Segovia
Muere a los 26 años Iván Cristóbal, el gladiador del tenis de mesaEl club segoviano Seghos honra a este madrileño, fallecido a causa de un cáncer óseo, retirando su camiseta
Iván Cristóbal Huertas juega en el invierno de 2020 sus últimos partidos de tenis de mesa, aunque él no lo sabe. Porque la quimio no ... le rinde, aunque le duelan los huesos y le moleste el esparadrapo del catéter que lleva en el pecho. Y se enfade tras perder un punto y quiera quitárselo. Pero sigue jugando. Una escena que refleja su carácter luchador, alguien que se transformaba en un gladiador cuando cogía la pala y que era la mejor de las compañías cuando la dejaba. Por eso dejó huella en sus dos temporadas con el Seghos, el club que le mantuvo la ficha mientras batallaba con un cáncer óseo por el que falleció el sábado en Madrid a los 26 años. Un cariño que se traducirá en el gesto simbólico de retirar su camiseta, como las leyendas del deporte estadounidense. Su nombre estará en el techo, acompañando la característica banda sonora de su deporte. Su equipo jugará a partir de ahora con uno más.
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Iván llegó a Segovia cuando el Seghos ascendió a Primera Nacional en 2018. «Buscamos un refuerzo en Madrid de un chaval que tuviese un nivel contrastado. Le conocíamos de vista, habíamos coincidido en algún torneo», repasa el entrenador y responsable del club, Antonio Sanz. Alguien sin tradición familiar –empezó a jugar a los 12 años porque un compañero de colegio se apuntó–, que encontró su sitio en una mesa y jugaba en Las Rozas, donde acreditaba un gran número de victorias. El club le dio un rol principal y él se desplazaba una vez a la semana a entrenar. «Desde el principio nos cayó muy en gracia a todos, para nosotros era casi de la familia» Su hermana Ainhoa siguió sus pasos y ostenta varios campeonatos de España en categorías inferiores.
Su sello era el de un zurdo con muy buena derecha y saque. «No arriesgaba, pero era muy seguro. Fuera de la mesa era una excelente persona, dentro de la mesa era terrible», recuerda con cariño Sanz. «Se cabreaba si las cosas no le salían, era un luchador tremendo». En los viajes era buen comedor, como manda la tradición del club. «Era súper educado y colaborador. No hacía falta que le dijeras nada, te echaba una mano».
«Ha tenido épocas en las que estaba limpio después de la quimio y parecía que lo había superado»
Antonio Sanz
Responsable del Seghos
Cuando llegaron los primeros dolores de cadera, nadie se alarmó, es un deporte muy exigente, sobre todo cuando se acumulan partidos. Pero en las pruebas apareció la sombra que cambiaría su vida: un Sarcoma de Ewing. Con la quimio ya en marcha, siguió jugando y fue a un doble desplazamiento a Extremadura –Almendralejo y Don Benito– a la postre dos victorias clave para la salvación. «Sin ninguna imposición ni nada. Era él, que se empeñaba. Y gracias a eso nos salvamos». Sin ellas, el Seghos, que ascendió a División de Honor en 2023, hubiera descendido cuando paró la liga por la pandemia. Sanz veía cómo se quitaba el esparadrapo si le rozaba con la camiseta. «Le decía, 'quieto'. Yo estaba aterrorizado, lo de menos era el partido».
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Fue el comienzo de casi cinco años de lucha. Iván nació con la espina bífida y se sometió a una cirugía de columna a las dos semanas de vida. Ese antecedente condicionó su tratamiento posterior, pues la quimio vino antes que una prótesis de cadera que necesitó. Y llegaron meses postrado en una silla de escritorio. «Ha tenido épocas en las que estaba limpio después de la quimio y parecía que lo había superado».
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El tenis de mesa fue una de sus anclas para luchar, aunque no pudiera recuperar el nivel por el hueso perdido y la prótesis, tenía en el punto de mira el formato adaptado en un deporte con varios grados de discapacidad: desde jugar de pie con muletas a hacerlo en silla de ruedas. «En esto somos una potencia mundial». No volvió a competir, pero en sus viajes a Segovia no se privó de echar una pachanga con los amigos. «A él le apetecía. Cuando hicimos la nave en San Cristóbal, vino a verla y no pudo evitar coger la pala y ponerse a pelotear con la silla de ruedas».
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Con todo, la muerte llegó de manera imprevista. Iván estaba jugando a la consola con el hijo de Antonio, partidos de fútbol o NBA. Se levantó con la pierna de las operaciones muy hinchada, con trombos. La ambulancia no llegó a tiempo, entró en shock y falleció nada más llegar al hospital. «Ha habido épocas en las que ha estado mucho más jorobado. Tenía más calidad de vida». En silla de ruedas, pero sin prótesis. Podía dormir en su cama, un lujo del que le privó el proceso.
Un vínculo enorme para tan poco tiempo. «Nos veíamos dos días todas las semanas, se quedaba a dormir en casa y había mucha afinidad. Hay gente con la que, por lo que sea, congenias. Y nunca hemos perdido el contacto». Las partidas diarias de consola. «Y yo hablaba con él cada 15 días. Él me contaba sus cosas y yo las del club, echábamos buenas charlas». Una huella de sacrificio que siguió tras él en la idiosincrasia del club. «Es un ejemplo de pelear. Iban pasando los años y él recaía; de verlo todo limpio a otra mancha dos meses después en un control rutinario. Cada vez quedaban menos cosas que probar. Al principio, su máxima ilusión era jugar en discapacitados; luego ya decía que era feliz jugando a la Play y comiendo bien. Él se agarraba siempre». Jugó el partido hasta el último punto. En los del Seghos habrá una camiseta con su nombre. «Un día me paso por tu casa y te la llevo», le dijo. Pero no tuvo tiempo. Así que estaría allí colgada, para que nadie piense en rendirse.
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