Dormir en la calle en plena ola de frío en Valladolid
Una red de voluntarios recorre por la noche la ciudad para ofrecer abrigo, caldo y compañía a las personas sin hogar que pasan la noche a la intemperie
José Luis duerme a diario en la cama más fría de Valladolid. Su somier es un duro banco de madera. Una manta a cuadros, su ... única protección. A sus pies, todavía hay restos de nieve. Placas de hielo alrededor. Son las diez. El termómetro más cercano marca dos grados bajo cero. Y la noche no ha hecho más que comenzar. Esta madrugada, a las 6:30 horas, la temperatura se hundirá hasta los -5,2. Son las noches más gélidas del año para pasarlas a la intemperie. En plena ola de frío. Con la resaca del temporal 'Filomena' instalada en los huesos aún. Y aquí duerme José Luis, al raso, a merced de las heladas, sobre un banco callejero en la plaza Juan de Austria.
Publicidad
–Hola, José Luis, buenas noches. ¿Te apetece una bebida calentita?– preguntan Álvaro Álvarez Campana (27 años) y Silvia Pérez (24), voluntarios de Café Solidario, proyecto que cada lunes y miércoles, por la noche, recorre las calles para ofrecer compañía y calor a las personas sin hogar.
Como José Luis, que acepta con gusto este café («descafeinado, si puede ser, para dormir mejor») y con agrado un poco de conversación. Le cuenta a Álvaro y a Silvia que hasta hace unos días dormía bajo unos soportales, pero que se le acercaron para decirle que ahí no podía estar. Explica que frío «bueno, en realidad no tanto, porque como no corre el viento...». Asegura que el mediodía es más benigno, cuando sale un poquito el sol, aunque todavía hay placas de hielo por la zona. «Se conoce que por aquí no han echado todavía sal», dice, mientras le entregan el prometido café.
–¿Necesitas algo más? ¿Te echamos una mano con algo?– le preguntan Álvaro y Silvia. La respuesta es un no, gracias, estoy bien así, de verdad. Eso les dice José Luis, antes de arroparse de nuevo con la manta y prepararse para pasar la noche bajo la escarcha. Podría acudir al albergue, dormir con un techo, amanecer allí, pero dice que mejor no, que prefiere solo, a su aire, aunque sea a costa del frío.
Publicidad
A veces pasa. «Hay personas para quien el valor más importante es la libertad. No se quieren someter a normas. En otros casos, pueden ser personas con enfermedad mental que no terminan de acceder a estos recursos. Cada caso es diferente y requiere una atención distinta», explica Eduardo Menchaca, coordinador de Red Íncola (entidad responsable del programa) y una de las personas que lo puso en marcha, allá por 2007, cuando no eran habituales este tipo de intervenciones (después vendrían también Cruz Roja, Asalvo, El Puente, Intras).
En aquel año, David Saiz comentó a sus amigos que él, en Madrid, había colaborado en un programa que repartía café por la calle a las personas sin hogar, que se podía hacer algo parecido en Valladolid. Así que animó a Eduardo y a tres colegas más para coger sus bicis, llenar los termos y acompañar a quienes atravesaban la madrugada sin el cobijo de una vivienda. «Para ponerlo en marcha nos ayudó mucho la experiencia previa de Calor y Café, que desde 2002 ya ofrecía un espacio para que las personas sin hogar pasaran la tarde», cuenta Menchaca, a las puertas de una sala de la calle Ruiz Hernández donde se preparan los voluntarios antes de iniciar su ruta.
Publicidad
Allí, en un pequeño cuarto, hay estantes llenos con botes de café soluble y paquetitos de infusiones. Hay termos con agua y leche. Hay también mantas, calzado, pantalones de abrigo, sacos de dormir. Hay un tablón de anuncios con los recorridos apuntados en papelitos amarillos (Argales, Puentes, Estación). Y hay una mesa que reúne a los voluntarios que esta noche patearán unas calles en las que todavía hay restos de la nevada del pasado fin de semana.
Están Álvaro y Silvia. También María Jolín. Y Roberto Hierro, coordinador de Café Solidario. «Nuestro objetivo principal no es repartir comida, bebida o ropa, sino intentar estar al lado de estas personas, acompañarlas en el día a día. Preguntarles qué tal están, qué necesitan. E informarles de los recursos a los que pueden acceder para ayudarles a salir de la calle: de comida y albergue, de formación, de inserción laboral. Nunca podemos obligarles a tomar una decisión. Ellos tienen que dar el paso. Pero hay que estar ahí, a su lado, por si quieren darlo», explica Roberto.
Publicidad
José lo hizo. José (el nombre es ficticio) llevaba meses en la calle. Tenía serios problemas con la bebida. «Durante el confinamiento de la pasada primavera, con el estado de alarma y la imposibilidad de permanecer en la vía pública, estuvo en el seminario. Allí, gracias a diferentes apoyos, logró dejar el alcohol». Fue el inicio de un camino que le ha llevado a formarse, conseguir un trabajo como auxiliar de geriatría, encontrar un piso, abandonar los fríos bancos de la calle.
Es un caso de éxito que recuerda María mientras coloca en el maletero del coche los termos, los paquetes de galletas, las mantas si son necesarias, antes de empezar su recorrido por la ciudad. Pero también hay casos tristes. Situaciones imposibles de olvidar. Roberto recuerda a Ángel, un hombre que solía pasar las noches en Las Moreras. «Me impresionaba su hospitalidad. Su humor, lo bromista que era, el modo en el que acogía a otras personas que, en su situación, le pedían ayuda para pasar la noche. Él los acogía», rememora Roberto. Y entonces, se borra la sonrisa del recuerdo. «Ángel falleció. Cáncer de cerebro. Le acompañamos al hospital, pudimos contactar con sus hijas. Se reconciliaron».
Publicidad
En diciembre, evocan, también falleció Vicente. Su chabola estaba en el polígono de Argales. «Nos ha dolido mucho porque teníamos con él muy buena relación. Al final parecía que era él quien te acogía en su casa.Porque para ellos, su casa ese trocito de acera, esas baldosas en las que duermen en la calle».
«Las situaciones por las que una persona termina sin hogar son múltiples y, sinceramente, a cualquiera le puede pasar. La vida se puede torcer en cualquier momento. Vienen mal dadas, se juntan dos, tres problemas... La falta de trabajo, la muerte de algún familiar, la enfermedad mental, problemas en casa. Si esos problemas no se atajan a tiempo, si no se encuentran soluciones o se acude a otros recursos que puedan ayudar, la situación se complica», asegura Menchaca, quien cifra en torno a cien las personas sin techo en Valladolid (la mayoría recurre al albergue y otros recursos).
Noticia Patrocinada
Álvaro y Silvia se acercan a un banco en el paseo de Zorrilla. Ya han pasado las diez de la noche. Ha entrado en vigor el toque de queda que obliga a recluirse. Los voluntarios de Café Solidario disponen de un pase, de una autorización que les permite llevar adelante su labor, ya que la Junta les ha reconocido como «servicio esencial».
Una manta azul tapa a Valentín cuando le saludan para preguntarle si le apetece un café y entrar así un poco en calor, unas galletas para aplacar el hambre, una bebida autocalentable para desayunar cuando amanezca. «¿Tenéis un saco?», pregunta Valentín. Y le responden que sí, que claro, que un segundo.Silvia se acerca un segundo al coche y del maletero saca un saco de dormir. «Gracias, gracias», dice Valentín, mientras lo coloca debajo del banco en el que duerme. «Para luego». Cuenta que el otro día se cayó en la calle, que tropezó, que se ha hecho una herida en el ojo. Los voluntarios se ofrecen para acompañarle a Urgencias. «Te acercamos, que lo vea un médico». Pero Valentín prefiere dejarlo pasar: «No es nada».
Publicidad
Silvia y Álvaro no se quedan tranquilos: «De verdad que no es molestia, vamos contigo». Pero Valentín dice que no, que no es necesario. En cualquier caso, esa herida quedará registrada en el seguimiento que de los casos hacen en café solidario para, el próximo día, preguntarle qué tal va el ojo y comprobar si necesita o no atención médica. Hasta entonces, Valentín, José Luis, el resto de personas que duermen en la calle (cada vez hay más cajeros cerrados), vuelven a recostarse en el banco, a taparse con la manta y a pertrecharse para atravesar la noche más fría en la cama más gélida de Valladolid.
3€ primer mes
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión