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Amelia Tapias recuerda en su archivo de profesora de autoescuela muchas épocas: cuando los examinadores ponían a prueba a los alumnos en las revueltas de ... Las Navillas, una lotería de hielo en invierno, o cuando se transitaba el casco histórico. El presente es un compendio de rotondas, con sus pasos de peatones, junto a una exigencia al alza que obliga al alumno a ir más allá de la letra de la norma y comportarse como un vehículo más: no basta con no fallar, hay que demostrar fluidez. Si a eso sumamos un tráfico más intenso, alguna que otra calle estrecha y que muchos se sienten más preparados de lo que realmente están, tenemos que casi dos tercios de los candidatos suspenden en primera convocatoria en Segovia.
Con la salvedad del recinto amurallado, toda Segovia, desde cualquier barrio a las carreteras o autopistas del alfoz, es carne de examen: velocidades, adelantamientos, intersecciones y aparcamientos. Tapias resume la dificultad al alza en el sándwich entre rotondas y tráfico, dos factores que se realimentan. «Aquí hay un montón de glorietas y poca visibilidad; antes había menos y era un poco más fácil. Como tienen que ceder, a veces dudan y en cuanto entorpecen un poco ya suspenden». Sitúa como ejemplo paradigmático la de Dionisio Duque, en la antigua ubicación del parque de bomberos.
Un aspecto en el que se fijan cada vez más los examinadores en la fluidez. «Si van a 90 [km/h] por autopista, ya es una falta deficiente eliminatoria porque van 30 por debajo de la máxima». Un desvío, por arriba o por debajo, de 20 se queda en deficiente; 10 es una falta leve. Así que el margen de error es muy reducido para un examen de 30 minutos en el B y 45 para los vehículos pesados o motos. El mensaje que recibe el alumno es que debe ir a la máxima velocidad de la vía o que adelante siempre que sea posible. Según el celo de cada examinador, se puede tirar la media hora poniendo leves por ir a 35 en una vía de 50. Una deficiente y cinco leves ya supone un suspenso. Los profesores se anticipan en lo que pueden y les llevan a las «intersecciones jorobadas» como las del entorno de Valdevilla. «Yo les meto porque me gusta que vean sitios difíciles, pero metes ahí en el examen a uno que vaya un poco nervioso…».
Si a todo esto le sumamos el atasco para conseguir fecha de examen, se multiplican los suspensos. «La gente se precipita, va mal preparada. Todos tienen prisa». Quizás porque las nuevas tecnologías, esa vida pegada al móvil, ha empeorado la materia prima. «He notado que a los chavales les cuesta mucho más aprender; antes éramos más ágil, estábamos más en la calle jugando y desarrollábamos más la psicomotricidad. No controlan bien las distancias; se van mucho a la derecha, están a punto de chocarse y no se enteran».
Amelia Tapias explica como la escasez de fechas ha cambiado la rutina de su autoescuela, Lisardo: «Hace años podía llevar alumnos todas las semanas, sin cupo, a 15; ahora tengo dos veces al mes, y a seis o siete. Examinamos tres veces menos que antes de la pandemia». Y más alumnos que entonces en sus filas, para diferentes permisos. Así que su tarea es repartir los minutos disponibles, pongamos 540, entre los candidatos a cada carné que tiene en su lista.
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