
Luis Alonso-Villalobos y Rosa Chamorro, siempre han tenido claro que, para educar de forma eficaz a los hijos, es necesario establecer límites y normas ... en casa desde que son pequeños. Más, cuando se trata de una familia numerosa, y más todavía, en época de pandemia y confinamiento. Estos vallisoletanos, padres de ocho hijos de entre 10 y 24 años, han notado que el aislamiento social, las clases 'on-line' y las restricciones, inevitablemente han impactado en la convivencia familiar, haciéndola más intensa. Sin embargo, se consideran unos «verdaderos privilegiados», puesto que sus hijos Luis (24), Lucía (23), Rosa (20), Pablo (19), Raquel (16), Andrés (13), Mateo (11) y Lorenzo (10) han salido reforzados de la crisis sanitaria y han afianzado los fuertes vínculos que les unen.
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«Siempre hemos intentado ser estrictos con los horarios y durante el confinamiento no variamos nuestras costumbres, porque no queríamos que los niños perdieran el ritmo. Los más mayores saben distribuir bien su tiempo y sus tareas, sin embargo, con los pequeños fue necesario un mayor control. Intentamos comer todos juntos y siempre a la misma hora. Para dormir, se acuestan a una hora prudencial. Los benjamines, sobre las 21:45 horas, mientras que en el confinamiento les dejábamos hasta las 22:30. Yo no trabajo, así que, aquellos primeros meses de pandemia me dedicaba exclusivamente a apoyarles con sus tareas. Por la tarde, todos tenían tiempo libre», cuenta Rosa.
A diario, estos ocho hermanos sólo utilizan los dispositivos tecnológicos para sus tareas escolares. Los fines de semana pueden jugar, pero siempre con límite de horario. En el confinamiento, Luis y Rosa dieron algo más de libertad tecnológica a sus hijos porque «era el único lazo que les unía con sus amigos y compañeros. Los mayores dedicaban todo su tiempo a estudiar, pasar apuntes y a veces veían alguna serie. También hacían videollamadas con sus parejas y practicaban sus aficiones, como la impresión 3D. Los más pequeños a veces jugaban un ratito a la consola, pero procurábamos que cada poco tiempo cambiasen de actividad, y los entreteníamos con juegos de mesa o jugando al rugby en el jardín. Saben que de lunes a viernes no se pueden conectar para jugar. A veces se quejan porque sus amigos si que lo hacen, pero enseguida se conforman. La ventaja de ser tantos es que se tienen unos a otros para entretenerse. El confinamiento les unió mucho. Las tres chicas hicieron una piña. Los tres pequeños también. Siempre se han ayudado mucho entre ellos, sobre todo desde la pandemia, ya que, si alguno tenía algún ratito de bajón, los demás le animaban», continúa esta madre.
La fe es algo fundamental para los Alonso-Villalobos Chamorro. Es lo que les sostiene como familia. «Acudimos siempre juntos a la parroquia y por la mañana los domingos rezamos laudes todos juntos. Hablamos con los chicos sobre la fe y sobre sus sentimientos, para saber cómo están. A veces nos decían que no entendían cómo su padre, médico de urgencias, tenía que jugarse la vida mientras mucha gente no cumplía las normas. Ante cualquier duda o bajón, nos hemos apoyado en la fe para levantar a nuestros hijos», concluyen.
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«No se quiere más a los hijos cuando les dejas hacer lo que quieren. Los niños necesitan límites. Les damos todo lo que está en nuestras manos y todo el cariño del mundo, pero a cambio, saben que hay que cumplir unas normas», concluye Rosa.
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