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En la Plaza Mayor de Valladolid hay un portal a un tiempo en el que la diversión era sencilla y la fantasía no conocía límites, el Tiovivo 1900. Este carrusel de dos pisos y de estética clásica veneciana, lleva girando cada invierno durante ... los últimos 26 años, convirtiéndose en una tradición entrañable para los vallisoletanos y los turistas que visitan la ciudad. Ayer domingo, día 12 era el último día para las atracciones que han traído la alegría a miles de niños durante las Navidades de Valladolid, sin embargo, este gran tiovivo seguirá formando parte del paisaje y paisanaje de la Plaza Mayor, de 17:00 a 20:00 horas de lunes a viernes y los sábados, domingos y festivos de 12:00 a 14:00 y de 17:00 a 21:00 horas.
Los niños llegan ansiosos para montar en su caballito favorito y los adolescentes lo eligen como fondo para sus selfies. El carrusel es mucho más que una atracción. Es un punto de encuentro y un lugar de felicidad compartida y a la vez, es el mejor testimonio de la historia de una familia dedicada en cuerpo y alma a alegrar a generaciones. Juan Carlos Clemente, actual propietario, forma parte de la tercera generación de la familia Ortega, una saga de feriantes vallisoletanos que comenzó su andadura en 1932, cuando el abuelo de su mujer, José Ortega adquirió en una subasta de Estados Unidos este carrusel por 75.000 pesetas de la época. «El abuelo José era vendedor ambulante de garrapiñadas. Quiso expandir el negocio con un tiovivo. Esa compra marcó un antes y un después para nuestra familia,» comenta Juan Carlos sin dejar de vender entradas para la atracción. «Al mismo tiempo que éste, se subastó otro carrusel de cuatro filas de caballos, que era más grande que el que se quedó el padre de mi suegro. Le llamaban 'La Reina' y parece ser que es el mismo que está en el montado en el parque de atracciones de Madrid», informa.
Luis Ortega, hijo de José, renovó las luces y la decoración del carrusel original, llevándole a las mejores ferias de toda España. Hoy, 93 años después sigue en activo, de hecho, en estos días está dando muchas alegrías en Ciudad Real y cada año se suma a las atracciones del Real de la Feria durante las Fiestas de la Virgen de San Lorenzo de Valladolid. La tradición familiar y el traspaso a la cuarta generación está asegurado entre los Ortega. Su hijo, Juan Carlos Clemente Ortega tomará el relevo cuando él se jubile «dentro de un par de años».
La mayor apuesta de los Ortega llegó hace un cuarto de siglo, cuando Juan Carlos y su esposa Pilar, adquirieron en Francia este carrusel de dos pisos con decoración que recuerda a la Venecia del año 1900. Se compone de 24 caballos en movimiento, dos góndolas, que son las favoritas de las parejas de enamorados, 6 figuras fijas y dos tazas o chocolateras que dan vueltas. «Fue una inversión enorme, pero mereció la pena. Queríamos llevarle a las plazas de las principales ciudades de España. Se lo ofrecíamos a los ayuntamientos y se imaginaban que era el típico aparato de feria, con lucecitas y el sonido del tiri tiri tiri… No querían deslucir sus entornos históricos. Pero al ver este carrusel tan bonito, se dieron cuenta de que su estética no desentona. Hemos estado muchos meses junto a la catedral de Cádiz y quedaba precioso, y aquí en Valladolid… es algo impresionante», cuenta orgulloso. «Llevamos unos 26 años colaborando con el Ayuntamiento y gracias a un convenio, podemos ofrecer los precios más competitivos. Nuestro viaje cuesta 2,5 euros. Es lo más económico de España para este tipo de atracciones. Aquí pasamos todo el invierno y siempre tenemos por costumbre desmontar el domingo siguiente al martes de carnaval», prosigue.
Juan Carlos observa desde su taquilla como padres y abuelos inmortalizan con sus móviles las sonrisas y los gritos de alegría de los pequeños, mientras ellos mismos recuerdan los momentos en que fueron niños y disfrutaron de atracciones similares. Es algo que tras 42 años de oficio le sigue emocionando. «Yo era carnicero en un matadero. Por mediación de una amiga, conocí a mi mujer en la feria de Plasencia, de donde yo soy. Me quedé sin trabajo y empecé a trabajar en el carrusel de la familia de mi mujer. Ella muchas veces me dice que son más feriante que los propios feriantes», cuenta entre risas. «Este es un trabajo precioso, que hace recordar a la gente lo más bonito de su infancia. Hace poco vino una joven y compró dos billetes. Traía una foto en la que aparecía ella cuando era pequeña junto a su padre. Quería replicar la foto en el mismo caballito con su hija. Aquí cumplió su ilusión», añade.
Domingo en el tiovivo
Este domingo de excelentes temperaturas para un mes de enero, la Plaza Mayor era un hervidero de gente y el tiovivo no dejó de girar. «En Valladolid tenemos muy buena aceptación. Además de este carrusel tenemos otro que adquirimos hace ocho años con la temática de Julio Verne. Los vamos turnando cada año entre Valencia y Valladolid, para que el público no se canse. En verano nos bajamos para Andalucía y pasamos allí la temporada. Además, nos dedicamos al alquiler de carruseles. Nuestros tiovivos han salido en anuncios publicitarios, como los que hemos realizado para la compañía aérea Easyjet o para un centro comercial de Portugal», informa. «Hemos apostado fuerte por este oficio. Sólo este carrusel cuesta 360.000 euros, pero para mí, lo más importante es la satisfacción mía y de mi mujer, de ver cómo la tradición que empezó su abuelo ha ido creciendo», confiesa.
Ver 12 fotos
Y mientras la música de 'Susanita tiene un ratón' invade la plaza Mayor, muchos padres y abuelos continúan con sus móviles grabando las sonrisas de sus pequeños mientras los ven girar a lomos de camellos, burros y cisnes de fantasía. «Nosotros somos de Cuéllar y siempre que venimos traemos a mi hijo de cuatro años al tiovivo. En cuanto ha visto el toro, se ha lanzado a montarse en él», dice Jorge Madaleno sin separar la vista del móvil para capturar la mejor instantánea. Otros habituales son Iván Pastor y Alicia Martín para quienes esta atracción es toda una tradición. «Cuando nuestras hijas eran más pequeñas nos dejábamos la nómina aquí. Una vez llegué a preguntar que si se podía sacar un abono. Nos han visto tantas veces que, en ocasiones, los propietarios nos han regalado un pase. Ahora que son más mayores venimos sólo los domingos. Las montamos en el carrusel y luego tomamos el vermú. Es nuestra tradición familiar», cuenta esta pareja. «Nos hemos montado más de mil veces. Los caballitos nos encantan porque nos imaginamos que estamos cabalgando en el Oeste, pero lo que más nos gusta es la chocolatera que da muchas vueltas. No nos importa que a veces salgamos mareadas porque es muy divertido», concluyen Alba y Lucía, de 10 y 8 años.
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