Málaga acoge hoy la beatificación del sacerdote vallisoletano Tiburcio Arnáiz
La catedral malagueña espera once mil personas para el acto que elevará a los altares al jesuita, cuyo primer destino fue Villanueva de Duero
javier burrieza
Sábado, 20 de octubre 2018, 11:34
El jesuita vallisoletano Tiburcio Arnáiz, nacido en 1865, será beatificado en la catedral de Málaga –y en sus alrededores porque se esperan once mil personas–, en la Diócesis donde murió, después de un intenso y popular trabajo en favor de la predicación y la enseñanza entre los más desfavorecidos, en el medio urbano y rural, de aquella provincia. Desde los días de Benedicto XVI, las ceremonias de beatificación se celebran en los lugares donde empezó el proceso de santificación, que siempre corresponde con el de su fallecimiento. Los correspondientes ritos de beatificación, dentro del marco de una Eucaristía, serán presididos por el cardenal–prefecto de la Sagrada Congregación para la Causa de los Santos, acompañado entre otros por el obispo de Málaga y el obispo auxiliar de Valladolid, en representación de su Diócesis de nacimiento, en ausencia del cardenal Blázquez que se encuentran en Roma, participando del Sínodo de los Jóvenes.
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Tiburcio Arnáiz cuenta en Málaga con una inmensa popularidad, además de un monumento en sus calles y con numerosos devotos que visitan asiduamente su sepulcro en la iglesia del Sagrado Corazón de la Compañía de Jesús. Había nacido en la parroquia vallisoletana de San Andrés, hijo de un modesto tejedor que falleció muy pronto y que dejó dos huérfanos. Estudió en el antiguo seminario de Valladolid, instalado cerca de la Catedral y, para obtener algunos ingresos extras para su casa, ayudaba como monaguillo en el convento de monjas dominicas de San Felipe de la Penitencia, que se conservó en el Campillo hasta 1948. Se ordenó sacerdote diocesano en abril de 1890 y su primera parroquia, por espacio de tres años, dentro de la diócesis de Valladolid, fue Villanueva de Duero, pasando otros nueve en la abulense de Poyales del Hoyo, junto a la sierra de Gredos.
Cuando falleció su madre, se preocupó por el destino de su hermana soltera. Le comunicó que deseaba ser monja en el convento tan familiar y mencionado de San Felipe de la Penitencia y Tiburcio decidió hacerse jesuita, entrando en el noviciado de Granada, entre aspirantes más jóvenes. Tras pronunciar sus votos como miembro de la Compañía, descubrió sus habilidades como misionero popular, atendiendo a jóvenes y niños marginados, preocupándose por la enseñanza y el analfabetismo, poniendo en marcha iniciativas con otros jesuitas y seglares. Éstas, con la primera colaboración de María Isabel González del Valle, desembocaron en la fundación de las Misioneras de las Doctrinas Rurales, un pequeño Instituto compuesto hoy por un grupo de jóvenes consagradas. De la atención del padre Tiburcio no faltaron los enfermos, los presos, los trabajos en los corralones malagueños, la expansión de la devoción del Sagrado Corazón y las misiones en pueblos donde era casi imposible llegar en la sierra de Gibralgalia. Aplicó la doctrina social de la Iglesia entre los menesterosos en una vida muy parecida al también jesuita san José María Rubio, el 'apóstol de Madrid'. Desembocó en una Málaga que no dejaba de despedirse de él, a la hora de su muerte en 1926.
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