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«Cuenta de ellos la historia vergonzosa, mirando, mientras habla, al matrimonio, con ojeadas de sátiro a la esposa, y al hombre con sonrisas de ... demonio». Estos versos del poeta asturiano Ramón de Campoamor, en su obra 'El drama universal' de 1869, relatan la leyenda del 'lío de faldas' más sonado de Valladolid, que tuvo lugar en el siglo XVII en uno de los palacios más importantes de la ciudad, el de los marqueses de Valverde.
El autor muestra las pasiones humanas a través del recorrido por distintos astros de una pareja, Paz y Honorio. Concretamente, estos nobles aparecen en un apartado dedicado al 'pecado de la impureza'. En el astro denominado 'sol putrefacto', donde los impuros purgan sus pecados, se presentan a tres personajes que depuran su culpa: el marqués, la marquesa y un escultor.
Este edificio, ubicado en la esquina de las calles San Ignacio y Expósitos, fue encargado a Juan de Figueroa, oidor de la Chancillería. Tomó el nombre por el que hoy se conoce después de 1678, al conceder Carlos II el título de marqués de la villa de Valverde de la Sierra a Fernando Tovar Enríquez -heredero del inmueble- y en una de las ventanas aparecen los escudos de estos propietarios.
Hay otra que está enmarcada en los laterales -a modo de columnas- por dos figuras, una masculina y otra femenina, protagonistas de la leyenda sobre la supuesta infidelidad de la marquesa con un criado, un atractivo adolescente que contaba con el cariño y agrado de los marqueses. Ya de adulto se transformó en un hombre arrogante, manifestando un apasionado amor hacia la marquesa, que se dejó seducir por sus tiernas y cariñosas propuestas.
Estando solos en el gabinete de la dama, el criado comenzó a realizar con su mirada insinuaciones amorosas, correspondiendo la marquesa con un beso. Desde aquel momento, sus citas se hicieron frecuentes y comenzaron a hacer planes para huir al extranjero y allí vivir libremente su amor.
Pero en uno de estos encuentros fueron sorprendidos por el marqués, el cual dirigiéndose con claridad a su esposa le dijo: «Señora, tenéis permiso de vuestro esposo para acompañar al amante a donde él quiera llevaros, pero reflexionad que yo también sabré hacer lo que juzgue más oportuno para que vuestro delito no quede sin el justo castigo que merece».
Tras denunciar el hecho se inició un proceso en el que los amantes fueron duramente castigados. Sin embargo, el marqués no estaba satisfecho con la condena dictada, así que solicitó permiso para colocar la efigie de su esposa y del amante. El esposo consiguió la licencia y las mandó colocar en la fachada de la calle San Ignacio para que los vecinos fueran conocedores de dicha infamia.
Relata el poeta que el marqués, para castigar la infidelidad de su mujer, hizo colocar su retrato -con el vestido remangado a modo de escarnio público- en el frontispicio de su casa. «Y ¿qué diréis del escultor impío?. No supo, al retratarla, el miserable, que si el mundo perdona un extravío. Siempre es con la bajeza inexorable. Este fue el escultor que hizo el retrato. Ese el marido fue, la mujer esa, ¿cuál tuvo de los tres menos recato, el escultor, el marqués o la marquesa?».
La figura de la marquesa infiel tiene la nariz rota como consecuencia de una pedrada, la historia cuenta que «por adúltera». Ambos retratos se convirtieron en el reflejo de la desvergüenza de la marquesa de Valverde y de su amante.
Desde Valladolid misteriosa el milagro del Cristo de la Cepa, una figura expuesta en la Catedral.
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