Un campamento de 200 camas donde recargan pilas los efectivos de Castilla y León
Un pabellón de Aldaia se ha convertido estos días en una gran habitación improvisada para que los profesionales de la región repongan fuerzas: «Nos une el mismo fin, ayudar», coinciden
Enviados especiales a Aldaia (Valencia)
Miércoles, 6 de noviembre 2024, 13:02
Tras más de doce horas de trabajo, Juan Pulido, bombero forestal de El Arenal (Ávila), apura un yogurt con una cucharilla de plástico sentando sobre ... lo que será su cama los próximos días. Son las nueve y media de la noche de este martes. Tiene más de 60 años y es uno de los 300 efectivos que se ha desplazado desde Castilla y León para colaborar en las misiones de rescate y de desescombro tras la trágica DANA que asoló, el pasado 29 de octubre, la provincia valenciana en cuestión de horas.
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A la conversación se suman José Manuel Méndez, Eduardo Tiempo y Francisco Javier Mesa, todos ellos bomberos forestales de Ávila que desde el pasado domingo se encuentran en Aldaia para aportar su granito de arena. Su incesable trabajo les saca una pequeña sonrisa, les deja un poso de satisfacción que comparten al final de la jornada en el pabellón municipal Nicolás López Ruiz 'Nico'. Este complejo deportivo, que cada fin de semana acoge competiciones de fútbol sala, baloncesto y balonmano, se ha convertido desde la catástrofe en el campamento base de los efectivos destinados desde Castilla y León. En los próximos días, quizás semanas, no habrá pachangas ni entrenamientos ni público en las gradas.
Las nueve provincias de la región se ven representadas en un ambiente de solidaridad, de entrega a los demás. Comparten su terrible experiencia diaria antes de descansar. Poco o nada importa que a esa misma hora a la que Juan Pulido apura el postre, el Real Madrid juegue su partido de Champions. No se comenta si Vinicius hace alguna de las suyas. Nada importa, en ese momento, más allá de Aldaia. Analizan cómo intervinieron en tal túnel o el estado en el que se encuentra la calle Virgen de los Remedios, una de las más afectadas y donde más recursos humanos y materiales se envían.
La viva imagen de los cuatro bomberos forestales de Ávila se pierde en un inmenso pabellón de 200 camastros (una lona con seis patas) que sobrepasan las líneas de fuera de banda de la cancha deportiva. Hasta por las gradas hay efectivos de algún punto de la comunidad. Una imagen que recuerda a la de los campos de refugiados. De los que huyen de sus casas ante el temor de perder la vida. «Fue mi primera impresión nada más entrar por la puerta», recalca Pablo Castro, bombero del Ayuntamiento de León, mientras corta momentáneamente la conversación con su familiares en tierras leonesas. Se encuentra en la esquina contraria a la de los cuatro abulenses. Tal vez no se conozcan; quizás lo hagan en los próximos días, pero su mensaje es el mismo. «Hay que soportar un poco lo que es vivir en este tipo de comunidad tan grande, pero se lleva bien. Hay mucha humanidad entre nosotros, al final nos conocemos todos y a todos nos une el mismo fin, que es venir a echar una mano», continúa, antes de afrontar una nueva noche.
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Tiene la suerte de, como le dice un amigo, dormirse en una pelea y eso no lo lleva tan mal. Tampoco sufren por ese motivo los cuatro bomberos abulenses. El cansancio de noches pasadas hacen mella y para la siguiente, Eduardo, por ejemplo, ya se ha agenciado una manta que hará las funciones de almohadas. «Cuando he ido a por las almohadas ya se habían acabado», agrega, sin darle más importancia. Veteranos de más de mil aventuras, sin querer, recuerdan en este pabellón cómo afrontaron los incendios de Ávila hace cuatro años. «Puf», resoplan, prácticamente sin necesidad de añadir ningún comentario más. «Aunque esto es totalmente diferente», rematan. Ellos han visto la evolución de lo que es ahora su gran habitación en los últimos días. El domingo eran unos 80 y ahora, más de 200. Todos en camas improvisadas, con chanclas a los pies y con un cabecero que bien podría ser la mochila del compañero de adelante. «El problema no son las camas, son los baños», remarcan.
Cada cama en el pabellón tiene su propia historia. Como la de Guillermo López, bombero forestal de León. Aparca los restos del arroz que está cenando para retrotraerse a la llamada que recibió de un compañero para movilizarse hasta Valencia. No dudó. No le importa compartir estancia, baño y casi hasta el champú. «Como si tuviéramos que dormir en el camión, traje una mochila pensando en las peores condiciones y es que me da igual, vengo a lo que vengo, a ayudar a la gente y con eso me quedo. Mi familia está muy preocupada, me dicen que tenga mucho cuidado, pero están orgullosos», apunta López.
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A pocos metros de él, se asoma por el pabellón Sheila Calvo. Tiene 22 años, es bombera forestal de Zamora y es una de la decena de mujeres que se encuentra dentro de las instalaciones. Se siente una más en el equipo de efectivos. «Vendría a ayudar las veces que fuera necesario», agrega, mientras pasa el testigo a los bomberos de Segovia.
Se acercan las 22:30 horas y algunos estiran su saco de dormir para dar por finiquitado el día. Algunos concilian el sueño con la lectura, mientras otros apuran para tender el mono de faena en tendederos improvisados a la altura de unas porterías que no recibirán goles.
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En el exterior del pabellón, las luces del complejo se apagan a las 22:30 horas. Aún así, algunos siguen comentando lo sucedido durante la jornada. Tienen menos prisa para dormir, aunque haya cansancio. Quienes sí empiezan el camino a intentar descansar son los cuatro bomberos de Ávila. Esperan que esta noche no suceda lo del primer día. «Cerca de nosotros teníamos a dos sanitarios. Al día siguiente no volvieron. Espero que no hayan sido por nuestros ronquidos», bromean.
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