:: TEXTO: JULIÁN MÉNDEZ :: FOTOGRAFÍA: BRUCE OMORI/EFE
CONTRAPORTADA

La lava lenta del volcán Kilauea

PPLL

Martes, 20 de julio 2010, 02:37

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Los volcanes son así, señores. Acostumbramos a verlos coléricos y desatados en los documentales de media tarde, con esa efusión sonora y tronante de deflagraciones, bombas de piedra y lapilli lanzados por el aire. Y no. Los volcanes, como este de Kilauea, en Hawai, acostumbran a ser comedidos y a vomitar sus excesos de lava de forma civilizada, para solaz de turistas y viajeros. Observen si no a esa dama de la izquierda, con el trasero bien templadito, que toma una secuencia completa de la lengua de lava que desciende hacia el Kalapana, engullendo plantas, rocas y lo que se le ponga por delante... Hawai, isla de surferos, palmeras y alohas, ligada a la infancia del presidente Barak Obama, se encarama sobre cinco volcanes: el Mauna Kea y el Mauna Loa (algo así como la versión saturnal de Pili y Mili), el Hualalai, el Kohala y este doméstico Kilauea, tenido por el volcán en activo más grande del planeta.

Aunque se nos muestre plácido, su caldera de casi cinco kilómetros debió ver la luz en algún momento de enfado telúrico. Los nativos (hoy respetables ciudadanos de los Estados Unidos de Norteamérica aficionados a la Budweiser) consideran que en sus entrañas mora Pelé, la diosa del fuego.

Bien es cierto que acercarse hoy al Kilauea es una de esas convencionales excursiones incluidas en los paquetes turísticos: un puntito de calor, emoción y azufre para llevarse a casa junto a las estatuillas de coco y los collares de flores. Pero aunque los vulcanólogos digan que las erupciones del Kilauea no suelen ser efusivas (¡vaya adjetivo!) y que la última demostración pública de su ira tuvo lugar en 1983, el volcán no es para nada inocente. En 1970, reventó con fuerza y se llevó por delante las vidas de un centenar largo de personas.

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