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El convento de Santa Clara, uno de los más antiguos de Valladolid, es el escenario de una leyenda que ha sido conservada por sus ... monjas clarisas de unas generaciones a otras hasta tiempos recientes y que refleja cómo era aquella sociedad sacralizada en la que casi todas las facetas de la vida estaban condicionadas al trance de la muerte.
En este cenobio, fundado en 1247 bajo el reinado de Fernando III el Santo, está enterrado Alonso de Castilla, hijo de Pedro de Castilla -obispo de Osma y de Palencia- y de Isabel Drochelin, una criada inglesa de la reina Catalina con la que tuvo tres hijos más: Luis, Aldonza e Isabel de Castilla.
A pesar de que durante la guerra entre Pedro I y su hermano Enrique II, el conde don Sancho, hijo bastardo de Alfonso XI y doña Leonor de Guzmán, hizo en 1371 una donación para que la comunidad se mudase al centro de Valladolid, junto a la desaparecida iglesia de San Esteban, este traslado no se realizó y el monasterio ha ocupado el mismo lugar desde su fundación.
La iglesia actual y sus dependencias monacales fueron remodeladas y sustituidas en 1495 bajo el patrocinio de don Juan Arias del Villar, presidente de la Real Chancillería de Valladolid. Tiempo después, don Galván Boninseni adquirió el patronato de la capilla mayor para convertirla en capilla funeraria familiar.
La de mayores dimensiones fue fundada por don Alonso de Castilla, que murió en Valladolid y fue enterrado, una vez terminada y por petición propia, en dicha capilla. En este lugar no consintió, incluso después de muerto, que fuese enterrada en su misma tumba otra persona, aunque fuera de su familia.
Esta obsesión podía responder a que el noble caballero sabía que ahí habían sido enterradas dos de las monjas fundadoras del convento y que habían conocido a Santa Clara de Asís. En este sepulcro es donde ocurrirían unos hechos que dieron lugar a una serie de leyendas, siempre relacionadas con los decesos.
Al poco de morir don Alonso de Castilla, se comenzaron a oír fuertes golpes y lamentos que provenían del interior del féretro. La sacristana del convento, ante la persistencia de estos ruidos, abrió el ataúd pensando que podrían haber entrado ratones, pero encontró el cajón vacío y sin resquicios para la entrada de roedores.
Esta leyenda, según la tradición de la comunidad, anticipaba que alguna persona de su linaje iba a morir, algo que pudo constatarse al fallecer dos de las abadesas del convento, doña Constanza de Castilla y doña Inés de Castilla, ambas parientes de don Alonso.
El cronista franciscano, fray Francisco Calderón, la relacionaba con la posibilidad que tenían las monjas de avisar a los miembros del linaje de los Castilla para que se convirtiesen y preparasen adecuadamente en confesión ante su final, con la incertidumbre que provocaba no saber con certeza a quién le tocaría morir. Así que se determinó que aquellos sonidos eran premonitorios.
Otro fenómeno, de acuerdo con las clarisas, ocurrió un día de verano cuando una monja, doña Petronila Ortiz, movida por los rigores de la época estival, se echó a dormir sobre el sepulcro de don Alonso de Castilla utilizando sus sandalias como almohada.
Después contaba que entre sueños había oído grandes ruidos que salían del interior de la tumba y que cuando despertó se hallaba en la misma posición en que se había dormido, pero en el suelo y alejada del sepulcro.
La comunidad religiosa aireaba esta historia para poner de manifiesto que la obligación de las monjas era respetar, venerar y tratar como a una reliquia aquellos restos con capacidad de obrar milagros.
La otra capilla se fundó en 1489 por doña Inés de Guzmán, condesa de Trastámara y duquesa de Villalba del Alcor, viuda de Pedro Álvarez Osorio y de Alonso Pérez de Vivero, contador mayor de Juan II. Doña Inés sería enterrada en su capilla bajo un sepulcro de alabastro cuyo epitafio proclama su identidad.
Desde Valladolid misteriosa recordamos la leyenda de una polémica ejecución en la plaza del Ochavo.
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