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Canciones en papel de regalo para 'Valladolindie'
El festival más largo del mundo celebra su 25 aniversario con Siloé, Dorian y Corizonas
El festival más largo del mundo (que es 'Valladolindie' y se celebra aquí desde 1994) demostró el poderío de sus 25 años, con todo ese ... ímpetu de la juventud que lo tiene todo por delante y la sabiduría de quien ya atesora mil huellas en el camino. «Se me ha pasado volando», reconoce entre bambalinas Roberto Terne, el padre de la criatura. Ha saltado el festival de las salas independientes a los escenarios multitudinarios, ha combinado la distancia corta con la mirada larga, el presagio de los grupos que serán futuro con el homenaje debido a quienes ya están consolidados.
Ha acercado a Valladolid bandas en pañales que hoy son referente nacional (en una primera etapa noventera Australian Blonde, Planetas o Dover; más adelante La casa azul, Fangoria, Astrud; luego Izal, Lori Meyers, Love of Lesbian). Nació 'Valladolindie' en tiempos de casetes y cedés, cuando la música independiente tenía cobertura escasa (en móviles y emisoras de radio) y hoy se codea con mogollón de festivales y el campo abierto de Internet. 'Valladolindie' cumple 25 años como patrimonio cultural de la ciudad y se monta homenaje de miércoles festivo en la Plaza Mayor.
Abre la celebración Siloé, a las 20:30 horas y todavía con las luces del cielo encendidas. La coalición local de Fito Robles (de negro) y Xavi Road (blanco) salta al escenario sin barro en los ojos y cada vez con más canciones entre las manos. Combinan aquellas primeras piezas acústicas (casi solo de guitarra y armónica con aires folk) con la nueva propuesta contenida en 'La luz', su último trabajo, en el que se cuela lo electrónico. No ha abandonado Siloé sus letras intimistas, casi místicas, que apelan a la espiritualidad y al amor cotidiano, que conciben la música como pomada contra todo tipo de dolor. Abren con 'Invasor', rinden homenaje al legado castellano de la jota con 'Contemos aullidos', se sientan al borde del escenario con 'La verdad' y Fito, tanto ímpetu, se mezcla entre el público durante 'La niebla', la última por su parte, para luego santiguarse una vez que ha dicho adiós.
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Continúa la fiesta de cumpleaños con un lujazo para cualquier celebración. Dorian, con su pop pegadizo y sintetizado, con sus estrofas casi monotonales de finales en redonda, con su independencia de 65 millones de reproducciones en youtube, hizo su regalo a Valladolindie con una actuación en la que demostró que es posible bailar desde la herida, saltar con la melancolía, disfrutar con sus canciones de amistad y descenso a los incendios, a los infiernos. «Para nosotros es un honor estar aquí por primera vez en esta Plaza Mayor que tantas veces hemos paseado, yendo y viniendo cuando hemos tocado por las salas de Valladolid», dice Marc, antes de prometer un concierto de «repertorio intenso».
Su ritmo lento en la cocción de discos les ha permitido diseñar un menú (guisado por ellos mismos y con fidelidad a sus ingredientes) en el que sirven piezas que parecen sencillas («tres notas y una bandera tan blanca como el corazón») y son auténticas bombas para descargar emociones. Como 'A cualquier otra parte', canción que dicen se levantó en tres horas y media, que los apuntaló en la escena indie, que abrió las orejas de nuevos públicos y que corearon miles de personas casi ya al final del concierto. Tiene la banda barcelonesa una certera habilidad para cantar desde la cicatriz, a medio camino entre la euforia y la depresión, como demuestra en 'La tormenta de arena' (la última de su recital), donde se cuenta la historia de salvación de dos personas atrapadas en un pozo de adicciones.
Suenan durante el concierto 'Los amigos que perdí', con esos desiertos que no se pueden abandonar, con el recuerdo de tantos que quedaron atrás ante el riesgo del olvido y la esperanza (o el desafío) de, pese a todo, continuar caminando, «siguiendo el rastro del amanecer». Ese contraste entre la luz y la oscuridad, entre el vaso pletórico de hielos o la copa triste de cubitos derretidos, es emblema de un grupo iniciado en la cultura del Sónar, en las noches de la sala Nitsa en la Ciudad Condal y que ahora se colocan frente al conde Ansúrez para festejar, con sus medios tiempos, con sus cañones de papelillos y serpentinas (el viento los llevó hasta la calle Zúñiga) los 25 años del 'Valladolindie'.
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La traca final, el regalo de despedida en este aniversario con hechuras de festival, es la actuación de Corizonas. Lo que parecía una UTE musical se ha convertido, ocho años después, en hormigón estable, proyecto gozoso que comienza a sonar, pocos minutos antes de la medianoche, en una Plaza Mayor entregada a la buena música. Comienza Corizonas su actuación con instrumental (theremín incluido) y versos rabiosos («los que vendrán detrás no podrán vengarnos») y a partir de ahí colocan junto a la tarta de cumpleaños varios temazos con su envoltorio de country y clásico rock and roll. «Sabemos que es tarde (casi las doce)y miércoles. Vuestro gesto es heroico, gracias por esta ahí», le dicen al público.
Lo mejor de los cumpleaños es el subidón de la celebración entre amigos. Lo peor, que la fiesta se acaba. Y al día siguiente te descubres recogiendo confeti del suelo, vasos vacíos de la mesa y tú con un año más. A no ser que aproveches el tiempo que tienes por delante para planear el siguiente fiestón: los más felices 26.
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