Valladolid
Menús sobrantes de comedores escolares dan de comer a 22 hogares sin recursosEl programa, diseñado por la asociación Amap, lucha contra el desperdicio alimentario y llega a 63 personas desfavorecidas
Son las tres de la tarde. Decenas de niños con el postre recién terminado salen del Gonzalo de Berceo, en La Rondilla. A esa misma ... hora, Oksana llega con hambre a las puertas del colegio. En las manos lleva una bolsa térmica. En la bolsa térmica, unos tápers. Vacíos. De momento. Por ahí, dentro de unos minutos, habrá patatas guisadas con bacon, escalopes de pollo con ensalada. Son siete menús que hoy no se han servido en el comedor escolar y que, de otro modo, si Oksana no estuviera aquí para llevárselos, si no le hubieran avisado para que viniera con su bolsa, con sus túpers (con su hambre), habrían terminado en la basura. En su lugar, servirán para alimentar a una familia que escapó de la guerra de Ucrania y busca ahora un futuro en Valladolid.
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Oksana es una de los 63 vallisoletanos (de los 22 hogares) que se benefician de un programa pionero que AMAP (la asociación mundial para la ayuda de los pueblos necesitados) ha puesto en marcha contra el desperdicio alimentario en Valladolid. La premisa es muy sencilla: la comida está mejor en la mesa de una familia desfavorecida que en un contenedor.
¿Por qué la vamos a tirar si se puede aprovechar?
Cada día, los responsables de ocho comedores escolares (gracias a un acuerdo con la empresa Serunion) avisan a los voluntarios de AMAP de si han sobrado menús en sus instalaciones. «Las raciones están medidas y calculadas, pero hay veces que no todos los niños apuntados se quedan al comedor», explica Celsa Martín, responsable de este servicio en el Gonzalo de Berceo. «Tenemos niños que vienen de forma esporádica, otros que son discontinuos (por ejemplo, hijos de padres divorciados), los hay que por un problema de salud no han venido ese día al cole o que faltan porque están en una actividad fuera del centro. A menudo se dan situaciones así», explica Celsa, quien evidencia que hay jornadas en las que, después de servir los menús, después de que se les ofrezca repetir, hay raciones sobrantes.
Suele ocurrir con más frecuencia cuando hay guiso que cuando se sirve monorración (ya que, en este último caso -por ejemplo, una hamburguesa por niño- es más sencillo calcular). También hay menús que tienen menos éxito y suelen sobrar más. «Ocurre con más frecuencia cuando hay pescado», apuntan desde AMAP, donde aclaran que los menús que luego reparten entre sus beneficiarios no han salido nunca de cocina. No es comida que sobre del plato de los niños, sino raciones que no se han llegado a servir.
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La asociación contó con el apoyo del Ecyl y el asesoramiento de la Consejería de Sanidad para garantizar que todo el proceso se hace sin problemas, con la máxima exquisitez.
A última hora de la mañana, cuando los niños ya están sentados en el comedor escolar y sus menús servidos, una responsable de cada colegio avisa por whatsapp a los voluntarios de AMAP del número de raciones sobrantes. Hay días, y ocurre a menudo, en los que no hay nada. Los peques se han comido hasta el último macarrón. Pero otras jornadas sobra comida. Y entonces empieza la cadena. El comedor avisa al voluntario. Este proyecto funciona en ocho coles. Todos públicos. El María Teresa Íñigo de Toro, el Allúe Morer, el García Quintana, el Antonio Machado, el García Lorca, el Miguel Delibes, el Marina Escobar y este de aquí, el Gonzalo de Berceo.
Cada uno de ellos tiene un voluntario asignado. Aquí, en La Rondilla, es Rafael Ojosnegros, quien recibe ese mensaje de la coordinadora del comedor. «Me dicen, hoy van a sobrar tres raciones, cinco, siete. Y entonces yo llamo a las familias con las que trabajamos para que se acerquen, a partir de las tres de la tarde, a recogerlo». El margen de tiempo con el que trabajan es muy restringido, porque en apenas tres cuartos de hora el comedor tiene que cerrar. Así que todo se hace de forma muy ágil.
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Hogares beneficiarios
En cada colegio, AMAP trabaja apenas con dos o tres familias. «No son más porque, en realidad, tampoco sobra tanta comida. Está todo bien calculado y es lógico que sea así», apunta Elisa Rodríguez, técnica de proyectos de acción social en AMAP. En el caso de La Rondilla, son tres hogares. Dos con personas llegadas de Ucrania. Otro de Perú. Una de las familias está integrada por cuatro personas. En otras son seis miembros. La más numerosa, la de Oksana, está compuesta por siete bocas que hay que alimentar. Está Oksana y su madre. Está un hijo con TDHA (trastorno por déficit de atención e hiperactividad). Está otro hijo, su mujer y su pequeño de dos años. Y está una nuera de Oksana, que tiene otros dos hijos que se quedaron en Ucrania.
En total, siete integrantes en esta familia asentada en La Rondilla y que necesita de ayuda para llegar a fin de mes. «La situación que tenemos en Valladolid no es sencilla y se agradece esta ayuda», cuenta Oksana Homeniuk, en un español que se empieza a afianzar. Llegó hace más de dos años, cuando la guerra estalló en su país, con el hijo que más cuidados necesitaba. Oksana estudió Derecho y un grado en control de calidad alimentaria en su país. Durante quince años trabajó como fotógrafa hasta que la invasión de Rusia destrozó sus objetivos. Ahora, en Valladolid, tiene un trabajo de media jornada (por las mañanas) en labores administrativas para una empresa 'on line'. Además, ha empezado un curso de comercio por Internet. «Me gustaría trabajar de fotógrafa, como lo hacía en mi país, pero no es tan fácil», reconoce.
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«Muchas de estas personas procedentes de Ucrania tienen un nivel de estudios muy alto, se ha visto sin quererlo en una situación muy complicada y no es sencillo para ellos pedir ayuda», cuenta Elisa Rodríguez, quien entiende que este tipo de iniciativas ayudan a estas familias a salir adelante. «Nos gustaría trabajar con muchas más, pero para eso sería necesario la implicación de más comedores escolares o de más empresas», indica Cristina Pardillo, integrante de AMAP, quien recuerda que se cuenta con familias del mismo barrio, pero con hijos escolarizados en colegios diferentes a los que van a recoger el menú. Cuando decidieron implantar un programa así en Valladolid, se pusieron en contacto primero con restaurantes y empresas de cátering.
«Pensábamos que sobraría comida en celebraciones como una boda, pero muy pronto nos dimos cuenta de que ahí las previsiones son muy precisas y apenas sobra nada». Fue entonces cuando se pusieron en contacto con los comedores escolares. «Firmamos un acuerdo con ellos y con las familias para garantizar que se hace un buen uso de la comida que unos facilitan y los otros reciben». Los beneficiarios reciben una formación por parte de la asociación sobre cómo les sirven la comida y cómo luego la tienen que consumir.
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Al llegar al colegio con esa bolsa térmica y los tápers, se la facilitan a la responsable del comedor, que les prepara las raciones que se podrán llevar a casa. En ningún caso los usuarios pueden acceder a las cocinas. Una vez preparados los recipientes, el beneficiario se compromete a consumir la comida en el mismo día o en el plazo estipulado, para que esta no se estropee. Además, han de llevar los túpers limpiados de forma escrupulosa. «Es una garantía de que no hay ningún problema», apuntan desde AMAP, que completa este servicio con el reparto, una vez al mes, de víveres procedentes del Banco de Alimentos.
«Lo hacemos a través de la parroquia de Santo Tomás de Aquino, junto a la plaza del Ejército. En este caso son 40 familias beneficiarias (97 personas en total). «Lo más fácil para todos, cuando algo nos sobra, es tirarlo. Por eso es tan importante pensar cómo se puede reutilizar, si es posible, a entregar a otras personas que lo necesitan», concluyen desde la ONG mientras Oksana, con los tápers llenos, con la bolsa térmica a reventar, emprende el camino de vuelta a casa. Hoy tendrán, como casi 150 niños del Gonzalo de Berceo, patatas guisadas y escalope de pollo para comer.
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Un proyecto en Valladolid que nació de una visita a Egipto
Ocurrió hace casi veinte años, cuando un grupo de sanitarios madrileños viajaron hasta Egipto y descubrieron una realidad que nunca se muestra en los viajes turísticos. Uno de sus guías les enseñó lo que ocurría, casi de tapadillo, en la puerta trasera del hotel. Hasta allí se acercaban varias personas para conseguir la comida que sobrara de los menús de los viajeros. Aquella realidad despertó en ellos un aliento de solidaridad que en 2006 cristalizó en la fundación AMAP, una ONG de cooperación internacional que desde entonces desarrolla proyectos en multitud de países. Lo primero que hicieron fue montar tres dispensadores médicos en zonas periféricas de El Cairo. Después implantaron programas de seguridad alimentaria y saneamiento de agua en Burkina Faso y Mali. Hoy tienen en marcha un proyecto de abastecimiento en Etiopía, de lucha contra la desnutrición en Guatemala, de suministro de agua potable (en colaboración con la Junta de Castilla y León) en comunidades indígenas de Bolivia. En 2014 se establecieron con sede en Valladolid y aquí desempeñan labores de acompañamiento a familias desfavorecidas. Durante los dos últimos años, sobre todo procedentes de Ucrania. Algunas de ellas son beneficiaras de este proyecto pionero para luchar contra el desperdicio alimentario que comenzó el curso pasado en Valladolid.
«Hace unos años, la asociación tuvo que traer a España a un niño de Egipto para que le operaran en Madrid. Junto a él vino parte de su familia y, para alimentarlos, nuestros compañeros descubrieron este sistema de aprovechar la comida que sobra en determinados comedores», explica Pardillo. Así, la delegación vallisoletana, a partir de esta experiencia y de aquel recuerdo inicial de un hotel de Egipto, diseñaron un proyecto para el que consiguieron la implicación de Serunion. «Ojalá más empresas se puedan adherir y así tengamos más familias que puedan ser beneficiarias», concluyen.
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