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Julita, junto a su hija Carina y su nieto Ezequiel, frente a la casa en la que nació El Norte

De Buenos Aires a Santa Eufemia del Arroyo, ocho décadas después

A sus 89 años, Julita Quintanilla vuelve a pisar su localidad natal tras emigrar a Argentina en los años 40 huyendo del hambre

Sábado, 22 de noviembre 2025, 08:45

Nunca es tarde si la dicha es buena. Es el popular refrán que este martes expresaba Julita Quintanilla Ramos, de 89 años, cuando después ... de más de ocho década regresaba desde Buenos Aires a Santa Eufemia del Arroyo, su querido pueblo natal. Una emotiva visita en la que estuvo acompañada por dos porteños, su hija Carina Cornero Quintanilla, que ha venido por primera vez a España, y su nieto Ezequiel Gerardo Cisale, que llegaba en 2023 y que celebró la Nochebuena de ese año en compañía de los vecinos de Santa Eufemia.

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Al bajar del autobús, los tres visitantes eran recibidos por la vecina Nuria Santos y el cronista local y recién nombrado Hijo Predilecto, Miguel Ángel Cañibano, que hicieron de guías por los lugares de la infancia de Julita en un emocionante viaje a su pasado del que expresó haber sentido «una alegría muy hermosa, con muchas emociones». Con la ayuda de un andador, fue el momento de volver a pisar el corro de las Cuatro Calles, la iglesia o la casa familiar, con algunos cambios, pero conservando «la ventanita chiquita por la que mi madre tiraba las llaves cuando iba a respigar». Fue el momento de recordar cuando cruzaban el río pisando unas piedras o cuando su madre, con un pañuelo en la cabeza, venía con el trigo en el burro para dejarlo secar antes de machacarlo, llevarlo al molino para hacer la harina con la que cocía el pan. Julita señaló haber encontrado muy cambiado a Santa Eufemia, con los suelos con pavimento sustituyendo al de tierra o las casas de dos pisos, que antes no existían.

De especial emoción fue cuando Julita se encontró con Francisco Ramos, el nieto de su prima Anuncia Ramos, sin que faltaran las consiguientes preguntas por sus familiares comunes. La veterana vecina confesó que nunca perdió la ilusión de volver a su pueblo en «un sueño que ahora he hecho realidad después de tantos años, porque antes no pudo ser». Unas décadas en las que «siempre me sentí española en todos los lugares y así seguirá siendo hasta que Dios me lleve». No obstante, expresó que «a Argentina la quiero mucho, por todo lo que nos ha dado, pero no como a mi patria». Su hija Carina, después de la visita a Santa Eufemia, hizo ver que «era como si ya hubiera estado todos los lugares, era el relato tantas veces escuchado, a mi madre y mis tíos, siempre añorando ese tiempo pasado y esos lugares».

Con emoción recordó que «fuimos con alegría a Argentina porque íbamos a comer, porque tuve una niñez muy linda, pero con mucha hambre». En este sentido trajo al presente cuando al llegar a Bilbao, siendo muy niña, lloró porque la Guardia Civil les quitó todo lo que llevaban para comer. Además, rememoró que en el colegio «nos pegaban y nos castigaban». Ahora ha encontrado a España muy cambiada, «en muchas cosas». Por eso, junto a su hija y su nieto se van a quedar a vivir en Valladolid en busca de mejor vida.

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La vida de Julita Quintanilla comienza a escasas semanas del inicio de la Guerra Civil, un 16 de abril de 1936, en el terracampino pueblo de Santa Eufemia del Arroyo, de donde era su madre, Nicasia Ramos, siendo su padre el jornalero del campo Benito Quintanilla, de la localidad zamorana de Villamayor de Campos. Sus abuelos maternos, Teodoro y Ladislada, vivían de un palomar con la cría de palomas.

Julita era la menor de cinco hermanos, junto a Ladislada, a la que llamaban Ladis, Sagrario, José y Benito. Cuando tenía dos años, en plena Guerra Civil, la familia se trasladó a Portugalete, junto a Bilbao, dejando la casa del pueblo para regresar durante los veranos. Eran malos tiempos y el cabeza de familia había conseguido trabajo en la empresa Altos Hornos de Vizcaya y había tenido la oportunidad de alquilar por precio accesible «una casa de esas que eran para obreros, pero con un buen tamaño para todos». En los veranos de 1937 y 1938, Nicasia fue al pueblo con sus hijos Sagrario, Benito y Julita, aprovechando los meses para respigar trigo para hacer pan y poder llevarlo a Bilbao. Los otros hermanos, Ladis y José, se habían quedado con su padre, Benito, que «seguía en la fábrica para obtener más dinero y comida». En 1939, aunque la Guerra Civil ya había acabado, no pudieron regresar a Santa Eufemia para conseguir más alimentos porque los controles eran más exigentes

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Poco a poco, la situación en Bilbao se hizo inaguantable con dificultad de alimentar a toda la familia, a tal punto que Nicasia «le llevaba algunas alubias a su marido al trabajo para que no se desmayara». No es de extrañar que la familia buscara, por segunda vez, un futuro mejor en Argentina siguiendo los pasos del tío Pepe, quien había emprendido el viaje hacía tiempo y que había hablado a su hermano Benito de la posibilidad de vivir mejor y huir de esos años duros de hambre que estaban pasando en España.

En enero de 1948, partieron Sagrario y Ladis en un barco español que tenía el prometedor nombre de Esperanza; meses después, en agosto, sería el turno del padre y de José, siendo los últimos en partir la madre con sus hijos Benito y Julita. Llegaron a Buenos Aires «con mucha emoción e intriga de estar en una patria totalmente diferente». Julita, que es la única que queda con vida de la familia, y que ahora ha vuelto a España por primera vez desde entonces, se casó con el argentino Francisco Cornero, con ascendencia española y francesa, y tuvo tres hijos, Claudio, Carina y Marcelo. Trabajó de modista, ayudando también a su marido en su oficio de marroquinero en el trabajo con el cuero.

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El cronista de la localidad, Miguel Ángel Cañibano, que tiene un estudio de los apellidos de Santa Eufemia, señaló que el de Ramos llegó al pueblo en 1842, desde Quintanilla del Monte. Además recordó que hace unos días visitaron la localidad seis argentinas en busca de la raíces de su abuelo, Andrés González Paniagua, en una visita muy emotiva al tener lazos familiares con las visitantes. Por su parte, la vecina Nuria Santos expresó la gran emoción de haber acompañado a Julita en su regreso al pueblo después de más de 80 años.

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