Borrar
Perfecto de la Asunción, en la antigua prisión provincial. Antonio Tanarro
«Igual que los perros huelen el miedo, los presos rechazan al voluntario que viene a posturear»

«Igual que los perros huelen el miedo, los presos rechazan al voluntario que viene a posturear»

Tras veinte años como voluntario con presos, Perfecto de la Asunción pide una apuesta por la reinserción y explica cómo tratar a un reo sin prejuicios

luis javier gonzález

Segovia

Domingo, 21 de abril 2019, 12:35

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Pocas intervenciones sociales exigen más empatía que medirse a un preso y a sus circunstancias. A Perfecto de la Asunción, pastor protestante y coordinador del Ministerio Evangélico en Prisiones, le impactó la acogida de los presos. «Nos abrazaban sin conocernos de nada». Y su receptividad. «Los voluntarios de la cárcel somos su ventana para conocer el mundo exterior. Hay gente que solo recibe visitas una vez al año. Tienen una gran necesidad de que alguien les considere personas y no un expediente». Este segoviano apunta a que un educador o un psicólogo de la propia cárcel se centra en el tiempo restante de condena y un voluntario toca más los afectos. Para ello, la primera norma en el trato con los presos es no preguntar el delito para que no interfiera en el voluntario. «Si eres padre y tienes delante a un pederasta, te condiciona».

Una iglesia madrileña pidió a la iglesia evangélica segoviana que visitaran a dos presos de Soto del Real. Ese fue, en 1999, el germen de la ONG Ministerio Evangélico en Prisiones (MEP). Perfecto se disponía a acompañar a otro compañero que dejaría pronto el proyecto, pero no tenía intención de entrar. «Desde el primer día ya me sentí bastante tocado, me apasionó el asunto». Aún le despierta emociones esa primera galería de la cárcel de la ciudad, hoy convertida en centro de creación cultural, y los recuerdos de su primera visita en 1999. Se hicieron realidad todos sus temores: la alambrada de un lugar que temía desde pequeño o la Guardia Civil. Conocía a muchos funcionarios y algunos presos, simples caras familiares. Pasaron los respectivos controles hasta llegar a la biblioteca, un lugar oscuro, con muebles muy antiguos y un encerado.

Perfecto trabajaba entonces en control de calidad de una empresa de cables. Entró en la iglesia evangélica de forma casi anecdótica; leyó en detalle la Biblia para rebatir a su novia, que era miembro, y entendió el cristianismo de una forma menos patriarcal y jerarquizada. Tras sus primeras experiencias en la cárcel, se formó como educador social. «No bastaba hacer las cosas, había que hacerlas bien». Empatía, resiliencia, o resistencia a la frustración entraron en su vocabulario.

Como voluntario, ha aprendido «a base de tortas». Hay errores habituales como pedir permiso para todo, dejar al preso objetivos sin aparente peligro como un sacapuntas o introducir antidepresivos. Y las frases manidas: todo va a ir bien. Lo que llama positivismo falso. «Hay que hacerles ver que la cárcel no es un pozo sin fondo, sino una oportunidad. Convertir la crisis en oportunidad». El humor es una herramienta esencial que previene y resuelve momentos críticos; por ejemplo, responder a un conflicto entre presos, que es algo muy grave en su rutina: «¡Venga! ¿Te vas a poner así a tu edad?».

El grupo arrancó como ayuda espiritual pero vio necesidades más amplias y grupo creó en 2005 un programa educativo. «Hay que respetar la libertad religiosa y con una ONG puedes hacer acción social. Vimos que otras asociaciones cubrían los temas de drogas y lo que se nos daba bien era la música y el arte. Y habremos metido a tocar en la cárcel a todos los grupos segovianos». Había talleres artísticos de percusión, guitarra, habilidades sociales, imprenta o manualidades. La música como vehículo educativo no solo lograba la armonía instrumental, sino en su relación entre ellos. «Es muy complicado quitar a un preso su egocentrismo, que todo gira a su alrededor, que eres el único que tiene problemas». Llegaron a tener buenos instrumentos y amplificadores; había ocho voluntarios y representaban conciertos en diciembre. Los propios presos escogían las canciones –desde 'Flaca', de Calamaro, a 'Satisfaction, de los Rolling Stones'– eran habituales las colaboraciones entre varias ONG.

Él es ahora el único educador del grupo y en la cárcel no hay tanta demanda como hace una década porque, lamenta, mermaron las subvenciones. «Vivíamos con 3.000 euros al año, pero la desaparición de Caja Segovia nos dio un golpe tremendo». La asociación no tiene asalariados; solo voluntarios. Ahora el programa atiende a demanda, ya sea atención terapéutica individual o grupal. También atienden a las familias, tanto a nivel logístico como psicológico. Cuando estaba permitido –ya está prohibido– la ONG era un vehículo para meter en la prisión paquetes de ropa de países extranjeros. La nacionalidad más exótica con la que se ha encontrado fue un coreano, que le regaló una biblia protestante en su idioma natal.

Perfecto, de 60 años, ve en el centro penitenciario segoviano una copia del resto de instituciones. «Las cárceles actuales siguen siendo apartaderos. Hay mucha justicia punitiva pero no restauradora». Cita experimentos positivos como enfrentar a presos de ETA con las familias de sus víctimas. «Eso se debería intentar muchísimo más. En las cárceles se preocupan de que el preso pague la pena, que haya mucha seguridad, pero la reinserción brilla por su ausencia». Un argumento que también lleva a la respuesta social. «La gente dice, 'que se pudran', pero todos podemos entrar en la cárcel unos meses por una estupidez con el coche y no eres un delincuente nato». También incide en el contexto personal. «No todos han tenido las mismas oportunidades de tener una familia estructurada».

La reinserción no solo apela a lo moral sino a la eficacia social. Perfecto lamenta un 60% de reincidencia entre los presos liberados y lo esgrime como un segundo fracaso, añadido al original, que la sociedad no haya podido prevenir el delito. «La única reinserción de la cárcel la hacemos las ONGs. En el 80% no hay preocupación por el futuro del preso».

El grupo relata casos de reinserción, sobre todo entre jóvenes, y alerta del peligro de regresar una vez obtenida la libertad al mismo entorno donde se gestó el delito La casuística de la cárcel es muy diversa y Perfecto de la Asunción tiene una amplia memoria de ejemplos en sus dos décadas como coordinador del Ministerio Evangélico en Prisiones. Relata historias que se han fijado en su imaginario y pide hacerlo de forma anónima. Se muestra muy orgulloso de un joven, de unos veintidós años, que no había tocado nunca la guitarra. «Yo doy clases, toco para mí, pero soy un músico frustrado. Y cuando descubres un talentazo, te supera enseguida». Así fue. Ya fallecido, era un madrileño del barrio de La Elipa; no tuvo un buen padre y la madre fue la encargada de sacar adelante a la familia. «El problema que tenía este chico era la alimentación. Tendía a la obesidad por abuso de coca-colas o patatas fritas y tuvimos que tener muchísimo cuidado con él». Salió de la cárcel tras un tercer grado y se quedó un tiempo en Segovia gracias a la prestación pública que cobran los reos tras su libertad. Ayudó en una iglesia con la música. «Es un ejemplo de reinserción porque encontró una utilidad. Alguien al que siempre le han llamado inútil, que solo sirve para robar, encuentra su utilidad en un instrumento».

En la misma línea, cita el caso de un brasileño que aprendió percusión en la cárcel segoviana y ahora trabaja en su país en grupos de batucadas. También era veinteañero, una situación que favorece el trabajo de la ONG. «Si había que escoger, preferíamos trabajar con los más jóvenes porque era más rentable, para nosotros y para ellos mismos. Si rehabilitas a un chico de esa edad, para sí mismo y para su familia, le quedan muchos años para poder ayudar a otros. Con una persona de 60, aparte de que era mucho más difícil, era menos rentable». Este chico tenía tendencia a engañar, algo que la propia prisión fomenta, para conseguir, por ejemplo, una autorización para llamar por teléfono. «Si algo te exige el preso es que vayas allí con sinceridad. Igual que los perros huelen el miedo, rechazan a la primera palabra a un voluntario que venga a posturear. Así que le pides lo mismo». Ese vínculo, la relación de ayuda, se gana con la sinceridad. Y eso implica saber decir que no. Perfecto desmiente el mito de que en la cárcel todos son inocentes. «Lo reconocen, pero lo justifican».

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios