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La Hieloneta despacha hielo a las peñas de Torrelobatón L. Negro

Valladolid

Profesionales itinerantes, donde otros no llegan

Vendedores de hielo o de muebles, podólogos, afiladores o trabajadores sociales, entre otros, recorren cada día la provincia para prestar servicio a los municipios

Laura Negro

Valladolid

Sábado, 23 de agosto 2025, 19:51

En los pueblos de Valladolid, el ritmo cotidiano lo marcan las visitas de los profesionales ambulantes. A las diez aparece el panadero, una hora más ... tarde el pescadero y, hacia el mediodía, el jamonero. Su llegada suele anunciarse con el claxon del furgón, el chiflo inconfundible del afilador o los altavoces que pregonan melones, canalones o la recogida de chatarra. Son oficios imprescindibles, sin los cuales la vida en el medio rural resultaría mucho más difícil.

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La despoblación, el cierre de comercios de toda la vida y la falta de servicios básicos han dejado a muchos pueblos en una especie de «tierra de nadie». Para muchos mayores, acudir a la capital a comprar algo tan básico y fundamental como unas gafas, es un viaje imposible. Es en ese hueco donde cobran sentido estos profesionales ambulantes, hombres y mujeres que, a base de constancia y kilómetros, llevan hasta la puerta de casa desde un saco de hielo hasta una clase de zumba, pasando por un colchón, un masaje o un taller de memoria.

Un frutero atiende a los vecinos de Corcos del Valle Carlos Espeso

Detrás de cada ruta hay historias personales de esfuerzo, de adaptación y de cariño hacia el medio rural. Son oficios que en muchos casos vienen de familia. También hay proyectos nuevos, que han nacido desde el convencimiento de que vivir en un pueblo no debería ser sinónimo de tener menos oportunidades. Estos son algunos de los protagonistas que, con su esfuerzo y su voluntad de servicio, sostienen la vida en los pueblos de Valladolid cuando otros no llegan.

Roberto Alonso

La Hieloneta, tres décadas llevando hielo de pueblo en pueblo

Roberto Alonso con su famosa Hieloneta R. Ucero

Por casualidad empezó en esto, y por constancia ha convertido su furgoneta en un icono de la provincia. Roberto Alonso Verdugo es el alma mater de La Hieloneta, la empresa que desde hace más de tres décadas recorre los pueblos de Valladolid vendiendo sacos de hielo. «Nos dedicábamos al congelado y un día, un proveedor del sector del frío me dijo: '¿Por qué no pruebas a vender hielo?' Y empecé con un saco, otro saco… Hasta ser el número uno de Valladolid y muy probablemente de Castilla y León», continúa.

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Su radio de acción es de unos 50 kilómetros alrededor de la capital, aunque admite que la ruta cambia según la época del año. «Hay clientes fijos en Laguna o en Simancas, pero luego están las llamadas puntuales: que si Wamba, que si Torrelobatón para las fiestas… Y allí voy, con la furgoneta, a la plaza del pueblo. Me encanta esa estampa. Uno llega con la carretilla, otro con el coche, unos amigos se lo llevan andando… Es muy de pueblo y algo muy bonito», comenta.

La Hieloneta es archiconocida en la provincia y para los peñistas, las fiestas de sus pueblos no comienzan hasta que Roberto no les entrega el hielo. «Mi furgoneta es más famosa que yo. Es el segundo vehículo más conocido del mundo después del Papamóvil», bromea.

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Reconoce que el suyo es un oficio muy sacrificado. De mucho estrés. «Todo el mundo tiene prisa y necesita el hielo para ya. Tengo tres hijos y les digo que mejor que sigan otro camino, porque el hielo quema mucho», dice este profesional ambulante que, a pesar de todo, no se ve trabajando en otro sitio. «Estoy hecho para esto, para trabajar por mi cuenta. Soy feliz llevando hielo de pueblo en pueblo», resume.

Juan Aurelio Sanz

El último vendedor de muebles itinerante

Juan Aurelio Sanz en su furgón a su paso por Torrelobatón L Negro

Cuando su megáfono resuena por las calles de un pueblo de Valladolid o Palencia, todos saben que ha llegado Juan Aurelio Sanz. «Sillas para mayores y niños, sillones, colchones, librerías, dormitorios, somieres…» y la gente sale a su paso a comprar lo que se tercie. Tiene 62 años y, desde los 14, su vida ha estado ligada a este oficio. «Dejas de estudiar y te enrolas. Empiezas ayudando a tu padre un poco y, cuando te das cuenta, estás metido hasta las cejas», dice con la naturalidad de quien no se imagina haciendo otra cosa. Y es que, el oficio le viene de familia. Sus abuelos, de Cantalejo, eran trilleros que recorrían los pueblos poniendo piedras a los trillos o vendiendo cribas. Su padre se pasó a la venta de camas niqueladas, somieres y sillas de mimbre. «Nos ha gustado siempre la calle. Lo hemos vivido. Claro que es duro, en invierno con el frío, ahora con el calor… Pero compensa. La gente siempre ha sido muy agradecida», resume Juan Aurelio.

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Durante años compartió negocio con su hermano, hoy ya jubilado. Juan Aurelio lleva unas 20 rutas distintas, que repite cada tres semanas. En un mismo día puede pasar por dos, tres o cuatro pueblos, según lo grandes que sean. Su furgón, cargado de sillas, colchones, canapés y hasta armarios, es una pequeña tienda rodante que llega hasta la puerta de casa. «En agosto vendo el doble que cualquier otro mes», reconoce. Él lo hace todo: vende, transporta, monta el mueble y retira el viejo. «Eso la gente lo valora mucho. Sobre todo, los mayores. Se lo subo a casa, les quito el colchón viejo y les pongo el nuevo. A veces me dan cinco euros de propina por el buen servicio», explica este vendedor ambulante que, dentro de tres años, cuando se jubile, pondrá fin a una tradición que comenzó con un carromato tirado por mulos y que ha pasado de padres a hijos. «Al final, si alguien necesita un colchón, tendrá que pagar el transporte. Yo lo compenso porque vendo más cosas en el mismo viaje. Pero cuando yo lo deje, se acabó», dice resignado.

Leticia Castaño

Llevando el zumba y pilates al medio rural vallisoletano

Leticia Castaño con las participantes de la actividad de aquagym en Castromonte L. Negro

Leticia Castaño Rodríguez lleva desde 2016 trabajando como autónoma en el mundo del deporte y el bienestar. Dispone de una sala propia denominada 'Leticia Castaño Fitness' en Medina de Rioseco, de donde es ella, en la que imparte clases de fitness, tonificación, zumba, pilates, baile o yoga, entre otras modalidades, tanto para adultos como para niños. Pero además, una parte fundamental de su trabajo está en los pueblos, a los que acude para impartir distintas actividades deportivas y de ocio. «En los municipios lo que más se demanda es la gimnasia de mantenimiento y el pilates. En verano, también el aquagym, porque es más refrescante y divertido», señala.

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Castromonte es uno de tantos municipios que contrata sus servicios de forma permanente o para talleres puntuales o masterclass. «Me encanta trabajar en los pueblos. Supone un trabajo muy cercano y muy bonito. La gente te acoge muy bien y valoran que vayas a dar una clase a la puerta de su casa porque muchos no pueden desplazarse», explica. «Ofrecer este servicio de cercanía me llena a nivel personal. Hablo mucho con la gente, comparto con ellos un café después de clase y veo cómo se animan y motivan. En los pueblos conectas de otra manera. Es todo mucho más humano», comenta Leticia, quien reconoce que cuando empezó, costaba que en los pueblos se apostara por este tipo de actividades. Hoy, sin embargo, nota un cambio. «Cada vez se hacen más cosas por los vecinos. Ahora colaboro en las semanas culturales y organizo clases en verano. Y si no puedo ir yo, recomiendo a otros compañeros, porque lo importante es que no se pierdan esas oportunidades».

Daniel Paniagua

Un óptico que vende gafas sobre ruedas

Daniel Paniagua con su furgoneta convertida en óptica rodante El Norte

Daniel Paniagua Fernández nació en Mayorga, estudió Óptica y Optometría en la UVA y nunca pensó que acabaría ejerciendo su profesión de pueblo en pueblo, con una furgoneta cargada de monturas, cristales y aparatos de graduación. Hoy es un referente en Tierra de Campos y en varias comarcas de León, Zamora y Palencia, donde llega su particular óptica ambulante. «Cuando terminé la carrera no sabía muy bien qué hacer. De hecho, pasé diez años sin ejercer. Trabajé en empresas, incluso viví cinco años en Perú con mi mujer. Regresamos para formar una familia y decidimos instalarnos en Mayorga, cerca de los nuestros», cuenta.

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El regreso al pueblo le obligó a pensar cómo ganarse la vida. «Yo veía a mi abuelo o a mis vecinos que necesitaban gafas y tenían que desplazarse a Valladolid, a León o a Palencia. Y pensé, si el pescadero o el panadero siempre han ido de pueblo en pueblo, ¿por qué no un óptico?». Así nació el proyecto Gafasvan, que recorre pueblos cercanos como Villalón de Campos, Valderas, Sahagún, Villada y Villalpando. Además, ha abierto una óptica en León capital y próximamente va a abrir una sucursal en Paredes de Nava. Hoy su equipo lo forman seis personas, entre ópticos, administrativo y un socio especializado en audioprótesis. «Al principio cargaba todo el material en la furgoneta y cada día montaba y desmontaba la consulta en un local prestado por los ayuntamientos. Locales que tan pronto servían como óptica como para dar clases de zumba. Con los años he ido haciéndome con locales en los pueblos para no tener tanto trasiego de material», cuenta este emprendedor. «Estoy encantado con la fidelidad de la gente y lo agradecidos que son en los pueblos. Siempre me han recibido fenomenal y los alcaldes valoran muchísimo el servicio», explica. «Lo mejor de este trabajo es la manera en que la gente de los pueblos acoge cualquier proyecto nuevo. Eso no se encuentra en otro sitio», afirma.

Julio Melón

El afilador que mantiene vivo el sonido del chiflo

Julio Melón afilando unos cuchillos en Torrelobatón R. Ucero

A Julio Melón siempre le precede un sonido inconfundible, el eco de un chiflo. Él es afilador, el único que todavía recorre los pueblos de Valladolid. También tiene rutas en Zamora y Salamanca. Cada dos meses acude puntual a su cita con los vecinos del Valle de Hornija. Antaño lo hacía en bicicleta, hoy lo hace en un coche totalmente equipado. «Soy un afilador de última generación», bromea, sin embargo, es una realidad. Cuando él se jubile (tiene 63 años), con él se perderá su oficio. «Yo fui comercial muchos años, siempre de corbata, viajando mucho, hospedándome en hoteles y restaurantes de primera. Pero llegó un momento en que andar fuera de casa me pesaba, y vi un medio de vida que me daba autonomía y libertad. Eso es lo que yo valoraba. Así empecé y conmigo desaparecerá el oficio. Es un hecho», cuenta este profesional ambulante, que aprendió su quehacer de su padre.

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«Llegas a los pueblos y no ves a nadie, y te entra nostalgia porque recuerdas cuando aquí tenía una parroquiana, allí otra… y ahora sólo ves puertas cerradas», dice, pero lo que más le preocupa es el intrusismo. «En los pueblos de Valladolid no hay más afilador que yo. Lo que sí que hay es mucho intrusismo y mucho timo. Se bajan el sonido del chiflo de internet y le cobran a una persona ciento y pico euros por afilar cuatro cuchillos. Esta gente hace más daño que la despoblación», comenta.

Cecilia Pesquera

La podóloga que lleva la salud al medio rural

Cecilia Pesquera atendiendo a un paciente en su clínica El Norte

Cecilia Pesquera Ortega es podóloga desde hace más de siete años y combina la consulta fija que tiene en Valladolid, en Parquesol, con un servicio itinerante por diferentes pueblos de la provincia, Traspinedo, Sardón de Duero, Quintanilla de Arriba, Villavaquerín, San Miguel del Arroyo, Serrada, Brahojos, Bobadilla del Campo y El Campillo. «Empecé con cuatro pueblos, luego cinco, y ahora son nueve. No puedo coger más porque no me dan los días», explica. Y es que de lunes a viernes su prioridad es la clínica, mientras que los sábados —y en ocasiones los lunes— los dedica a desplazarse a estas localidades. «Me han llamado de más sitios, pero no puedo aceptar porque sería descuidar lo que he montado con tanto esfuerzo en Valladolid», afirma.

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En los pueblos la mayoría de sus pacientes son personas mayores que no pueden desplazarse a la ciudad. «Están muy agradecidos, porque algunos llevarían años sin poder hacerse nada si tuvieran que depender de que alguien los llevara en coche hasta Valladolid», cuenta. Cada pueblo tiene un día y hora fijados. Los vecinos se apuntan en una lista y la esperan. Las corporaciones y asociaciones vecinales colaboran avisando y organizando las citas. «Siempre puede fallar alguien, pero en general se comprometen y lo agradecen un montón», dice esta sanitaria, que reconoce que, aunque económicamente le resulta más rentable la consulta de la ciudad, no renuncia a los pueblos. «El ambiente de trabajo en los pueblos es muy enriquecedor. Es cansado, pero me compensa, porque creo firmemente que es una necesidad básica. Por eso merece la pena el esfuerzo», comenta.

Inma González y Marta Lorenzo

Dando vida a los mayores y dependientes del rural

Inma González y Marta Lorenzo de Sumando Vida L. Negro

En marzo de 2020, Inmaculada González, trabajadora social, y Marta Lorenzo, terapeuta ocupacional, decidieron dejar sus puestos directivos en una residencia de la tercera edad y fundar su propia empresa. Así nació Sumando Vida, un proyecto que presta servicios de formación, consultoría sociosanitaria y gestión de proyectos en el medio rural vallisoletano. «Veíamos que a los pueblos no llegaban ni profesionales ni servicios. Y pensábamos que el hecho de vivir en un pueblo no debería restar oportunidades», dicen.

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Cinco años después, su empresa atiende ya a numerosos municipios vallisoletanos, como Torrelobatón, Boecillo, La Santa Espina, Valverde de Campos y La Mudarra, entre otros. Allí despliegan una red de profesionales que incluye fisioterapeutas, terapeutas ocupacionales y trabajadores sociales, además de colaboradores puntuales como abogados, nutricionistas o enfermeros. «Nuestro objetivo es mejorar la calidad de vida de las personas mayores y fomentar la comunidad en los pueblos. Hacemos sesiones de estimulación cognitiva, talleres sensoriales, pilates o gimnasia grupal, pero también acompañamos en trámites, asesoramos a familias y organizamos charlas sobre temas tan importantes como las herencias o la nutrición», afirman. «Queremos que salgan de casa, que estén activos, que se relacionen, porque en invierno los pueblos es duro y muchas personas sufren soledad no deseada», continúan.

Ambas reconocen que su vida también ha cambiado con esta forma de trabajar. «Cuando salimos de los pueblos nos sentimos revitalizadas. Cada grupo y cada persona nos aporta muchísimo. En cada pueblo hemos formado una pequeña familia», concluyen.

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