Álvaro Martín posa frente a la iglesia parroquial de San Miguel, en Cuéllar. Mónica Rico

El primer diácono de Segovia en diez años: «No me siento un bicho raro, soy un chico normal»

«Da un poquito de vértigo porque es como el primer paso definitivo», afirma Álvaro Marín, de 24 años

Mónica rico

Cuéllar

Sábado, 17 de octubre 2020, 08:09

La Diócesis de Segovia vivirá el próximo domingo, 25 de octubre, un día grande con la ordenación de su primer diácono en diez años: ... Álvaro Marín Molinera, de 24 años y con formación en el Teologado de Ávila y en la Universidad Pontificia de Salamanca. Familiares, amigos y fieles le acompañarán en esta celebración, paso previo a la ordenación final como sacerdote, que tendrá lugar en la Catedral de Segovia.

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Durante este curso, Marín está viviendo el curso pastoral en la parroquia de Cuéllar, donde continuará su formación práctica. Asegura estar «no excesivamente nervioso», aunque afirma que algunos ratos piensa que se acerca el momento «y sí que da un poquito de vértigo», dado que es un paso en firme y definitivo «en el que ya prometes fidelidad para toda la vida. Es como el paso más importante, aunque luego queda la orden sacerdotal, pero esto es como el primer paso definitivo».

Aunque los nervios aparecen en ocasiones, Álvaro asegura que está viviendo estos días con «mucha tranquilidad y confianza en Dios, porque si él es el que me ha llevado por aquí, confío en que me ofrezca los medios para poder hacer lo que él quiere».

Es un camino que hoy puede resultar extraño, especialmente en un joven de 24 años, que lleva ya siete centrado en su futura carrera sacerdotal. Sin embargo, asegura no sentirse un bicho raro, sino «un chico normal», aunque afirma que no es frecuente que hoy en día un joven quiera consagrarse al sacerdocio, también por lo que implica en cuanto a los votos, «pero no me siento especialmente raro».

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Apoyo familiar

En buena medida se lo debe a su entorno y a su familia, que desde el primer momento se tomaron su decisión «con mucha alegría». Álvaro explica que siempre le han apoyado en sus decisiones y afirma haber tenido mucha suerte por ello, «porque hay otros chavales que no reciben este apoyo porque sus padres, o bien no son tan creyentes o bien les choca esta noticia. En menos de diez días ya llevará alzacuellos, pero hasta entonces viste como un joven más, con vaqueros, camiseta y sudadera, como un chico normal, tal y como él mismo se denomina. Un joven que llegó a la iglesia de la mano de sus padres, «que me han educado siempre en la fe y les estoy muy agradecido por eso».

«Siempre he sido un chico de iglesia y he tenido mucha sensibilidad con estos temas de la fe», asegura, mientras relata que conforme iba creciendo fue sintiendo la llamada. Fue cuando iba al instituto, cuando tenía entre 15 y 16 años, cuando llegaron las primeras preguntas. «A raíz de ver al sacerdote de mi parroquia cómo vivía su vida, cómo celebraba la misa… pues como que me empezó a llamar, no sabría explicar muy bien por qué». Entonces comenzó a plantear que ser sacerdote podría ser una opción, aunque tampoco «le daba muchas vueltas» Pasó el tiempo y se dio cuenta de que esa inquietud que había surgido no se apagaba, por lo que decidió hablar con el sacerdote de su parroquia sobre ello, y fue él quien le puso en la senda del seminario.

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Le habló de unas convivencias en Segovia que se celebraban una vez al mes en el Seminario Menor, que por entonces llevaba Fernando Mateo, actual párroco de Cuéllar, con el que durante este curso trabaja mano a mano. Fue en primero de Bachillerato cuando empezó a acudir a estos encentros «con mucha ilusión, con mucha fuerza, pensando que ya había encontrado mi camino y que esto no había quien lo parara».

Sin embargo, hubo altibajos. Durante esa etapa comenzó a salir con una chica. «Me gustó y empezamos a salir. Entonces yo pensé que lo de la vocación había sido una idea pasajera que ya había pasado». Pero con el paso del tiempo la vocación continuaba y, aunque asegura que «estaba muy bien, muy agusto con esa chica», veía que lo que él quería que se apagara, continuaba con llama.

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El punto de inflexión fue el atropello mortal que sufrió el sacerdote Ignacio Santos, que tenía mucha relación con su familia. Ese suceso «me hizo otra vez encender todo y reavivar la llama, y a raíz de ello tomé la decisión de entrar en el seminario». Desde entonces ha estado siete años en Salamanca formándose y estudiando, puesto que debido a que el número de vocaciones en los seminarios en Castilla es muy reducido, las de las distintas provincias se unen en una sola. Durante la época del seminario también se vive los fines de semana una experiencia pastoral, para ir iniciándose un poco en la vida de la parroquia. De ellos, dos años estuvo en Cuéllar, donde ahora está ya a tiempo completo y prácticamente como uno más. Este es el primer año que está fuera del seminario, aunque la formación sobre temas de sacerdocio y cuestiones importantes para su vocación ya las ha aprendido allí, por lo que señala que en estos momentos es «prácticamente como un becario».

En la actualdad, sus funciones se centran en cuestiones que surgen en el día a día, como diversa documentación, preparación de reuniones o vigilias, oraciones y también va a llevar grupos de catequesis y de monaguillos en la parroquia de Cuéllar. «Lo que más me toca ahora es estar con el párroco y aprender lo que hace. Conocer la vida de párroco, cómo lleva y dirige la parroquia y ese tipo de cuestiones».

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Los primeros meses han sido tranquilos, pero ayer mismo comenzaba con su grupo de catequesis, con el que estará todo el curso. De hecho, una vez ordenado diácono continuará en Cuéllar, al menos todo el curso pastoral. Asegura que la acogida en la villa ha sido muy buena. Como durante dos años estuvo acudiendo los fines de semana, «ya es terreno conocido. Me han recibido como parte del pueblo», asegura. Por el momento, el futuro de Álvaro se encuentra en Cuéllar, aunque sus pasos también se acercan a ordenarse sacerdote, para lo cual, por derecho canónico, deberán pasar al menos seis meses.

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