Cobardica

En cuanto oigo que van a empezar obras en tal sitio, dejo de pasar por él. Sicosis llamarían a esto los expertos; canguelo, lo llamo yo. Canguelo a encontrarme con un tapón de mil pares y llegar tarde; canguelo a tener que blasfemar, con lo feo que queda y con la cantidad de papeletas que se acumulan para ganarse una silla de pista en el Infierno. Así que antes de que empiecen las excavadoras, escondo la cabeza y el coche en el garaje y no lo saco hasta que el alcalde no da el último parte de guerra. Y eso es lo que he estado haciendo desde que comenzaron las del Paseo de Zorrilla, hasta al punto de que para ir al periódico prefiero dar la vuelta por Valverde del Majano antes que volver a las imprecaciones. Pero a los periodistas de raza expertos en investigación, a veces no nos queda más remedio que pisar el terreno para poder hablar con fundamento. Ya ven qué cosas nos piden. Así que ayer decidí ver con mis propios ojos el escenario del crimen y recorrer de arriba abajo nuestra avenida más conocida. ¿Y saben qué? Pues que estaba despejada y los únicos elementos que denotaban que había obras eran unos cacharros de plástico colocados en los laterales. Gracias a mi valentía no he tenido que volver a casa por Ciguñuela, que era lo que me pedía el cuerpo.