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Pedro Gómez Bosque nació el 5 de julio de 1920 en San Lorenzo de El Escorial, pero no transcurrió mucho tiempo afincado en su localidad ... natal, ya que a los cuatro años quedó huérfano de padre y, al morir poco después también su hermana menor, su madre decidió que se trasladaban a Málaga. A pesar de que perdió a muchos de sus seres queridos en vida, aprendió a gestionar su dolor y siempre les tenía presentes. La conexión con Valladolid le vino a Gómez Bosque desde la rama paterna, ya que sus abuelos vivían en La Zarza. En este pueblo comenzó sus estudios, pero no empieza a descollar como buen estudiante hasta que sus abuelos lo internaron para cursar bachillerato en Santa María la Real de Nieva, en Segovia.
A los 16 años le pilló la Guerra Civil Española («incivil», según sus palabras), y con 18 años le llamaron a filas desde el bando de los sublevados o 'nacionales'. La suya era la «quinta del biberón». En ese transcurso le destinaron al frente de Guadarrama, a Bilbao y a Asturias.
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En 1939, el joven obtiene una beca y cinco años más tarde se licencia en Medicina y Cirugía, para doctorarse en 1948. En este periodo estudiantil comienzan sus inquietudes por la psicología y la psiquiatría y despunta por su brillantez. Como alumno interno del instituto anatómico Salvino Sierra aprende a embalsamar cadáveres y técnicas de disección.
Enamorado confeso, a los 29 años se casó con Eugenia, una maestra que trabajaba en Hacienda. El joven médico había opositado para intervenir en sanidad militar y de ello resultó que le enviaran a Had de la Garbia, en Marruecos, una localidad en la que solo había ocho españoles y una medicina dominada por las sangrías que practicaba un chamán. Su esposa pidió una excedencia para marcharse con él: ese fue su viaje de novios.
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Tras una corta estancia en Marruecos, Pedro Gómez Bosque vuelve a Valladolid, y encadena sus prácticas como profesor ayudante en el departamento de Anatomía con temporadas en Alemania como profesor invitado en el Instituto Anatómico de Marburg o en el Instituto Max Planck de Investigaciones Cerebrales. Sus estadías le sirven para completar su formación, pero también para aprender alemán o para entablar relación personal con pensadores como Ortega y Gasset o Jaspers.
Su curiosidad filosófica por el hombre y la vida y su avidez lectora expanden su conocimiento: el humanista y antropólogo que se forja en Gómez Bosque crece a partir de lecturas de Hegel, Kierkegaard o Séneca. El doctor amó disciplinas tan dispares como la poesía, la ética o la natación. Pacifista, nunca tuvo carnet de conducir y tuvo sus escarceos con la religión, antes de declarar que se consideraba un «budista-cristiano». Admiró el budismo y las costumbres orientales desde joven y llegó a escribir sobre ello.
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Si una cosa apasionaba especialmente a Pedro Gómez Bosque era la enseñanza, y para mejorar el ámbito educativo y defender sus convicciones -que viraron desde un deslumbramiento por el nacionalismo falangista hacia la izquierda- se internó en política. Primero fue concejal en el Ayuntamiento de Valladolid y luego continuó como senador en el PSOE, tras las primeras elecciones democráticas. Sin ansia de poder, desazonado y forzado por querer llegar tanto a sus compromisos académicos como políticos, su salud empeoró en sus continuos viajes entre Valladolid y Madrid, pero no abandonó sus ideas. Acaba por dejar la política en favor del saber y sus alumnos.
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Siempre en busca de la libertad, la felicidad y la trascendencia humanas, los que le conocieron hablan de su sencillez, de su altruismo y de su bondad: «Su vida entera es la de un auténtico Maestro», escribían los psicólogos Amado Ramírez Villafáñez y Tomás Peláez Reoyo. Otro de sus alumnos, Agustín Jimeno, habla de sus jerséis «estilo Unamuno» pero también de su mirada «incisiva pero bondadosa».
Pedro Gómez Bosque alcanzó reconocimientos en muchos de los ámbitos en los que buceó gracias a su empeño incansable. Como muestra de ello, presidió Asprona y Cruz Roja (que también le concedió su Medalla de Oro), en 1986 se le concede el Premio Nacional de la cátedra literaria 'José Zorrilla', La Zarza le nombró hijo adoptivo y en 1997 se le distinguió con el premio de Médico del Año. En 1996 gana el Premio El Norte de Castilla y en el 2000 la Medalla de Oro de la Universidad de Valladolid, de la que sería catedrático emérito.
Aún sacó tiempo para escribir obras como 'Topología de la intimidad' (1960) o su 'Tratado de psiconeurobiología' (1987) y coordinar 'El sufrimiento en la sociedad del placer : una aproximación interdisciplinar' (2003). Falleció en junio de 2008.
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