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Los operarios del Servicio de Parques y Jardines aseguran que nunca antes la habían visto en el mes de enero. La presencia de la oruga ... procesionaria del pino (Thaumetopoea pityocampa) se ha adelantado a fechas inusuales, pese a que su proliferación sigue una escala en el calendario que amenaza con desestacionalizarse. Propia de la primavera hasta hace apenas un lustro, esta larva ha ido avanzando poco a poco hasta adelantar su descenso de los árboles –principalmente de la familia de las coníferas– y empezar a ser vistas este año ya a finales del pasado mes de enero.
Desde entonces, las cuadrillas de jardineros trabajan casi a diario para desterrar a este lepidóptero o mariposa de los parques y jardines, pero también del propio empedrado de muchas calles colindantes a estas zonas verdes. Su proliferación y avance en zonas urbanas ha provocado que el teléfono de asistencia al ciudadano 010 acumule ya ochenta consultas y denuncias de los vecinos de la capital en apenas un mes, cuando el pasado año se registraron en total 92 avisos.
Uno de los métodos más naturales para tratar de combatir a la oruga procesionaria está en el desarrollo de aves predadoras. En el caso del Servicio de Parques y Jardines de la capital, se ha apostado por los carboneros y los herrerillos, dos de los pocos tipos de pájaros que comen estas orugas protegidas por los pelos picantes, y que se clavan como arpones en la piel.
Para promover la cría y la expansión de estas aves, se han colocado cajas nido en zonas como el paseo de Filipinos, pero también en otras como el barrio de Parquesol, también con la ayuda de campañas como 'Pon Alas a Tu Sonrisa'.
Otros animales que ayudan a controlar la población de la procesionaria son algunos tipos de hormiga y mamíferos, como los murciélagos; u otras aves como los mirlos, el cuco o la abubilla.
Las altas temperaturas de las últimas semanas, así como un invierno excesivamente suave sin apenas heladas, ha provocado que la procesionaria se haya multiplicado. El Ayuntamiento lucha este año con 150 trampas para capturar a las orugas en su descenso de los sacos o nidos hacía el suelo. «Hemos triplicado el número de trampas con respecto a 2019», indica Ángel Asensio, responsable de un área que ha dedicado sus esfuerzos durante las últimas semanas a terminar con esta amenaza para la salud.
El contacto con la procesionaria o con los pelos que desprende provoca irritación de la piel en forma de sarpullido o erupción en el cuello, los brazos, las piernas y el torso, y sus efectos pueden durar varias semanas. También hay casos en los que causa irritación en los ojos y problemas respiratorios, y muchas de las consultas que se reciben están relacionadas con los efectos en animales de compañía, en su gran mayoría perros. «Son muchísimas las personas que se nos acercan todos los días para quejarse de la procesionaria, y muchos con los problemas que causan a sus perros», explica Jesús Toquero, oficial de jardinería del servicio municipal.
La lucha contra la procesionaria no se limita a Valladolid. «Es un problema global de prácticamente todas las ciudades de la península», explica María Sánchez, concejala de Medio Ambiente y Sostenibilidad. La línea a seguir busca medidas «sostenibles y naturales», pese a que para algunos expertos es «menos efectiva, pero evita daños para las personas, al no fumigar con tratamientos químicos», indica Jesús Toquero, quien acumula más de treinta años de trabajo en los parques y jardines.
Las acciones encaminadas a aumentar la población de predadores, en el caso de la provincia con carboneros y herrerillos, sería el modelo «más natural», al que seguiría como el más efectivo el control microbiológico. En este caso, los profesionales utilizan la bacteria 'Bacillus Thuringiensis', con la que fumigan y que suelta una proteína que provoca que cuando las orugas se comen las hojas se mueran. «Es un tratamiento que se hace entre septiembre y octubre, y se hace en Fuente El Sol, Las Contiendas y en parte del pinar, pero este año queremos ampliarlo a otras partes ya de la ciudad para que sea más efectivo», avanza Ángel Asensio, quien explica que no se ha hecho hasta ahora porque supone precintar la zona durante horas.
Los métodos de gestión de la procesionaria también valoran la eliminación de los nidos, que se retiran y se queman con posterioridad. Sin embargo, en Valladolid los operarios se encuentran con que no tienen una grúa lo suficientemente alta para llegar a algunas copas de las coníferas más altas donde se sitúan los bolsones.
También se utilizan otras trampas en forma de anillo, que cuenta con una bolsa con tierra, pero que de momento son poco efectivas; y la última fórmula –destinada a plagas incontrolables y que por ahora no se utiliza– sería la endoterapia, que consiste en la «inyección de un insecticida en el tronco del árbol», que terminaría por llegar a las hojas de las que se alimentaran las orugas.
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