Las personas mayores son hoy más reacias a alojar a universitarios por miedo a la covid
Segovia registra 43 alojamientos compartidos con estudiantes de la UVA desde 2000, pero solo sumó uno el curso pasado
La pandemia ha debilitado uno de los retos más necesarios para la cohesión social: la conexión entre generaciones. La estadística apoya la prudencia porque la ... población mayor es la más vulnerable a los efectos de la covid y la población joven, la que más socializa, es la más proclive a contagiarse. El Programa de Alojamientos Compartidos de la Universidad de Valladolid (UVA) es un gran termómetro para saberlo. Se trata de personas mayores que ceden de forma gratuita una habitación a un estudiante en busca de compañía. Segovia, que registra 43 casos desde que el programa llegara a la provincia en 2000, tiene más demanda universitaria que oferta habitacional.
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Para este curso hay una decena de peticiones que no han podido ser atendidas porque solo hay dos personas mayores candidatas, aún pendientes de su evaluación por parte de los técnicos del programa.
«La pandemia ha hecho mucho daño. Se ha puesto a la persona mayor como un perfil muy frágil, parece que la tocas y se cae. Y el estudiante parece el demonio», resume César Vega, técnico de Asuntos Sociales de la UVA. La universidad esgrime que no ha habido contagios en la veintena de convivencias que ha gestionado desde 2020. En esencia, toca elegir qué mal hace menos daño. Vivir en una burbuja es una receta infalible contra el contagio, pero una certeza de soledad. «Es una decisión personal de una adulto. Tú decides que es lo que más te conviene, si el riesgo medido o la soledad; esa sí que sabes cuál es y cómo te afectas porque la llevas soportando cierto tiempo. Nosotros, como programa público, no intentamos convencer a nadie, simplemente ofrecemos el servicio».
El programa cumple este curso 25 años tras su puesta en marcha durante el curso 1997-98, tras el acuerdo suscrito entre la Universidad de Valladolid y la Junta de Castilla y León, a través de la Gerencia de Servicios Sociales. La iniciativa respondió a dos necesidades. Por un lado, la de alojamiento de los estudiantes que vienen de fuera, casi la mitad de la población de esta universidad, algunos con carencias económicas que no les permiten costear un alquiler. Por otro, el incremento del número de personas mayores que viven solas, quieren seguir viviendo en su domicilio y tienen en esa soledad un hándicap para mantener su calidad de vida. Es esa sensación la que les hace abandonar su casa pese a no mostrar un deterioro físico que afecte a su independencia.
Con sus altibajos, el convenio ha funcionando ininterrumpidamente durante más de dos decenios. La pandemia del coronavirus es el más evidente y reciente, pero no el único. La crisis económica de 2008 incrementó ostensiblemente el número de estudiantes que quería participar en el programa de convivencia, más de los que podía admitir, y redujo el número de personas mayores candidatas a alojar porque ese colchón familiar tuvieron que dedicarlo a sostener económicamente a sus hijos y nietos.
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El programa empezó en 1997, pero la primera experiencia en Segovia no llegó hasta el año 2000. Fue el campus de Valladolid el que gestionó los primeros casos. Al año siguiente, se sumó el campus de Soria y llegó a Segovia en el curso 2000-01. Inicialmente, la única enseñanza universitaria segoviana que dependía de la UVA era la Escuela de Magisterio. Domingo de Soto, que inicialmente tenía un convenio con la Universidad Autónoma de Madrid, pasó posteriormente a la institución vallisoletana. «No teníamos casi estudios en Segovia y lo que teníamos, que era Magisterio, es una carrera que hay en todas las provincias. Tampoco había mucha demanda de estudiantes, así que es entendible que en Segovia empezara más tarde», analiza Vega. Cuando aumentaron las titulaciones, aumentó la demanda. Sobre todo en estudios que requerían desplazamiento como Publicidad o Turismo.
La UVA acumula 413 convivencias en sus cuatro campus (Palencia, Valladolid, Soria y Segovia), de las que Segovia registra 43: un 10,4%, aproximadamente una media de dos por año. Antes de la pandemia ya había más peticiones por parte de los universitarios. El perfil de las personas mayores está muy determinado: en un 90% son mujeres, pues los varones apenas lo solicitan, en parte porque su esperanza de vida es menor y lo habitual es que las que sobrevivan sean ellas. «Y las señoras que se quedan solas, por diversas razones, están más capacitadas para llevar una vida doméstica ordenada porque lo han hecho toda su vida. Tienen menos recursos económicos porque han cotizado menos y les cuesta más pagar otras alternativas como un apoyo doméstico».
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Perfiles
En cuanto al alumnado, depende mucho del campus y de la titulación. Hay carreras más masculinizadas y otras más feminizadas. «En Segovia son carreras tirando a feminizadas porque apenas tenemos carreras técnicas, así que lo suelen solicitar más chicas que chicos». La necesidad de vivienda implica que el estudiante sea de otra ciudad, aunque no es un requisito. Hay casos en los que el estudiante ha participado en el programa por motivos de emancipación. El único requisito es ser alumno de la universidad. Si es menor de edad, necesitaría la autorización del tutor, algo que solo ocurre con algunos alumnos de primer curso.
La procedencia mayoritaria es Castilla y León y Madrid, aunque en los últimos cinco años se han incrementado sensiblemente las solicitudes de Latinoamérica. Y, asociado a este último colectivo, también hay más peticiones de alumnos de posgrado después de licenciarse en su país y que llegan con un presupuesto justo. «Los lazos intrafamiliares en sus países están todavía más arraigados y es más habitual que vivan varias generaciones en una casa». Con todo, el alumno no puede tener más de 35 años.
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La persona mayor debe ser mayor de 60 años, aunque hay excepciones. El programa ha analizado casos de personas algo más jóvenes para ver si daban el perfil. No hay edad límite por arriba, pero debe ser independiente. «Nos da igual la edad, pero debe tener cubierta su autonomía personal. El estudiante no es un proveedor de servicios, es una persona que hace compañía», subraya Vega. El anfitrión debe ofrecer un piso en propiedad o argumentar una estabilidad suficiente en caso de alquileres o usufructos. El estudiante tiene que pagar su parte de los gastos corrientes.
Las fechas de solicitud para participar en el programa son muy diferentes para cada parte. Mientras que el alumnado universitario lo pide entre mayo y julio, justo antes de empezar el curso, las personas mayores lo piden en forma de goteo cuando van surgiendo las necesidades, en función de las circunstancias sobrevenidas. Suelen solicitarlo más en inverno, una estación en la que se acentúa más la soledad. Congeniar ambos ritmos es uno de los retos del programa.
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