Goyo Ituero Bravo muestra la chifla en el lugar donde más la utilizó, la puerta de la iglesia de Abades. Óscar Costa

Segovia

«Por orden del señor alcalde, se hace saber... Y la gente sabía que aquello era serio»

El miércoles se jubila Gregorio Ituero, uno de los últimos representantes de la figura del alguacil que se extingue engullida por la del operario de tareas múltiples

Lunes, 11 de agosto 2025, 09:58

Gregorio Ituero Bravo se despide de su labor como alguacil después de treinta y nueve años de servicio a los vecinos de Abades. A sus ... sesenta y cinco años, el miércoles, 13 de agosto, colgará definitivamente la chifla, la clásica trompetilla del pregonero, para disfrutar de un descanso que se ha ganado con todo merecimiento. Goyo, como lo conocen sus paisanos, es uno de los últimos representantes de una figura que se extingue en el sentido más clásico del término: la del alguacil, aquel funcionario municipal que recorría las calles con la chifla para pregonar los bandos municipales, limpiaba el pueblo, revisaba los contadores y, en definitiva, mantenía los servicios públicos. Hoy, los bandos municipales llegan a los vecinos de los pueblos de Segovia través de una aplicación móvil, la regulación de muchos servicios se realiza con bluetooth y las funciones manuales están en manos de los llamados «operarios de servicios múltiples», pero en Abades, Goyo sigue y seguirá siendo el alguacil.

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Lo encontramos paseando por el pueblo, con su característica naturalidad, dispuesto a compartir recuerdos mientras la chifla, aún colgada en la entrada de su casa, espera por si hay que «echar una mano». «Empecé cuando tenía veintiséis años, después de haber ganado una oposición en la que competían cuatro candidatos», nos cuenta. Su llegada al oficio no fue casual: su madre, Remedios Bravo, ya había ejercido de alguacila, convencida por el entonces alcalde, Honorio Torrejón, para limpiar las escuelas e incluso calles con un escobón y una carretilla. «La gente no sabía si el alguacil era mi madre o mi padre, porque él la ayudaba con los motores de agua». En el recuerdo de Goyo también está la figura de Panza, alguacil durante años, «siempre con la chaqueta de pana y la chifla en la mano».

Por aquel entonces, el alguacil era el alma operativa del pueblo. «En realidad, lo era todo: pregonaba, reparaba averías, limpiaba las calles, el cementerio, preparaba las fiestas... Todo el pueblo para uno solo». Su función más representativa, o conocida, era la de pregonero, ritual cotidiano que marcaba la vida de los vecinos de Abades. Con una chifla similar a la de los cabreros, Goyo anunciaba los bandos del alcalde en las esquinas más estratégicas, frente a la iglesia, donde más fácilmente se formaban los corrillos, o donde sabía que las vecinas más «curiosas» iban a difundir la noticia en apenas unos minutos. «Había dos toques: el 'pi, pi, pi' corto para anunciar la llegada de vendedores ambulantes, y el 'piii, piiii, piiii' largo para las cosas oficiales que llegaban por orden del señor alcalde. Por orden del señor alcalde, se hace saber... Empezaba. Y la gente sabía que aquello era serio». En días en que se encontraba con más ánimo, entonaba con brío; en otros, más plomizos, con menos ímpetu. Pero siempre estaba ahí. «A veces, llegaba a una esquina, decía el pregón y la tía María abría la ventana: '¿Qué has dicho, hijo?' Y ya se lo contaba a ella».

«Me ha gustado tanto mi trabajo que es como si no hubiera trabajado»

El último pregón de Goyo fue en 2020, con motivo de la pandemia, para recordar las restricciones de movilidad. «Fue muy especial porque ya no se pregonaba. Entraron el WhatsApp y las aplicaciones, y eso se acabó». Pero el oficio de alguacil suponía mucho más que pregonar. «Lo importante era mantener los servicios públicos, sobre todo el agua. Un pueblo sin agua o con desagües atascados es un desastre». Así que se ha pasado la vida revisando contadores bajo fregaderos, muchas veces valiéndose de espejos para leer números imposibles, cobrando recibos casa por casa, entregando licencias de obras o limpiando las calles. Durante las fiestas colocaba sillas, partía el pan en las comidas populares y garantizaba que todo estuviera a punto. «Había que estar a las órdenes de la Alcaldía. Si se caía un cable, ¿a quién llamaban? Al alguacil». Ituero ha trabajado para cinco alcaldes: Jaime Allas, Javier Santamaría, José Moreno padre, José Moreno hijo y Magdalena Rodríguez, «que ha sido con la que más tiempo he coincidido».

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La llegada de la tecnología marcó un antes y un después. «Pasé del pico y la pala a las desbrozadoras, los ordenadores y las aplicaciones para el agua. Eso me costó más, porque el móvil no descansa, funciona mañana y noche», admite. Controlar depósitos por bluetooth y gestionar bases de datos fueron retos que exigieron adaptación –«ha habido que estudiar»–, pero se va contento. De sus convecinos se lleva el reconocimiento y el cariño. «Son exigentes pero agradecidos. Si no hay lío, no piden nada; pero si surge algo, ahí tienes que estar. Me voy tranquilo, con la satisfacción del deber cumplido y a gusto. Me ha gustado tanto mi trabajo que es como si no hubiera trabajado».

La alcaldesa de Abades, Magdalena Rodríguez, destaca la importancia que en los pueblos siguen teniendo los alguaciles, hoy convertidos en operarios de tareas múltiples porque en el lenguaje administrativo la palabra 'alguacil' ha desaparecido. Las subvenciones que concede la Diputación Provincial permiten la contratación de estos funcionarios, y el beneficio para el pueblo es impagable. «Hacen de todo y son imprescindibles. Goyo se jubila, pero ya tenemos la plaza cubierta. Además, contamos con otros dos; en total, tres. Aunque a Goyo le echaremos mucho de menos. Muchas veces te aprovechas, en el buen sentido, de que alguien está siempre ahí, tan cerca», señala la regidora, que en 2023 ofreció a Goyo pregonar las fiestas patronales en honor de la Virgen de los Remedios. «Las aplicaciones móviles han cambiado todo e incluso los bandos llegan por app, pero, antes, el alguacil, era la voz del pueblo. Fue todo un reconocimiento a la labor que Goyo ha desempeñado tantos años», dice Rodríguez.

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«Me da pena, pero también tengo ganas de descansar. Aunque estoy tan cerca que seguiré pendiente de muchas cosas...», dice Goyo Ituero. Su historia, como la de sus antecesores, es la de un oficio que mantuvo viva la esencia de Abades, y su legado, imborrable. El eco de su chifla resonará en las esquinas y quienes lo conocen saben bien que este alguacil ha sido mucho más que un operario: la voz, las manos y el corazón del pueblo.

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