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Este viernes, durante el pregón de las fiestas dedicadas al Cristo del Suspiro en San Pelayo, se vivió una auténtica marea de emociones en la ... plaza del pueblo, y al timón estuvo Alberto Villa Fraile, el fresquero ambulante que, con su simpatía, supo pescar el cariño de todos los sampelayinos.
A sus 33 años, Alberto lleva el oficio «en la sangre y en la furgoneta». Vecino de Villabrágima, es bien conocido en San Pelayo por surtirles cada semana de pescado fresco… y de buen humor. Esta vez no venía a ofrecer merluza ni sardinas, sino palabras con las que supo conquistar a todos. «Cuando Elisa, la alcaldesa, me escribió para decirme si quería ser el pregonero, me causó sorpresa. ¡No lo dudé un segundo! Solo me quedaba la duda de si estaría a la altura, pero sabía que el corazón me guiaría en este discurso», señaló.
Sin red y a corazón abierto, su pregón fue un homenaje a la vida en los pueblos, a la familia y a su oficio que tanto ama. Tuvo palabras de agradecimiento para el Ayuntamiento, para sus seres queridos y, cómo no, para la clientela fiel que cada semana le espera para llenar sus arcones de buen género. «Siempre me he sentido uno más de este pueblo, y por eso entenderéis que hoy es un día muy especial para mí, con sentimientos encontrados: responsabilidad, orgullo y alegría por estar aquí rodeado de familia y amigos».
Alberto tiró de sus mejores recuerdos de infancia, como aquellas primeras veces que iba con su madre, Yoli, a vender a este pueblo. «Yo empecé a vender solo con 19 años, después de acabar el bachillerato. Siempre tuve claro que quería dedicarme a esto. Es un trabajo que me encanta», señalaba. «Ahora, ya con 33 años, me habéis visto crecer, pasar de ser un niño, al hombre en el que me he convertido. ¡Gracias San Pelayo!
Y aunque lo suyo es vender pescado, en el pregón vendió emoción por arrobas ya que tampoco se olvidó de quienes atraviesan malos momentos. A ellos les dijo, «os pido fuerza para superarlo y saber que vais a salir adelante, solo es un bache en el camino». Tampoco faltó el humor al hablar de San Pelayo, como de ese lugar seguro donde «aún se puede salir al fresco y pedirle sal al vecino o dejar la puerta abierta. ¿Ahí hay gente?, me preguntan. ¡Pues claro que hay gente! Si supieran la suerte que tenemos de vivir en un pueblo. Quién tiene un pueblo tiene un tesoro. No sé quién lo diría, pero el cabrón tenía toda la razón».
En su discurso aprovechó también para poner en valor el trabajo de la corporación municipal, a quienes felicitó por «asfaltar calles, preparar fiestas y jornadas solidarias». Cerca de un centenar de familiares, amigos, clientes y vecinos, muchos de ellos de Villabrágima, se desplazaron hasta San Pelayo, para acompañar a Alberto en uno de los días más especiales de su vida. «Probablemente después de este pregón, alguno más caerá…», bromeaba con la misma sonrisa con la que cada semana recorre 14 pueblos con su furgoneta. Al finalizar, el ayuntamiento le entregó una placa conmemorativa que, como no podía ser de otra manera, tenía forma de pescado.
Tras el pregón, tuvo lugar la degustación de limonada y canutillos, ofrecidos por la asociación Amigos de San Pelayo del Valle, y el reparto de pañoletas con el diseño del mural realizado en la localidad por el pintor Manuel Sierra. A continuación, hubo pasacalles desde la plaza hasta la ermita, amenizado por la charanga Invicto. La primera jornada festiva culminó con una hoguera en la Plaza de la Ermita, baile y una discomovida a cargo de DJAirx. Las fiestas continuarán el sábado y domingo con distintas actividades lúdicas, religiosas y gastronómicas.
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