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Las palabras podrían servir. Cuando dicen que les ha cambiado la vida. Cuando afirman que ahora, si cabe, son más felices. Cuando aseguran que no hay nada más gratificante que una sonrisa. Cuando apuntan que es mucho más lo que reciben que lo que dan. ... Podría bastar con todo esto, pero entonces, un simple gesto revela mucho más que todo lo que hasta ese momento habían explicado Teresa y Neftalí. Cuando la entrevista ya casi ha terminado, cuando apenas quedan más cosas que decir, Neftalí Cabrero, 61 años, ferretero de Íscar, se levanta, se acerca al carricoche y coge con cuidado a esa criatura de pocos meses recién llegada a su hogar. Y entonces Neftalí le sonríe, le hace carantoñas, le lanza piropos con esa entonación cariñosa que reservamos para los bebés. «No me digas que no es guapa», dice Neftalí, en una especie de pregunta que no admite otra respuesta que no sea la que viene a continuación: «Pues claro. Pues claro que lo es».
Neftalí y su mujer, Teresa Hernansanz (59 años), son la familia de acogida de esta niña que sonríe ante tanto mimo. Lo que ocurrió en su hogar biológico poco importa en esta historia, aunque tal vez sea mucho más que importante. «A nuestro alrededor, hay niños, niñas y jóvenes que por diversas circunstancias no pueden ser cuidados por su familia de origen, acaban siendo separados de los mismos e incorporándose al sistema de protección de la Junta de Castilla y León», explica la administración regional en unos dípticos informativos sobre el servicio de acogimiento familiar de menores protegidos.
Teresa Hernansanz vio hace diez años uno de esos carteles, junto a su hija, en el Ayuntamiento de su localidad. Lo comentaron en casa. El marido y el hijo tenían una pregunta: «¿Estáis seguras?». La respuesta fue sincera. «No, pero si no probamos, no lo sabremos». En esta década, el hogar de Teresa y Neftalí ha acogido a dos hermanos (llegaron con 3 y 4 años y se marcharon con 7 y 8) y, posteriormente, a bebés. El primero con cuatro meses. El segundo con apenas diez días. La que cuidan ahora, con tan solo dos meses. Más que sus padres, podrían ser sus abuelos.
«Chiqui», le dicen mientras le acarician la barbilla. «Ríete un poco, corazón».
Cuando se convirtieron en ejemplo de acogimiento familiar, sus hijos todavía vivían en casa. Hoy, diez años después, han volado del nido. Él tiene 35. Ella 29. La pequeña que ha acaba de llegar todavía toma el biberón. «Cuando acoges con nuestra edad, ya con 60 años, es todavía más placentero que antes. Se lleva sin tanta prisa. Se disfruta todavía más. Tienes más experiencia y no te preocupas tanto por cosas a las que no le tienes que dar importancia», explica Teresa. El incremento de los acogedores 'senior' es una constante en todas las comunidades que cuentan con este tipo de sistema de protección temporal. Primero, porque las familias tradicionales de acogida han cogido años (es el caso de Teresa y Neftalí). Pero también porque hay personas y parejas que con sus hijos biológicos ya criados y fuera de casa, con la vida laboral cumplida y más tiempo libre por la jubilación, se deciden a entregar su tiempo a menores que lo necesitan.
El servicio depende de la Junta de Castilla y León y cuenta con entidades colaboradoras como Cruz Roja, que se encargan de prestar ayuda y asesoramiento a las familias que se deciden a dar un paso así. «Deben tener muy claro desde el principio que se trata de un acogimiento temporal. Siempre lo es. Es un servicio para que los menores que están en una situación de desprotección puedan estar con una familia hasta que eso se resuelva», explican Ángela Rivero y Alicia Guerreros, técnicas de Cruz Roja. «El objetivo general es el retorno con su familia de origen y, en caso que este no sea posible, se buscan otras alternativas familiares más estables», apuntan desde la Junta.
«Cuando el niño llega ya sabemos que habrá un día en el que le tendremos que decir adiós», explican Teresa y Neftalí. «La gente siempre nos pregunta que si no nos da pena cuanto hay que decir adiós, cuando los niños se van. Y nosotros bromeamos. Decimos: 'Qué va, no nos da pena, porque como no tenemos corazón…'», cuenta Neftalí, para a continuación despejar cualquier tipo de duda que pueda dejar la ironía no comprendida. «Es un momento muy duro, pero sabemos que los niños van a estar muy bien». «Tenemos la suerte de que estamos en contacto con todos los niños que han pasado por nuestra casa. Tenemos relación con sus familias o sus padres adoptivos y mantenemos un vínculo muy importante. Nos vemos varias veces al año», cuenta Teresa. Su casa se convierte en refugio temporal para estos niños antes de que puedan regresar con su familia biológica (después de que se hayan resuelto los problemas que en ella pudiera haber) o antes de que vayan definitivamente a una familia de adopción.
«Los motivos de separación con la familia de origen suelen ser diversos, con múltiples factores de riesgo (vivienda, laboral, relacional, crianza y cuidado, patologías y adicciones, indicadores de maltrato…)», enumeran desde la Gerencia de Servicios Sociales.
«Nuestra labor durante el tiempo que estén con nosotros es hacerles felices, porque bastante historia tienen ellos detrás. Les acompañamos, les queremos, las acurrucamos. No son niños al uso. Necesitan mucho cariño», cuentan Teresa y Neftalí. O papá Petuco, de acuerdo con el apelativo con el que es conocido en Íscar. «Les queremos como si fueran nuestros hijos. Y sin el como», afirma Teresa, convertida en abuela de acogida. «Con estos niños, mi casa siempre es joven y alegre», asegura, para recordar que en un proyecto vital de este tipo «hace falta querer, pero también disponer de tiempo». «La vida te cambia. Tienes que levantarte por las noches a hacer biberones, que estar pendiente de ellos, que cuidarlos… Y la edad no importa, de verdad que no». Las familias de acogida cuentan con asesoramiento, con seguimiento, con ayuda de los técnicos de Cruz Roja. «No es sencillo, pero lo ponen muy fácil».
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Laura Negro
Desde la Consejería de Familia, de la que depende este servicio en vigor desde 1989, recuerdan que pueden acoger «personas o familias con ilusión por recibir en su hogar uno o varios niños, niñas o adolescentes protegidos» y añaden que «los interesados pueden ser familias monoparentales, biparentales o con otro tipo de estructura, sin importar el sexo, el estado civil» y, atención, porque aquí está la clave, «tampoco lo edad». Por eso, también la puerta está abierta para estos abuelos de acogida que, con experiencia, pueden ofrecer un hogar y cariño a menores que lo necesitan.
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