Bancos, sombra, terrazas, columpios... una tesis analiza el porqué del éxito de algunas plazas de Valladolid
La investigadora María Huerga estudia cuatro espacios públicos de la ciudad para calibrar su vitalidad y cómo puede mejorar a través de la participación ciudadana
Después de ver que hay plazas sin bancos y otras con exceso de terrazas, de comprobar que las hay con columpios o vacías de comecio, ... de percatarse de que algunas tienen gente a todas horas y otras apenas escuchan unos pasos sobre su adoquín, María Huerga (Valladolid, 1987) se encomendó a una pregunta para articular su tesis doctoral: ¿Por qué hay unas plazas que tienen éxito y otras que no? ¿Qué lleva a que determinados espacios públicos sean muy utilizados por los vecinos y de otros, en cambio, se huya?
Publicidad
Estas fueron las cuestiones que alimentaron una investigación que acaba de defender en la Universidad de Valladolid –su director es Luis Carlos Martínez, profesor titular de Análisis Geográfico Regional en el Departamento de Geografía– y que indaga en diversos indicadores para determinar qué es aquello que otorga vitalidad al espacio público y cuáles son las amenazas que pueden hacer que la ciudadanía le de la espalda.
«Al final, la calidad de una plaza está vinculada con el uso que se hace de ella», explica María Huerga, quien ha recorrido las cuatro ágoras objeto de estudio, encuestado a los vecinos, entrevistado a representantes de los diversos barrios para identificar las fortalezas y debilidades de cada una de ellas. Para eso, ha establecido criterios de evaluación que determinan la seguridad, accesibilidad, el grado de privatización (cuánto del espacio público está ocupado, por ejemplo, por terrazas), la diversidad y vitalidad de uso, así como su conexión con el barrio en el que está inserta.
Y ha aplicado este método de estudio a la plaza Ribera de Castilla (en La Rondilla), las de Carmen Ferreiro y la Pirámide(en San Pedro Regalado), Marcos Fernández (Parquesol) y Caño Argales. El análisis de esta última se hizo justo antes de su remodelación y ya entonces se hablaba de la necesidad de hacer de ella un espacio más amigable. «Los bancos estaban muy mal ubicados, no existían zonas verdes ni de juegos infantiles, tiene mucho ruido por el exceso de tráfico. Y a la vez, es una zona de paso, siempre hay gente, lo que genera sensación de seguridad y el comercio tiene vitalidad». Y, aún así, no se percibía como una plaza vivencial, donde ir a sentarse y pasar la tarde. Ocurre con muchos espacios de la ciudad.No son amables.Y por eso, se evitan.
Publicidad
¿Por ejemplo? Una plaza con comercio invita a acercarse a ella. Y este es uno de los grandes riesgos de los que alerta Huerga: cómo el cierre de negocios, los locales sin vida, pueden condenar un espacio. En la de San Pedro Regalado no hay. En la de La Rondilla hay 24 locales, pero diez están cerrados. En Caño Argales, se mantienen doce. En la plaza de Parquesol, son 27 (solo dos cerrados).
También influye si hay zonas de sombra, si el peatón tiene prioridad, si hay facilidades de acceso (como paradas de autobús o puntos de préstamo de bicis), arbolado, columpios o dotaciones cerca. La plaza de Marcos Fernández, por ejemplo, se aprovecha de la proximidad de servicios (centro de salud, centro cívico), lo que hace que muchas personas tengan que atravesarla para ir a estos lugares.
Publicidad
Otros indicadores tienen que ver con la sensación de seguridad (vinculada, por ejemplo, con la iluminación o la presencia de comercio y terrazas). Entre los riesgos: la excesiva ocupación por parte de la iniciativa privada.
Así, Huerga analiza cuántos bancos públicos hay por cada silla en la que hay que pagar por sentarse. El caso más destacado es Parquesol, donde hay un asiento público por cada 5,66 privados. «Hay que buscar un equilibrio. Sobre todo en zonas donde es casi imposible sentarse si no es para tomarse una caña, pagando. Por ejemplo, Cantarranas». Y más: «Es necesario analizar cuáles son los recorridos básicos de los vecinos para ver si, en ese trayecto, hay bancos suficientes». Por ejemplo en el camino a los centros de salud, a los colegios... Al final, insiste, el diseño y uso de la calle es la pescadilla que se muerde la cola.Si ofrece facilidades, si está bien cuidado, si presta un servicio necesario será más utilizado, estará mejor conservado. Y al revés, si un espacio no se percibe como seguro, si no está limpio y bien mantenido, se dejará de lado.
Publicidad
El estudio destaca además la importancia de la vecindad para otorgar vitalidad a las plazas, con la organización de actividades que permitan sentir como propios esos espacios. Destaca el papel activo de algunas asociaciones (como la de San Pedro Regalado) para convertir la plaza en escenario habitual de sus actos.
«El urbanismo debería regirse por una metodología más participativa. Ahora se utiliza la participación más para justificar la obra que se ha hecho que para recoger ideas. En Caño Argales, por ejemplo, no se han tenido en cuenta algunas necesidades planteadas por las asociaciones del barrio, que pedían una intervención que favoreciera la plaza como espacio de reunión, para celebrar pequeños conciertos o mercadillos».
Publicidad
Esta es una de las principales carencias:la diversidad de usos ha sido uno de los aspectos peor valorados. «La posibilidad de la simultaneidad de actividades es importante para dotar a las plazas de vitalidad». Y a veces, por el propio diseño, no se ofrecen esas alternativas. Si hay columpios, hay niños. Es más difícil ver adolescentes,«que suelen buscar otros espacios menos concurridos». El estudio concluye que también es necesaria una perspectiva de género en el urbanismo. En el caso de las plazas, suelen estar más concurridas por mujeres, «que tradicionalmente han estado vinculadas con los cuidados, de niños o de ancianos».
Son además espacios cambiantes. Sus servicios tienen que responder a las necesidades de los barrios. Los hay en su día fueron jóvenes y necesitaban columpios y otros ya envejecidos que tal vez requieran otros servicios. «Se deben estudiar nuevas formas de diagnosticar las necesidades y los conflictos urbanos implicando a las vecinas y vecinos. Y buscar metodologías y herramientas para poder comprender todas las dimensiones de nuestras ciudades, barrios y espacios públicos», concluye la investigadora.
3€ primer mes
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión