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EFE
Lunes, 1 de noviembre 2010, 02:18
España no es diferente, es normal. Es la respuesta de cinco historiadores a la pregunta '¿Es España diferente?', y que da título, además, a un libro de ensayos dirigido por el británico Nigel Townson. Convencido de que «la obligación intelectual» de un historiador es «desmontar mitos», aunque eso «no te haga popular», Townson aborda en esta obra publicada por Taurus una «mirada comparativa» de los siglos XIX y XX entre España y los países de su entorno.
Una labor inusual en la historiografía española en la que se zambulle junto a José Álvarez Junco, Premio Nacional de Ensayo 2002 por 'Mater dolorosa'; Edward Malefakis, catedrático de Historia en la Universidad de Columbia; Pamela Radcliff, profesora de Historia en la Universidad de California, y María Cruz Romero Mateo, profesora de Historia Contemporánea de la Universidad de Valencia.
«Nunca hasta ahora se había hecho algo parecido», afirma Townson, profesor en el Departamento de Historia del Pensamiento en la Universidad Complutense. Los seis ensayos que componen la obra concluyen que la Historia de España no es tan diferente a la de los países occidentales; tiene, eso sí, sus peculiaridades, pero los otros también, ya sea en un aspecto concreto o en otro. «Siempre se ha dicho que España es diferente pero sin haber hecho el análisis histórico comparado, y si lo aplicas ves que los otros países también tienen sus peculiaridades y diferencias. Cada país ha elegido su propio camino hacia la modernización», según Townson.
Ese mirarse el ombligo tampoco es una peculiaridad española, en todos los países hay una bibliografía sobre su excepcionalidad. Véase, sin ir más lejos, Francia, Alemania, el Reino Unido o Italia. Todos, señala el historiador, se creen «diferentes y especiales». El eslogan 'Spain is different', que marcó la industria turística en los años sesenta, caló hondo en el subconsciente colectivo y se convirtió en una idea preconcebida incluso para historiadores.
Inestabilidad crónica
Pero ese sentimiento de excepcionalidad, larvado a finales del siglo XIX, brotó en toda su intensidad tras el Desastre de 1898. «La excepcionalidad española se basaba en el reconocimiento de una inestabilidad política crónica, de un retraso económico y tecnológico, de una serie de desastres militares y, sobre todo, de la pérdida del Imperio; en resumen, de un sentimiento de inferioridad», escribe Townson.
Ese sentimiento de inferioridad, en su opinión, «se ha invertido en los últimos 15 ó 20 años» por una combinación de factores: el crecimiento económico a partir de los sesenta y que ha llevado a situar a España entre las diez primeras economías del mundo, la integración en la UE y la OTAN, y los éxitos deportivos. «Desde la victoria de la Roja de este verano he visto más banderas y más toros pegados en los coches que nunca», señala.
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