorprende su elevado carácter. Las conductas individualistas no son el problema, porque si uno se quiere cuidar en pandemia debe empezar por cuidarse. Otra cosa es el egoísmo o la insolidaridad. De esto hay mucho, pero sucede en todas las esferas», concluye.
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Reyes Mate, filósofo
«La responsabilidad personal no está limitada por las leyes»
«Para captar el alcance de la responsabilidad, bueno es distinguirla de la culpabilidad. La culpa es individual e intransferible. La responsabilidad, sin embargo, es pública y transferible. Es decir, somos responsables de las decisiones que toman los demás, si afectan al bien común, y somos responsables de las consecuencias directas e indirectas de nuestras acciones que afectan a la vida en común», indica el vallisoletano Reyes Mate, profesor de Investigación ad honorem del CSIC en el Instituto de Filosofía. «La pandemia es un mal que afecta a individuos concretos y al conjunto de la comunidad, de ahí que todos seamos responsables a la hora de combatirlo y a la hora de enfrentarnos a sus desastrosos efectos. Hablar pues de responsabilidad es muy pertinente».
«Las autoridades políticas tienen la obligación de tomar las medidas oportunas para combatir la pandemia y paliar sus efectos porque disponen de medios legales, económicos, además del asesoramiento científico. Y serán responsables de sus decisiones si no lo hacen debidamente. Necesitamos pues que tomen medidas porque la tarea de los dirigentes políticos es velar por la salud y los bienes de los ciudadanos. Pero la acción política tiene los límites que colectivamente nos hemos impuesto a través de las leyes. Aunque hubiera sido procedente prolongar el estado de alarma, no fue posible porque la ordenación jurídica no lo permitía. También tienen sus límites las leyes que solo se fijan en los aspectos más llamativos de las acciones humanas sin que, por tanto, lo que ellas regulan, agoten los significados y los efectos de las acciones«.
«Un ejemplo: el Tribunal de Nurenberg juzgó determinadas acciones nazis –las que estaban calificadas como delitos– dejando fuera otras muchas que aunque no fueran delitos eran incluso más criminales. Por eso se habló de crímenes 'legales', pero también de crímenes 'políticos' o 'morales'. Quiero decir que la pandemia obligaría a tomar medidas que ni están previstas en el código penal ni lo permite el juego político tal y como de momento funciona (otra cosa es que puedan cambiarse las leyes)».

«El ciudadano tiene la responsabilidad, de acuerdo a su información y conciencia, de tomar las medidas necesarias»
reyes mate
Y es aquí, continúa Mate, «donde interviene la responsabilidad de los ciudadanos, en un doble sentido». En primer lugar, para cumplir las normas acordadas. Obligado es reconocer que una buena parte de la ciudadanía las ha cumplido, pero otra, no. Esa parte no cumplidora hubiera merecido mayor sanción y censura social. En segundo lugar, actuando desde la conciencia de que la responsabilidad individual no está limitada ni por las leyes ni por la política, sino por el desafío real de ese mal colectivo que es la pandemia. El ciudadano tiene la responsabilidad de tomar las medidas que, de acuerdo a su información y conciencia, sean necesarias para luchar contra la pandemia». El problema, apunta Mate, es que «no hay mucha conciencia colectiva de la responsabilidad individual. En parte, porque ha brillado por su ausencia la imagen de una responsabilidad colectiva de los políticos. No pueden exigir responsabilidad individual si no la tienen ellos. Los juegos malabares en el parlamento, el populismo de algunos epígonos o epígonas de Trump, la gesticulación de los nacionalismos, el ruido mediático... son prueba fehaciente de que no tenía razón Hölderlin cuando decía: 'Cuando crece el peligro, aumenta la salvación'. Lo que ha aumentado ha sido el peligro. No se han dado entonces las condiciones para una sana pedagogía que dijera a los ciudadanos: 'Nosotros, desde las instituciones, hacemos todo lo que podemos, pero eso no basta. Y ahí tenéis que entrar vosotros tomando medidas que aunque no sean obligatorias son necesarias'«.
«No todos los políticos son igualmente responsables (los ha habido muy responsables), pero al no ir todos a una, es la clase política la que ha quedado desacreditada a inhabilitada para esa función pedagógica». Y añade: «Sería inmoral que las autoridades tomaran decisiones incorrectas o insuficientes, en nombre de intereses partidistas, y remitieran a la responsabilidad de los individuos aquellas medidas que, pudiendo tomarlas ellas, las autoridades políticas, no lo hicieran por cálculos egoístas, para no desgastarse o por cualquier otra razón espúrea. Eso, que ha ocurrido con demasiada frecuencia, es prueba de la irresponsabilidad con la que muchos políticos han enfrentado esta situación».
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Fernando Gil Villa, sociólogo
«La responsabilidad ética se está perdiendo»
«En nuestra cultura, el concepto de responsabilidad ha ido ha evolucionado a lo largo del tiempo, se ha ido refinando, concretando, matizando, en cierto modo, se ha ido reduciendo, adelgazando. Es frecuente escuchar: 'Yo solo soy responsable de esto, pero no de aquello'. Por ejemplo: 'Yo solo soy responsable de los alumnos (no mis alumnos) en clase, pero no en el patio. Si un alumno llegara a suicidarse, lo sentiré mucho, sí, pero no me sentiré responsable. Lo que esto significa es que las responsabilidades se dividen y se reparten», reflexiona Fernando Gil Villa, catedrático de Sociología de la Universidad de Salamanca.

«No nos han enseñado, ni la escuela ni en otro lado, el arte de la responsabilidad completa, irrenunciable, innegociable»
Fernando gil villa
«A medida que aumenta la división social del trabajo, y el trabajo mismo en tareas diferenciadas, las responsabilidades se van delimitando. Pero el límite no se refiere solo a que la responsabilidad pasa de concebirse como algo absoluto e indivisible a una parcela fragmentada, sino que atiende además a otro criterio: el de la reciprocidad. 'Yo me responsabilizo de esto, de acuerdo, pero a cambio tú te responsabilizas de esto otro'. De forma que si interpreto que el otro falla en ese compromiso, eso me libera del mío. Pues bien, todos estos aspectos que definen hoy en día el valor de la responsabilidad nos ponen a la defensiva, nos vuelven suspicaces», indica.
«A esto hay que sumar el contexto social en el que nos movemos y que se caracteriza por el cambio y la imprevisibilidad. A diferencia de nuestros abuelos, no sabemos con certeza si mantendremos el puesto de trabajo, la pareja o la residencia en el futuro próximo, o si nos diagnosticarán un cáncer. La inseguridad nos hace vulnerables y sobre esa base inestable se nos exigen decenas de pequeñas responsabilidades con consecuencias jurídicas que aceptamos sin conocer». Y en un contexto así, en una «crisis extraordinaria» como la del coronavirus... «Con la pandemia, podemos decir que llueve sobre mojado. Más aún, es la gota que colma el vaso de la angustia y el temor».
«Cada vez que salimos a la calle, tenemos la sensación de vivir en un campo sembrado de minas porque no tenemos muy claro qué podemos hacer y qué no. En ese momento es natural un sentimiento de frustración y de hartazgo que lleva a no pocos a comportarse de forma egoísta», expone Fernando Gil Villa. «Pero no hay gente mala o poco solidaria. O si la hay, es una minoría. Lo que ocurre es que, por un lado, no nos han enseñado, ni en la escuela ni en ningún lado, el arte de la responsabilidad, completa, irrenunciable, innegociable. Y por otro, las circunstancias, las coordenadas sociales, el momento y lugar en el que nos ha tocado vivir, no la favorecen, incluso empujan en sentido contrario», asegura el sociólogo.
«Ante este muro sociocultural que explica nuestro comportamiento (i-)responsable, los políticos no pueden hacer mucho. En realidad, se limitan a seguir la corriente de la racionalidad instrumental, rodeándose de expertos que les recomiendan multiplicar las medidas y redimensionar constantemente las responsabilidades. Con eso echan más leña al fuego, es decir, lo único que consiguen es que la gente se sienta más perdida entre tanta complejidad, se sienta por tanto más insegura y vulnerable. La gente lo acepta, porque es 'razonable', porque sabe que es el único camino, pero al mismo tiempo se siente mal, se siente huérfana, es decir, echa de menos vivir en una comunidad en la que no te cierran la ventanilla en las narices porque ya es la hora y nadie se hace responsable de que hayas perdido el autobús. La gente extraña un lugar donde el profesor vocacional se hacía cargo del alumno en el sentido de sentirse como un segundo padre, o en el que el médico te iba a visitar a tu casa para ver cómo ibas, o el empleado del banco 'perdía el tiempo' con la persona mayor hablando de sus cosas como si fuera un cura. Eso es la responsabilidad ética y eso es lo que, desgraciadamente, se está perdiendo», concluye.
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Fernando Longás, filósofo
«Nuestras acciones no acaban en los límites del espacio privado»
«La situación extraordinaria en la que nos ha puesto esta pandemia, entre otros efectos, ha dejado al desnudo nuestro actual modo de comportarnos en sociedad y de valorar nuestras acciones», asegura Fernando Longás, filósofo y profesor en la Universidad de Valladolid. «Ha quedado claro que dicho modo aparece caracterizado por el dominio de un autointerés extremo y un asentado individualismo que nos impide comprender cosas fundamentales, como el hecho de que nuestras acciones siempre generan efectos en los demás, que ellas no acaban en los límites del espacio privado en el que nos hemos acostumbrado a vivir. Así, pareciera que nuestra comprensión de lo que es ser responsable de nuestros actos pudiera agotarse en aquello que solo tiene que ver con nuestros proyectos particulares de vida, y, de pronto, enfrentados a un evento que nos exige volver a pensar en los otros, en la comunidad a la que pertenecemos, y en los efectos que puede tener nuestra conducta en la salud colectiva, nos vemos incapaces de escapar del cerco que la orientación de nuestras propias acciones ha creado a nuestro alrededor«.
«Transformados en meros sobrevivientes en una sociedad de consumo, que reclama insistentemente de nosotros el que nos convirtamos en un engranaje más de este sistema productivo, hablar de responsabilidad personal e interrogarnos sobre qué depende de nosotros para controlar y vencer algo que nos afecta como comunidad, resulta algo frente a lo cual nos sentimos incapaces de responder. Por supuesto que la responsabilidad personal es fundamental para el control de la pandemia, eso es fácil de entender desde el punto de vista lógico, pero es casi imposible asumirlo desde el punto de vista práctico cuando toda nuestra voluntad ha sido educada y orientada hacia el rendimiento privado de nuestro esfuerzo«, añade Longás.
«Demandar de las autoridades que nos digan con claridad lo que tenemos que hacer, lo que podemos o no podemos hacer, indicándonos hasta el número exacto de los que nos podemos reunir, o dónde sería prudente usar o no la mascarilla, etc. habla de lo poco dotados que estamos para hacernos responsables de nuestras acciones y pensar por nosotros mismos. Ya lo decía Kant cuando hablaba de la Ilustración y de lo que ella debería generar: una liberación del hombre de su culpable incapacidad, un atreverse a saber y decidir, y no dejarse guiar por andaderas y esperar de otros, las autoridades, que le digan lo que debe hacer. Pareciera que la humanidad, que en el siglo XVIII comenzaba a alcanzar una cierta mayoría de edad, hubiese retrocedido a un momento infantil en el que espera que hasta lo más evidente respecto a las consecuencias que puede tener su modo de actuar en una situación de emergencia sanitaria como la que estamos viviendo, tenga que ser indicado y decidido por las autoridades«.
¿Por qué? «Sin duda que el proceso es complejo y requeriría un espacio mayor para dar cuenta de él, pero sin duda que en esta infantilización hay una pérdida grande de la capacidad de pensar nuestra vida en relación con los que nos rodean. Solo nos alcanza nuestra ciencia y nuestro trabajo para pensar en lo que inmediatamente voy a recibir yo como resultado de mi esfuerzo, y nos volvemos ciegos para comprendernos como parte de un todo en el que nuestra vida se inscribe. Nuestra mayor preocupación hoy, sino la única, es cómo nos producimos como un bien útil y conseguimos tener en el mercado un valor de cambio, para así, en competencia permanente con los que nos rodean, ganar un lugar en este mundo. Preocupados así solo de nosotros mismos, cuando la realidad nos golpea con una crisis como la actual, la reacción no puede ser otra que responsabilizar a las autoridades de la determinación y decisión hasta sobre los detalles de nuestra vida«.

«En esta infantilización hay una pérdida grande de la capacidad de pensar nuestra vida en relación con los que nos rodean»
Fernando Longás
«No creo que las autoridades hayan resuelto bien la situación y muchas veces me parece que, puesto ante este desafío, zozobran y dan palos de ciego. Pero ¿por qué pensamos que con el modo de vida que hemos construido podríamos aspirar a tener mejores autoridades? Como si ellas fueran de una especie diferente y no salieran de entre nosotros mismos. La política, la lucha por el poder y los que la protagonizan, los políticos, han sido consumidos por el mismo germen que nos consume a todos. ¿Podemos reclamar de nuestras autoridades una mayor claridad en las decisiones, una mayor sabiduría, altura de miras, cuando nosotros realizamos una vida circunscrita a la inmediatez y a la urgencia que nos atenaza? ¿Podrían nuestros políticos, sobre los que solemos descargar la culpa de los males que nos aquejan, elevarse sobre la inmediatez que nos envuelve a todos y sobre la urgencia de conservar lo propio?
Y con ello no quiero tampoco decir que si las autoridades no tienen toda la responsabilidad, entonces esta repose solo en nosotros, los ciudadanos. Lo que sí pienso es que, como sociedad, caminamos en dirección equivocada, que la sobre estimulación del interés privado por sobre el de la comunidad, que la excitación del consumo ilimitado, que la apuesta por la acumulación como sinónimo de vida buena, y la absurda idea de que la competencia, y sólo ella, nos hace mejores, y no la amistad, la fraternidad, el encuentro y la conversación sin límite ni horarios, nos han ido arrastrando hacia una soledad sin precedentes. ¿Cómo vamos a entender ahora, que parece que la desnuda realidad nos pone ante este desafío, cuál es nuestra responsabilidad, no para con nosotros solos, sino para con quienes tengo próximos y comparto el mundo?«
«En la primera mitad del siglo XIX un noble francés y agudo pensador, Alexis de Tocqueville, después de un viaje a Norteamérica que ocupó seis meses de su vida, escribió un libro extraordinariamente visionario sobre la sociedad norteamericana. Entre los grandes aciertos de sus observaciones está la que le dedicó al individualismo. Aparentemente sorprendido, lo describió como un fenómeno nuevo que, no habían conocido nuestros padres que hasta entonces sólo hablaban del egoísmo. El individualismo era diferente pues se trataba de un sentimiento que lleva a cada ciudadano a aislarse de la masa de sus semejantes y a mantenerse aparte con sus más cercanos, de modo que después de formar una pequeña sociedad para su uso particular abandona a la gran sociedad a su suerte. Aquel individualismo que entonces a Tocqueville le parecía algo propio de ese pueblo, lamentablemente, con el pasar de los años, habría de extenderse a grandes regiones del mundo occidental desarrollado. No, de la mano de ese individualismo, bajo el cual se ha extendido una suerte de «materialismo honesto» (otro acierto de Tocqueville) no hay conciencia colectiva de esa responsabilidad que hoy nos es imprescindible para superar esta trágica situación. Lamentablemente, en las últimas décadas, no hemos sido educados para hacernos conscientes del lugar que ocupamos en el presente y de la responsabilidad que tenemos con el futuro y las generaciones que habrán de sucedernos. Formados, que no educados, en competencias, capacitados como agentes económicos de un presente continuo, sin mañana, sin horizonte, nos resulta hoy imposible no ser individualistas y abandonar en cada una de nuestra decisiones, al resto del mundo a su suerte«.
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