Las calles de Valladolid fueron escenario de los cotidianos paseos urbanos de Delibes, en muchos de los cuales se hizo acompañar del autor de este artículo. El Norte

De octubre a octubre

Mis horas con Delibes ·

El pasado 17 de octubre ha dado comienzo oficialmente el Año Delibes

Hace solo cinco días, el pasado 17 de octubre, ha dado comienzo oficialmente el Año Delibes. O por mejor decir: el año centenario del nacimiento del escritor castellano. Transcurrirá desde este octubre de 2019 hasta octubre de 2020.

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Miguel Delibes nació en 1920 y murió en 2010. En Valladolid. En Valladolid nació y en Valladolid murió noventa años después. «Soy como un árbol, que crece -y muere, le faltó añadir- donde lo plantan».

Dirigió y dio carácter al periódico vallisoletano El Norte de Castilla, y es ahora este periódico, su periódico, quien me ha pedido que evoque y escriba algunos de mis recuerdos, algunas de las «horas» que tuve el privilegio de pasar a su lado.

Por eso me he atrevido a titular esta serie 'Mis horas con Delibes'. Fueron muchas las que compartí con él, y ha sido precisamente el título de su archiconocida novela 'Cinco horas con Mario' (publicada en 1966) el que me he permitido tomar prestado como referencia o punto de apoyo para recordar a mi vez estas «horas» personales con el escritor.

Fueron más de cinco, eso por descontado, aunque tampoco puedo precisar cuántas pudieron llegar a ser. Muchas.

El quiosco de los helados

No pocas de ellas, no pocas de esas horas de convivencia y conversación, para mí inolvidables, han quedado plasmadas en algunos escritos y publicaciones mías sobre Delibes, y muy particularmente en mi biografía del escritor, que tuvo una primera edición en 2005, con el título de 'El quiosco de los helados', y una segunda entrega en 2010 -año de su muerte- con el título de 'Miguel Delibes de cerca'. Ambos epígrafes vienen a significar lo mismo, y los dos servirían por igual para encabezar estas evocaciones.

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Titulé mi primera entrega biográfica 'El quiosco de los helados' porque era precisamente junto a una caseta de venta de helados, instalada en una de las esquinas exteriores del vallisoletano parque del Campo Grande, donde solíamos citarnos para iniciar nuestros paseos urbanos. El susodicho quiosco solo se instalaba, obviamente, en verano, en tiempo de calores, pero para nosotros quedó ya como punto de encuentro en cualquier época del año.

-A las 11 en el quiosco de los helados-, concertábamos por teléfono. El quiosco pillaba mucho más cerca del domicilio de Miguel que del mío. Yo siempre tenía que hacer uso del autobús. Calculando los horarios con precisión, pues Delibes siempre fue un hombre escrupulosamente puntual.

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En rojo

Y si por casualidad me retrasaba yo unos minutos, siempre me lo encontraba a él moviéndose, rondando de aquí para allá, a veces en torno al monumento a Colón, cerca del cual solía instalarse el referido quiosco. No le gustaba a Delibes estarse plantado en la calle, ni siquiera sentado en algún banco del entorno. El paseo era el paseo y nada debía obstaculizarlo o interrumpirlo. Ni siquiera un semáforo en rojo.

-Es que si nos detenemos rompemos el ritmo de la marcha -me argumentaba Miguel al iniciar la temeraria travesía de una calle.

-Pero es que un día va a ser un coche el que «nos rompa el ritmo de la marcha», ¡y hasta la crisma! -contraargumentaba yo, siguiéndole, no obstante, sumisa y medrosamente.

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Pero hablaré de este proceder y de tantas otras anécdotas de nuestros paseos más adelante. Seguro. Semana tras semana, a lo largo del año Delibes.

Aunque lo que quiero dejar en claro desde el arranque mismo de estos apuntes, es que cuanto yo supe y sé del novelista castellano nace de mi cercanía con él. Y estas son las «horas» que trataré de evocar aquí, en las páginas de El Norte, a lo largo del centenario del nacimiento (1920 -2020) del novelista. Centenario que ha dado comienzo, oficialmente, hace solo cinco días.

Esta sección se publicará los domingos desde el día 27.

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