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Jasmine Djidja y Alejandra Moreno, beneficiarias de los programas sociales de Red Íncola. RODRIGO JIMÉNEZ
Valladolid: «El coronavirus ha sido muy duro, pero ahora tengo miedo a los efectos de la coronacrisis»

«El coronavirus ha sido muy duro, pero ahora tengo miedo a los efectos de la coronacrisis»

Red Íncola se rearma para afrontar el aumento de necesidades sociales desatadas por la pandemia:ya ha doblado los beneficiarios de su programa de alimentos

Víctor Vela

Valladolid

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Jueves, 25 de junio 2020, 08:04

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Jasmine Djidja pensaba a principios de marzo que por fin se habían terminado las turbulencias del viaje, que el camino por recorrer sería más tranquilo, ojalá placentero. Menos curvas, traqueteos, apenas baches. Seguro que también menos dolores de cabeza. Había encontrado trabajo en un restaurante. De cocinera. Medio año llevaba ya. Un sueldo no muy alto, pero suficiente para pagar el alquiler (370 euros en La Rondilla), para mantener a sus tres hijos (de 12, 10 y 6, alumnos del colegio Entre Ríos), para encarrillar esa vida que cambió por completo hace cuatro años cuando dejó su país, Costa de Marfil, para poner rumbo a España. Primero en el sur. Desde hace tres años y medio en Valladolid. Todo parecía haberse asentado hasta que...

Vídeos explicativos de la pandemia

El 14 de marzo, con la declaración del estado de alarma, el confinamiento, la verja echada en tantos negocios, Jasmine recibió el finiquito. «No me hicieron ERTE, fui directamente al paro», asegura. Y, de la noche a la mañana, se encontró sin ingresos. Con la necesidad de pedir ayuda para subsistir. «A nadie le gusta. No es fácil hacerlo. Pero es que si no... ¿cómo comemos?».

Jasmine, y sus tres hijos, forman una de las 626 familias que, durante el estado de alarma por el coronavirus, han recibido el apoyo de Red Íncola, la fundación que agrupa a ocho instituciones religiosas y que se prepara para las consecuencias económicas y sociales de la pandemia. «El coronavirus ha sido muy duro, pero para muchas personas la coronacrisis será todavía peor», asegura Jasmine, beneficiaria del servicio de reparto de alimentos. «También me ayuda una familia, muy generosa, pero la situación no es fácil. Nunca había fallado en el pago del alquiler. Y ahora debo cuatro meses porque no tengo dinero. Y no sé si volveré a trabajar en el mismo sitio ni si será fácil encontrar ahora un trabajo», dice Jasmine.

«Las personas vulnerables son las que más están sintiendo las consecuencias de esta crisis. Durante todo el año 2019 tuvimos a 276 beneficiarias del programa de alimentos. En estos cinco meses de 2020, ya son 224», indica Eduardo Menchaca, coordinador de Red Íncola, entidad que ha tenido que reorientar su actividad en las últimas semanas para afrontar una dura realidad.

Seguimiento telefónico y red de hospitalidad

Red Íncola acompañó por teléfono, durante las semanas más duras del confinamiento, a más de 1.100 personas, que recibieron atención educativa (también se ayudó a los menores para evitar la brecha digital) o psicológica para los adultos. «El apoyo emocional ha sido muy importante. Tienen a la familia lejos, en otros países, y aquí no disponen de una red de apoyos», cuenta Menchaca. Esas llamadas sirvieron para detectar «muchas dificultades con el idioma, por lo que tuvimos que traducir las medidas publicadas por el Gobierno, para que llegaran a todos».

«Habrá más desigualdad, sin duda. Y las rentas hoy más bajas serán las más afectadas. El incremento del paro será asimétrico. Hoy hay más demanda de trabajo, pero menos empleos disponibles por la incertidumbre», explica Menchaca, esperanzado en que la situación se asiente cuanto antes. «En el medio plazo, puede haber un aumento de trabajo en el sector de los cuidados. De hecho, las personas migrantes han estado al pie del cañón durante la pandemia, trabajando también en residencias de ancianos, en primera línea de la batalla, cuando otros empleados cogían la baja, y en la agricultura», indica Menchaca. Pero el futuro es nebuloso. Las garantías del mañana muy pocas.

Alejandra Moreno no sabe cuándo volverá a trabajar. Antes de la pandemia, atendía a varias personas mayores. «Muchos inmigrantes, muchos, no tenemos contrato. Trabajamos por horas. Y las familias, cuando comenzó esta situación, nos dijeron que no volviéramos a las casas. No querían que una persona entrara y saliera todos los días para cuidar a sus mayores. Nos dieron por terminado el trabajo. Dejó de llegar dinero. Y nos vimos de pronto sin recursos para pagar el alquiler, para comprar las poquitas cosas que necesitas para pasar el mes», dice Alejandra, natural de Colombia, quien vive con su hija, su prima y la hija de esta. «Emocionalmente es muy duro no tener ingresos, no saber qué va a ser de ti, si te van a volver a llamar del trabajo o no. Y luego, tu familia está lejos, en otros países, donde la pandemia también ha llegado». Alejandra ha estado acompañada estos meses por Red Íncola, que le ha provisto de alimentos y ayudado en el pago de recibos.

La entidad ha creado una línea económica de emergencia para aquellas familias que no tienen acceso a prestaciones públicas. «Esta crisis ha llevado a muchas familias a una situación límite. Hemos recibido el doble de solicitudes para cubrir necesidades básicas», cuentan desde Red Íncola, donde subrayan que la entidad necesitará en los próximos meses «más financiación» para afrontar las consecuencias derivadas del coronavirus. Sobre todo, porque como señala el presidente de la ONG, Chus Landáburu, las personas ya vulnerables son las que saldrán peor paradas. Familias que ya sufrieron la crisis de 2008 y para las que esta pandemia ha sido un duro rejonazo.

Diego Tavares, colombiano, se vino a España a principios de siglo. Trabajó como electricista. Soldador. Ahorró dinero, volvió a su país. Compró una casa. Pero su hija sufrió un grave accidente. Sus ahorros se desvanecieron en el cuidado de la joven y hace dos años decidió regresar a España para probar de nuevo fortuna. «Ya tengo 60 años. Me veo con la vitalidad y la fuerza de hace quince años, pero a mi edad no es tan fácil encontrar trabajo», cuenta Diego. Aquí ha sufrido dos ictus. Su esposa vino para acompañarlo. Pagan 300 euros por una habitación de alquiler. Y esta crisis también les ha pillado de lleno. De forma más dura, subrayan en Red Íncola, «porque desde el primer día hemos visto que los más vulnerables son los que más tarde llegarán a la recuperación».

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