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Mercedes e Inés han superado su adicción al alcohol. ALBERTO MINGUEZA

«La mujer tiene más difícil reconocer su alcoholismo por temor al qué dirán»

Los expertos constatan el aumento de casos femeninos en los últimos cinco años, que ya suponen el 29%del total

Víctor Vela

VALLADOLID

Martes, 19 de marzo 2019

«Cuando bebía, nunca me veía como alcohólica. ¿Alcohólica yo? Asociaba la palabra a los hombres, tal vez por la vinculación con una cultura machista, pero yo ahí no me sentía identificaba. Yo me emborrachaba. Mucho. Pero no me consideraba alcohólica». Habla Mercedes Redondo (Madrid, 1964), una de las 452 mujeres que desde 1993 han recibido apoyo y terapia en la Asociación para el Tratamiento y Rehabilitación del Alcoholismo (ATRA), que ayer constató el incremento de mujeres que, sobre todo en los últimos cinco años, han acudido a pedir ayuda para escapar de los ecos de copa y botella.

La mayoría (152) tienen entre 31 y 40 años. Muy cerquita de las 150 que están entre los 41 y 50. Hay 14 con menos de 20 años e incluso se han registrado casos de chavalas con 16. El periodo de crisis disparó los nuevos expedientes que llegaban a la asociación y el porcentaje es cada vez mayor. En el histórico del colectivo, con 26 años de andadura en Valladolid, las mujeres suponen el 18% de los pacientes. En los últimos años, ha llegado hasta el 29%.

Y eso, a pesar de que todavía se intuye como muy alto el número de casos «silenciosos», «invisibles», el de aquellas mujeres que beben solas, en casa, a espaldas de los suyos, y sin el respaldo familiar suficiente como para dar el primer pasos para recibir tratamiento. Blas Bombín, psiquiatra, fundador de ATRA, apunta que la mujer alcohólica «sufre mayor estigma y rechazo por parte de la sociedad, de la familia e incluso de ella misma. Su consumo es más secreto, solitario, culposo y vergonzante». Y eso hace que sea más tortuoso el camino para reconocer la enfermedad e intentar resolverla.

Diferencias

  • Más estigma. «Las mujeres alcohólicas reciben mayor rechazo por parte de la sociedad y de su propia familia», explica el psiquiatra Blas Bombín, quien subraya que el consumo de las mujeres, en líneas generales, suele ser «doméstico y vespertino». «El hombre bebe en el bar, se socializa. La mujer se sigue escondiendo para beber», concluye. Por eso, «es mayor, casi el doble, la proporción que se estima oculta (alcoholismo silente)».

«Si una persona tiene diabetes, evita el consumo de azúcar y luego recibe el tratamiento que sea. Sin mayor problema. Y hasta se cuenta en público:soy diabética. Reconocer que eres alcohólica es más difícil. Se suele ocultar. Y la salvación está ahí, hay personas que te ayudan, que te apoyan, pero no lo quieres ver», dice Inés Carbonero (Portugalete, Vizcaya, 1958). Desde el 6 de junio de 2012, sin probar una gota de alcohol. «Para mí es importante recordar la fecha», cuenta Inés.

A su lado, Mercedes, defiende lo contrario.«Deben ser diez años, pero ya no lo cuento. Lo veo un error. Al principio sí que lo hacía. Pero cuando me daban el pin de los seis meses sin beber, me pegaba un homenaje. Así que dejé de tachar. Ya no bebo. Y no me importa tanto cuánto tiempo llevo sin hacerlo. Lo bueno es que ya no hay alcohol en mi vida», explica Mercedes.

Mercedes, en la sede de ATRA. ALBERTO MINGUEZA

Cuenta que la primera vez que lo probó fue en una de esas noches de fin de año en la que se acercaba la copita a la niña para que lo catara. Ella era una de las siete hijas de una familia con padre militar. «Todos los hermanos teníamos mote. Estaba Rocky, el pupas, el abuelo, el loco, la hilus y la enchufada. A mí me llamaban la gorda. Me hicieron creerme el complejo y con él fui creciendo. No me quejo de la educación que me han dado, pero sí que fue muy estricta», recuerda Mercedes.

«De soltera yo salía y bebía los fines de semana. Whisky con coca cola. Passport o JB. Hasta ocho copas en una noche. Los amigos me decían:'Eres como una esponja'. Y yo les contestaba que es que tenían envidia, porque los demás con dos copas ya estaban pedo. Lo que no me daba cuenta era de que mi carácter cambiaba. Me ponía agresiva, me volvía chulita», cuenta Mercedes.

Y sigue su relato:«Me casé con 27 años. Era feliz, pero cuando llegaron los hijos, la situación se volvió un suplicio por mi exmarido. El tercero ya no lo quiso tener. Me engañó con una amiga. El alcoholismo afloró a lo bestia. Y mi familia me ingresó en un centro. Aquello me dolió. Uno de mis hermanos también era alcohólico. A él lo cuidaban en casa, lo mimaron. A mí me ingresaron en un hospital en Palencia y nunca me fueron a visitar. Por el qué dirán. Allí estuve un año entero. Mis hijos vivían con su padre. Mi madre puso a una chica para que los cuidara.

Hasta que un compañero, Javi, me habló de este centro, de la asociación ATRA, me dijo que existían terapias. Yo venía a Valladolid a tratarme. Y me da rabia porque era una imbécil. Entraba a terapia con aires de superioridad. Y aquí, escuchando a los compañeros, me di cuenta de que todos somos iguales, de que todos hemos pasado más o menos por lo mismo. Lo que ellos contaban, yo también lo vivía. He sido soberbia, impulsiva, he llegado a tirar ceniceros, la gente me tenía miedo, no me soportaba nadie en la asociación... pero aquí he cambiado. Todo eso era fruto del alcohol. Las recaídas fueron llamadas de atención. Pero ya está», dice.

«Una vez que lo has superado te das cuenta de aquello en lo que te convertías. Yo ahora veo que le he hecho mucho daño a mi marido, a mi hijo«, explica Inés.

Inés, durante la entrevista. ALBERTO MINGUEZA

«Yo vengo de una familia atípica, muy atípica. Mis padres no estaban casados. Él tenía otra familia. Pasaba el día con nosotras y se iba a domir con los otros. Para mí era lo normal. Hasta que un día, cuando yo tenía 8 o 9 años una tía me lo contó. Estábamos paseando delante de un hospital cuando me dijo: 'Tus padres no están casados'. Lo hizo con el mayor cariño del mundo, pero a mí me afectó», cuenta. Muy joven vino a Valladolid, estuvo interna en las Teresianas. «A los dos años me sacaron porque lo somatizaba todo. Yo pensaba que me iba a ir al infierno porque mis padres no estaban casados». Regresó a Portugalete.

«Yo allí salía con los amigos y empecé a salir con 15 o 16 años. Y a beber. Lo típico. Salíamos de clase, nos juntábamos y bebía dos o tres chiquitos. No me consideraba alcohólica. Con veinte años me casé. A los cinco años tuve a mi hijo y dejé de beber. Pero luego se murió mi padre, mi madre se vino a vivir a la casa de al lado. Ella nunca estaba contenta con lo que yo hacía. Ni con la ropa que llevaba, ni si estudiaba o trabajaba, ni si hacía algo bien. Se creía que yo era de su propiedad. Era absorbente, agobiante. Y eso me generó con 40 años una depresión«, relata Inés.

«Después de la depresión yo tenía una rabia interna enorme, me frustaba todo, no me gustaba lo que hacía, en lo que se había convertido mi vida. Salía de fiesta con mi marido y bebía. Él me decía: '¿No te parece que te has pasado?' Pero yo nunca le ponía remedio. Me encontraba mal, pero pensaba que el resto era peor, porque cuando estaba borracha no veía sufrimientos ni preocupaciones, me encontraba feliz. Hasta que un amigo me dijo que ese no era el camino, que teniá que parar, que empezar de nuevo mi vida. Y vine a ATRA«, añade. «Aquí he encontrado compañeros que han pasado por lo mismo. Por eso me gusta también hacer labores de acogida para las personas que llegan por primera vez», explica Inés.

Ambas reclaman la celebración de terapias colectivas exclusivas para mujeres. El doctor Bombín se ha comprometido a recuperarlas. «Hay asuntos en los que te sientes más cómoda cuando no hay hombres delante», reconocen.

«Los problemas de la vida no se te van por beber. Siguen ahí. Aquí lo aprendes. Y aprendes a hacerte dura, resiliencia. Aprendes a sufrir con alcohol, si se puede decir. A ser mejor persona, a tener empatía, a reconocer tus problemas y los de los demás», indican.

«El alcoholismo no se define por la frecuencia», subraya el doctor Blas Bombín, quien, más allá de la cantidad, alude, como «factor determinante, al momento en el que se pasa de hábito a dependencia. Pasas de ser dueño a esclavo de la situación».

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