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El Norte
Coronavirus en Valladolid: Quedarse huérfano en diez días

Quedarse huérfano en diez días

La covid-19 acaba con el matrimonio de Ceinos de Campos formado por Jaime Fernández Alcalde y Ana García Villagrá, que vivían en la residencia Doctor Villacián de Valladolid

Miguel García Marbán

Ceinos de Campos

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Martes, 12 de mayo 2020, 06:56

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En esa circunstancia supe que mi padre era mejor que no siguiera viviendo», son las amargas y desconsoladoras palabras de José Antonio Fernández cuando visitó a su padre en el Hospital Río Hortega pocas horas antes de que muriera víctima del coronavirus, solo diez días después de que su madre hubiera fallecido por el mismo motivo.

Jaime Fernández Alcalde y Ana García Villagrá entraron en la residencia de mayores Doctor Villacián en 2017, donde recibían las visitas de sus hijos, José Antonio y Elena, que durante la última Semana Santa supieron que sus padres habían dado positivo en el test de la covid-19. Tras ser cambiados de habitación y separados «sin razón aparente», el 14 de abril «los dos estaban bien». Sin embargo al día siguiente, a las 16.10 horas, la médica de la residencia informó a José Antonio de que su madre había empeorado y le habían puesto un tratamiento. La solicitud del hijo de que fuera ingresada obtuvo la respuesta negativa de que el hospital no aceptaba a mayores de 65 años. Minutos después, a las 16.30 horas, volvió a llamar al centro de mayores y la doctora que había entrado en el nuevo turno le comunicó que Ana había fallecido. Tenía 87 años. «Me dijeron que estaba empeorando, no que se estuviera muriendo», se repite José Antonio una y otra vez.

Pocos días después, su padre ingresó en el hospital. Al agravarse su estado, no llegó siquiera a ser intubado, pues para hacerlo debía ser sedado y en su estado hubiera fallecido, algo que sucedió el 25 de abril. Tenía 92 años. José Antonio tiene claro que «la residencia ha sido mortal para mis padres, si hubieran estado en casa no se hubieran contagiado o, por lo menos, hubieran tenido más posibilidades; en 10 días nos hemos quedado huérfanos».

Ahora ya solo queda el emotivo, necesario y consolador recuerdo. Jaime Fernández y Ana García eran un matrimonio de Ceinos de Campos que muy pronto se trasladó a vivir a Medina de Rioseco con sus dos hijos, José Antonio y Elena. Jaime trabajó de cartero en Becilla de Valderaduey, para acabar en el Servicio de Obras Públicas dedicado al mantenimiento de carreteras y, más tarde, en el taller mecánico. De ahí que en Rioseco la familia viviera en el grupo de casas de la carretera de Tamariz de Campos conocido como Los Camineros. También tuvo tiempo de ser portero de la popular discoteca La Oca y ayudar al riosecano Vicente Ballesteros 'Barrita' a repartir el pan de La Espiga.

De joven Jaime estudió en el Seminario de Valladolid. Sin embargo no llegó a ser sacerdote, porque no quiso su padre, aunque le permitió estudiar latín y música en Villavicencio, según recuerda su sobrino Celiano Vielba, que fue alcalde de Ceinos. De aquella etapa quedó su condición de capellán de su parroquia natal, a la que volvía desde Rioseco todos los domingos, fiestas, bodas y funerales para cantar y tocar el armonio en las misas, hasta que tuvo un accidente. Sus hijos le recuerdan como «una persona simpática y abierta, nunca severa y exigente, siempre deseosa de agradar, haciendo chistes y gracias».

Amante de gatos y perros

Por su parte Ana García Villagrá, más introvertida, se dedicó toda su vida a ser ama de casa. Pisaba muy poco a la calle, en gran medida debido a que atendió a su padre, que era ciego, hasta su fallecimiento. Más tarde serían sus animales, gatos y perros, su excusa para no salir. Su empeño era guardar para los hijos. Por más que le dijeron que lo usara en vida, «no hubo manera. Su vida eran la casa y sus cosas».

Junto a recuerdos como cuando su hermano y ella salían a buscar a su padre cuando regresaba en bicicleta de repartir las cartas, Elena tiene claro que «eran mayores y se tenían que morir, pero no en estas circunstancias, sin poder despedirnos de ellos». Con gran emoción una de sus nietas, Nuria, salió al balcón a despedirse a la hora en la que sabía, cada uno de los dos días, que estaban enterrando a sus abuelos.

José Antonio expresa que «no he transitado por la asunción del fallecimiento, es un terreno raro, me falta el choque con la realidad; no ha habido velatorio, funeral, no les he visto, les hemos despedido de esa manera, del coche fúnebre al nicho y un responso, supuestamente he enterrado a mis padres». A pesar de saber que su padre no iba a enterarse y con el riesgo añadido de ser persona propensa a los infartos, tuvo el valor de visitarle en el hospital, con escasas medidas de protección, porque los propios sanitarios no tenían equipos para ellos. Fue en ese momento cuando, a los pies de la cama, «le lloré, recé un padrenuestro y acepté que tenía que fallecer. Con mi madre no tuve esta opción». El hijo de Jaime Fernández reconoce que salió del hospital «con paz y tranquilidad».

Jaime y Ana descansan en nichos contiguos en el cementerio de Ceinos de Campos a la espera de que familiares, vecinos y amigos les puedan dar el último adiós que se merecen y que el coronavirus, por ahora, les ha robado.

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