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Adiós a 205 días de vacunación masiva: «Nos decían 'gracias por darnos esperanza'»
El Centro Cultural Miguel Delibes cierra como vacunódromo con 450 dosis inoculadas en su último día activo
Es inevitable pisar las tablas del vestíbulo del Centro Cultural Miguel Delibes y recordar. Una compañera de la radio tiene «un nudo en el ... estómago» porque siente la emoción del día en que su madre recibió la primera dosis, ese principio del fin. Otro periodista radiofónico critica a los negacionistas desde la experiencia de los siete días que pasó en el hospital, adonde llegó sin fuerzas y aterrado por el qué pasará.
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Todo en ese vestíbulo descomunal ahora casi vacío evoca la pandemia que fue. Que aún es. «La campaña de vacunación no ha acabado», dice Verónica Casado, consejera de Sanidad, en un vídeo grabado emitido en una gran pantalla. Hasta eso, la cara de la consejera en una pantalla, hace rememorar los días de confinamiento en los que todo era temor, confusión y muerte. La vacunación seguirá en Arturo Eyries y Rondilla y en los centros de salud de Peñafiel, Rioseco yMedina del Campo. Será para los que aún no han podido recibir sus dosis en estos 205 días de inmunización vertiginosa en el Miguel Delibes.
El 91% de la población vallisoletana de más de 12 años se ha vacunado. Decenas de miles de personas llegaron a este mismo auditorio con miedo y emoción, dice Tamara Poza, coordinadora de ese equipo fijo de 80 sanitarios apoyado por voluntarios de todos los centros de salud, Cruz Roja, Protección Civil y trabajadores del Delibes. «Miedo porque era algo desconocido, muy repentino. Pero con emoción porque mucha gente nos decía 'muchas gracias por darnos esperanza'. Es algo tan bonito que te digan eso... Porque es lo que significa una vacunación masiva, una esperanza de volver a tener la vida que teníamos antes de una pandemia que ha arrasado con nuestra vida y nuestra forma de vivir».
No hay cámaras ya cuando ese enfermero grandote y risueño que lleva toda la mañana inquieto se gira con un «¡se acabó!» y choca las manos con una compañera. Por las cinco líneas que aún prestaban servicio en ese vacunódromo tenían previsto que pasaran, el último día, 350 personas para la segunda cita y otras cien para pincharse por primera vez. Son las dos y cinco y la puerta ya está cerrada. Es de esperar que para siempre. Rafael Terol, afincado en Laguna de Duero, padeció el covid y tuvo que retrasar su vacunación. Es oficialmente el último. Fotos, algo de timidez sobrevenida por los micrófonos y alegría por haber llegado a este punto que su esposa ya pasó meses atrás. «Trabaja en un hospital, fue de los primeros en vacunarse», cuenta.
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Pero Terol no es el último.
La celebración del enfermero se solapa con la entrada de dos chicos jóvenes que llegan apurados cuando la puerta ya está cerrada. Es tan tarde que cuatro de las cinco líneas ya están desmanteladas. «Es habitual que a última hora llegue gente. Salen del trabajo, o de recoger a los niños del colegio», cuenta una enfermera. «Aquí el objetivo es vacunar, así que no se le cierra la puerta a nadie», dice alguien entre el barullo de idas y venidas que despojan el lugar de su atrezzo sanitario. Y el enfermero y una compañera se disponen a poner, esta vez sí, la última inyección. «Los dos a la vez», sugiere una voz tras una mascarilla. Y los dos rezagados se sientan juntos mientras una chica tira de móvil para retratar –quizá sin ser consciente– un momento histórico. Los enfermeros cuentan tres y pinchan a la vez. Hay ap lausos.
«No conocíamos nada del virus. No sabíamos cómo era la enfermedad, cómo protegernos…», recuerda Poza. «Y en año y medio acabamos con una vacunación masiva. Todo gracias a la ciencia, no lo olvidemos». Curioso que reúna en una frase «gracias», la palabra del día, dice Augusto Cobos, delegado territorial, y la llamada al recuerdo. Al de quienes no volverán a pisar el Delibes sin pensar que allí recibieron su primera dosis de esperanza.
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